(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 22 de mayo de 2009)
Cuando estaba en la facultad, mi mejor amiga atravesaba un proceso muy lamentable de divorcio (disculpen la redundancia, los divorcios son siempre jodidos). Ella se las arreglaba para relacionar cualquier tema de las clases con sus problemas personales. Había comparaciones obvias, por ejemplo, cuando en Teoría Política se hablaba de la dictadura, equiparaba a su ex y su matrimonio con un tal régimen y a la emancipación que ella vivía con la conquista de los derechos humanos. En una ocasión la critiqué por esa costumbre interpretativa tan suya (ok lo admito, fui sarcástica) y ella se ofendió. Apenada intenté consolarla diciéndole que en efecto lo macro y lo micro se rigen por las mismas leyes; entonces no estaba de moda la palabra “escala”, eso me hubiera facilitado mi disculpa.
Me acordé de aquel incidente varios años después, cuando asistí a una conferencia de un académico prestigiado quien afirmó que en las sociedades que había mejor desempeño económico existía también la reciprocidad y la confianza. En esos días, la que atravesaba por una ruptura emocional era yo y tal conclusión me abrió la mente. Comprendí por qué había fracasado: nunca confiamos el uno en el otro y si había una relación era porque uno de los dos ponía todo empeño (yo, claro está). Salí del auditorio prometiéndome que no me liaría nunca más con quien no diera señales de reciprocidad y confianza.
La semana pasada me sucedió de nuevo. En el noticiero comentaban cómo hubo diferencias sustanciales entre las medidas adoptadas por Estados Unidos y por nuestro país para tratar la A-H1N1. Pasaban imágenes de Obama, con corbata y sin cubrebocas, haciendo bromas para darle confianza a su gente. Las consecuencias de las medidas de uno y otro país también son tremendamente distintas, en México estamos ante una catástrofe económica. Imaginé a Obama, con su equipo de asesores, considerando que era un virus nuevo, el antecedente de la gripe aviar que puso en jaque a Canadá hace unos años, y en el otro lado de la balanza los momentos difíciles para su gobierno y la contagiosa recesión económica en que están inmersos. Me sentí exactamente igual que en una escena familiar: la esposa que mira por la ventana cómo el vecino de enfrente riega todos los días las plantas, sin excepción le abre la puerta del coche a su mujer, no tiene panza, viste bien y trabaja mucho, es decir, todo aquello que sabe que ella nunca tendrá.
Me vinieron a la mente diversas situaciones, a lo largo de mi vida, en las que yo esperaba mucho de alguien (amigos, familiares, alumnos, novios). Yo veía que tenían talento, pero mis ánimos sólo encontraban respuestas retóricas. Ellos sólo lograban sus objetivos en sus fantasías. Existe un momento en donde uno se da por vencido, en el cual se escucha un ¡pluck! y sabe que esa persona que tiene enfrente nunca será responsable, o no logrará ahorrar para tener patrimonio, o no terminará su tesis, o lo que sea.
¡Pluck! Mis amigos los expertos en políticas públicas que trabajan en la administración federal me explicarán que la alerta fue muy necesaria, que se actuó con responsabilidad, que había incertidumbre de información, que el si-no-se-hubiera parecía peor. Pero yo… yo no dejaré de sentirme ridícula por haber festejado la caída del PRI en el 2000 o haber pasado el suplicio de un cubrebocas en mayo.
Sunday, May 31, 2009
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