La frontera entre realidad y literatura es tan difusa como la del mar y la playa. Fue eso lo que metió en problemas a mi amigo V. Eso y su talento nato.
Conocí a V en un taller de literatura. En menos de dos sesiones nos había cautivado con sus narraciones frescas, divertidas y de finales sorpresivos. El no vive en Guadalajara, tal vez por eso disfrutaba yo más sus cuentos, porque me llevaban a una realidad más campirana, es decir, con menos claxon y más espacio. También era por su tono de voz, típico de su región, que le ponía un sabor adicional a la lectura en voz alta de sus textos. Desde que me salí del taller, mi contacto con V ha sido esporádico. Pero un día recibí una llamada suya, el hombre estaba bastante alarmado porque había recibido un citatorio para comparecer ante la autoridad de su pueblo. “¿Te acuerdas de que hace tiempo te dije que había escrito un cuento que me habían cuestionado en el taller? Ese cuento habla de una señora que estaba muy frustrada porque su marido no la atendía bien y pues dice algunas frases medias fuertes. Y bueno, estando ahí en el pueblo con unos amigos tomándonos unas cervezas, se me ocurrió leérselos y pues uno de los pelados se enojó porque dijo que eso no era un cuento, que estaba yo ventilando su vida y la de su mujer. El amigo éste ya hizo un escándalo por aquí, con la señora, con su familia, con todo el mundo. Me dijo que me iba a demandar por difamación y pues por eso me llegó el citatorio”. Me imaginé a V compareciendo ante un feroz tribunal, haciendo poéticas disertaciones sobre arte y realidad. Lo que hubiera sido un lindo cuento sobre V y sus paisanos, tal vez en la realidad no hubiera sido tan agradable, por eso me alegré de que sus acusadores no se presentaran a la audiencia y todo terminara en el consejo del juez a V de que fuera más cuidadoso en lo sucesivo.
Publicado en el diario el 18 de septiembre de 2009