(Publicado en La Jornada Jalisco, 27 de agosto de 2006)
Hubiera llegado a la cita puntualmente, pero no podía dejar de pasar al 7eleven por mi café que, aunque muchos lo critican por estar tan delgado (no en vano se le llama “americano”), me causa una sensación agradable cuando comienza a enfriarse, que suele ser justo cuando se suelta un debate en clase; pero en este caso, bueno, no sé, me pareció buena idea llevarlo. A la hora de disculparme por el ligero retraso estaba a punto de echarle la culpa a las construcciones del “nudo” vial de Américas (la costumbre de tantos años de usar el mismo pretexto). Luego recordé que me habían referido que era un muy buen psicólogo y no quería que pensara que además de impuntual yo era mitómana.
Después del tradicional y en este caso irónico “¿cómo ha estado?”. Comencé a describirle mi enmarañado estado emocional:
- Estoy sintiendo cosas que anteriormente me parecían irrelevantes pero que ahora comienzan a alarmarme –cuando levantó la ceja en señal de extrañeza, decidí ser más explícita– sí, resulta que tengo la sensación de que el tiempo se ha inmovilizado –nuevo arqueo de ceja–, mire, tengo algunos amigos con quienes había acordado que haríamos unos proyectos, y es fecha que ni siquiera podemos hacer el anteproyecto, y es que son consejeros electorales, así que me vienen posponiendo la fecha por aquello de que la elección no acaba de resolverse –ahora el gesto fue de “¿eso es todo?”–. Pero no sólo en eso, así es con todo: el que me iba a surtir la cocina, un señor que me iba a comprar el auto, los tesistas que detuvieron sus investigaciones y hasta una tía que no quiere consumir coca-cola para no favorecer las clases ricas del país.
- Bueno, pero eso corresponde a una sensación colectiva, usted debe diferenciar, tratar de tomar sus precauciones y continuar su vida.
- Usted lo dice muy fácil, pero no lo es. ¡Anoche soñé con los náufragos! Y es que todo el mundo habla de eso… ¡a mi ni siquiera se me había ocurrido que hubieran estado fingiendo! Pero dígame, ¿es cierto que por no ingerir vitamina C les debió haber dado escorbuto y deberían tener los dientes destruidos? ¿Cree usted que tiene el perfil sicológico de quien recibió un trauma semejante?
- No he estudiado mucho el caso, es posible, pero de cualquier forma las noticias siempre están pobladas de información que no podemos verificar, es decir, por eso son medios de comunicación, mediadores. Pero lo que recibimos de ellos es una cuestión colateral que objetivamente no afecta su vida.
- Pero si hasta los cité en clase de metodología y comparé su estado de ánimo que debieron sentir los marineros de Colón, aferrados al paradigma de la tierra plana pero siguiendo la hipótesis que lo contrariaba… Y ahora me siento ridícula por haber utilizado ese ejemplo…
- Relájese, respire, concéntrese en su organismo, ciertamente su usted se dedica a estudiar la política, es normal que tenga muchas emociones, pero vea el lado positivo, tiene la oportunidad de vivir un momento histórico, de analizarlo en primera fila.
- Doctor, pero la cuestión es que ¡ya no creo en nada! Cuando era niña pasé mucho tiempo repitiendo la letanía “mercurio-venus-tierra-marte-jupiter-saturno-urano-neptuno-y-plutón”, ¡plutón! y resulta que nunca fue un planeta. Luego está la cuestión de los años diez: 1810 la independencia, 1910 la revolución ¿qué tal que nos adelantamos 4 años y después del informe y el fallo del Trife se arma una revolución? Yo no quiero vivir así… tantos amigos y colegas exiliados que he conocido y cómo los he compadecido: a un compañero salvadoreño le mataron a su papá cuando estaba en la prepa, el abuelo catalán de una ex maestra vivió muchos años en un sótano, un muy admirado geólogo argentino acaba de contarme cómo lo “echaron como a un perro” de su universidad y del país en los tiempos de Perón, otro más se dice exiliado económico de la última crisis argentina, en fin, conozco muchos casos... a mi me gusta mi país, por eso no me fui a estudiar al extranjero, ¿qué haría yo fuera?
- Vamos, respire. Ciertamente todo es posible, pero nadie conoce a ciencia cierta el futuro, usted debe tratar de reacción y afrontar los problemas conforme se vayan presentado.
– Doctor, pero si son problemas inmediatos: en cuanto la gente sabe mi profesión me acosan con preguntas, además tengo amigos perredistas a los que estimo mucho, y ¿qué debo hacer? ¿no defenderlos de las críticas? ¿negarlos? Yo misma, no estoy segura de qué ideología tengo: cuando estábamos chicos todos éramos rojos, perfectamente recuerdo que aun en la prepa 5 había un mural con un lema, un martillo y la hoz, cuando salí me operaron y mis hermanos al salir de la anestesia lo primero que me dijeron es que habían caído los regímenes del este, y cuando entré a la facultad todos fingían demencia (no más Martha Harnecker, me preguntaba qué les habían enseñado en la facultad de economía en esas épocas), con el tiempo dejaron de discutir a Fukuyama, el “neoliberalismo” a lo más se moderaba, las palabras “derecha” e “izquierda” se usaban más bien para los botones del mouse…
Después de varias invitaciones a que respirara, salí del consultorio con la instrucción de disminuir las horas de escuchar o leer noticias y tomar tés relajantes antes de dormir. No quedé muy conforme, busqué una segunda opinión con un familiar que es psiquiatra, pero no quise volverme a exhibir, así que fingí que era una entrevista:
- ¿Crees que efectivamente es una cuestión de no saber perder?
- Es parte de la frustración
- Ah, y ¿qué le recomiendas a los pacientes que te llegan con esos síntomas?
- Pues que lloren.
Saturday, February 17, 2007
Mal-viaje
(Publicado en La Jornada Jalisco, 20 de agosto de 2006)
“Mire usted, señor presidente, yo quería comentarle una serie de cosas…”
“Primero, vámonos tuteando, puedes llamarme Vicente. Muchos me llaman presichente”.
“Ése es el primer tema que quería tratar con usted, la cuestión del protocolo. Verá usted, yo quería invitarlo a que usted tomara en cuenta que la presidencia de la república es un cargo de primerísimo nivel, porque representa toda la formalidad del Esta…”
“Sí, sí, eso ya me lo habían dicho varias veces, pero déjame explicarte que las cosas ya cambiaron, a la gente le gusta tener un presidente cercano, por eso yo soy su amigo y los amigos no necesitan de tanto adorno”.
“Me voy a permitir contrariarlo porque quisiera hacerle notar que lo que cambió fue el partido en el poder, pero que nuestro…”
“¡El cambio fue que introducimos la democracia en México!”.
“No, no, permítame acabar, lo que estoy diciendo es que nuestro sistema político no cambió, que seguimos teniendo un régimen presidencial y como usted sabe eso significa dos cosas: primero que en el equilibrio de poderes el que tiene el predominio es el ejecutivo…
“Pues te diré que ya no tanto, el presidente propone y parece ser que todos los demás disponen”.
“En seguida vamos a eso, por lo pronto estamos hablando del diseño del sistema. El presidencialismo también implica que la representación del Estado y la representación del gobierno se encarnan en una sola persona, y precisamente por eso es un sistema que se ha calificado de defectuoso e incluso peligroso porque un cambio de régimen de gobierno puede crear una discontinuidad en el Estado”.
“A ver, a ver, ya me estás revolviendo, ya les dije que no va a haber discontinuidad, el estado mexicano es y seguirá siendo democrático (aunque francamente yo creo que estos subversivos están dejando a México en un mal estado)”.
“No bromee con esto, es justamente al punto que quiero llegar, con todo respeto, señor presidente, nos deja la impresión de que no le queda claro que el Estado es una figura abstracta, es decir, más allá de las vicisitudes del gobierno, es el todo, la soberanía, la jerarquía, la coherencia interna, la nación, por eso se escribe con mayúscula, por eso existe el protocolo público…”
“Mira, eso que…”
“Permítame por favor concluir con la definición de Estado, por eso es el que posee el monopolio legítimo de la fuerza pública. Señor presidente, lo que quiero decir es que aunque usted haya sido candidato, un líder popular, y aunque ahora sea jefe de gobierno (por ello dirige el ejecutivo), por sobre todas las cosas usted es el jefe de Estado…”
“¡Pero si yo sí lo sé, el problema es que lo entendieran también los demás!”
“Discúlpeme, pero si le estoy comentando que el Estado es la figura suprema de autoridad en una nación, y en este sexenio usted ya lo representa, no es que alguien deba otorgárselo, usted debe asumirlo, sobre todo porque el país se encuentra en periodo muy crítico, donde las instituciones y reglas del juego parecen encontrarse en el límite de su capacidad probada debido a que estamos en situaciones inéditas. Mire, no es cuestión de grupos con intereses personales, se trata de que la gobernabilidad está riesgo puesto que uno de los pilares del sistema democrático es la realización de elecciones periódicas y creíbles; en este caso, se resuelva como se resuelva, la confianza, que es un activo intangible, ya se perdió”.
“Yo no debo intervenir en cuestiones electorales, ya me viera si lo hiciera todo lo que me dirían, ¡que si no lo sé!”
“No me refiero a intervenir en la decisión electoral, sino en que es la responsabilidad del Estado buscar una salida legítima y buscar mecanismos para reestablecer el orden y la actuación en el espacio de acción de las instituciones…”
“¿Qué me está insinuando, que use la fuerza pública, por aquello que menciona del monopolio legítimo que como hombre de estado tengo?”
“¡No, por supuesto que no! Lo que estoy diciendo es que el Estado mexicano tiene qué encontrar las vías para recuperar la confianza institucional, dando una solución digna y consensuada a cada uno de los actores, pero además reflexionar las causas de fondo de la escisión social: el modelo de Estado vigente es que el productor de esta configuración social polarizada”
“…mmm”
“¿Me estoy explicando?”
“Mmm, un poco, o sea que…”
- ¡Vidzente, Vidzente! ¡Dedpiedta, hoy tenemod muchad cosas qué hacer!
“Mire usted, señor presidente, yo quería comentarle una serie de cosas…”
“Primero, vámonos tuteando, puedes llamarme Vicente. Muchos me llaman presichente”.
“Ése es el primer tema que quería tratar con usted, la cuestión del protocolo. Verá usted, yo quería invitarlo a que usted tomara en cuenta que la presidencia de la república es un cargo de primerísimo nivel, porque representa toda la formalidad del Esta…”
“Sí, sí, eso ya me lo habían dicho varias veces, pero déjame explicarte que las cosas ya cambiaron, a la gente le gusta tener un presidente cercano, por eso yo soy su amigo y los amigos no necesitan de tanto adorno”.
“Me voy a permitir contrariarlo porque quisiera hacerle notar que lo que cambió fue el partido en el poder, pero que nuestro…”
“¡El cambio fue que introducimos la democracia en México!”.
“No, no, permítame acabar, lo que estoy diciendo es que nuestro sistema político no cambió, que seguimos teniendo un régimen presidencial y como usted sabe eso significa dos cosas: primero que en el equilibrio de poderes el que tiene el predominio es el ejecutivo…
“Pues te diré que ya no tanto, el presidente propone y parece ser que todos los demás disponen”.
“En seguida vamos a eso, por lo pronto estamos hablando del diseño del sistema. El presidencialismo también implica que la representación del Estado y la representación del gobierno se encarnan en una sola persona, y precisamente por eso es un sistema que se ha calificado de defectuoso e incluso peligroso porque un cambio de régimen de gobierno puede crear una discontinuidad en el Estado”.
“A ver, a ver, ya me estás revolviendo, ya les dije que no va a haber discontinuidad, el estado mexicano es y seguirá siendo democrático (aunque francamente yo creo que estos subversivos están dejando a México en un mal estado)”.
“No bromee con esto, es justamente al punto que quiero llegar, con todo respeto, señor presidente, nos deja la impresión de que no le queda claro que el Estado es una figura abstracta, es decir, más allá de las vicisitudes del gobierno, es el todo, la soberanía, la jerarquía, la coherencia interna, la nación, por eso se escribe con mayúscula, por eso existe el protocolo público…”
“Mira, eso que…”
“Permítame por favor concluir con la definición de Estado, por eso es el que posee el monopolio legítimo de la fuerza pública. Señor presidente, lo que quiero decir es que aunque usted haya sido candidato, un líder popular, y aunque ahora sea jefe de gobierno (por ello dirige el ejecutivo), por sobre todas las cosas usted es el jefe de Estado…”
“¡Pero si yo sí lo sé, el problema es que lo entendieran también los demás!”
“Discúlpeme, pero si le estoy comentando que el Estado es la figura suprema de autoridad en una nación, y en este sexenio usted ya lo representa, no es que alguien deba otorgárselo, usted debe asumirlo, sobre todo porque el país se encuentra en periodo muy crítico, donde las instituciones y reglas del juego parecen encontrarse en el límite de su capacidad probada debido a que estamos en situaciones inéditas. Mire, no es cuestión de grupos con intereses personales, se trata de que la gobernabilidad está riesgo puesto que uno de los pilares del sistema democrático es la realización de elecciones periódicas y creíbles; en este caso, se resuelva como se resuelva, la confianza, que es un activo intangible, ya se perdió”.
“Yo no debo intervenir en cuestiones electorales, ya me viera si lo hiciera todo lo que me dirían, ¡que si no lo sé!”
“No me refiero a intervenir en la decisión electoral, sino en que es la responsabilidad del Estado buscar una salida legítima y buscar mecanismos para reestablecer el orden y la actuación en el espacio de acción de las instituciones…”
“¿Qué me está insinuando, que use la fuerza pública, por aquello que menciona del monopolio legítimo que como hombre de estado tengo?”
“¡No, por supuesto que no! Lo que estoy diciendo es que el Estado mexicano tiene qué encontrar las vías para recuperar la confianza institucional, dando una solución digna y consensuada a cada uno de los actores, pero además reflexionar las causas de fondo de la escisión social: el modelo de Estado vigente es que el productor de esta configuración social polarizada”
“…mmm”
“¿Me estoy explicando?”
“Mmm, un poco, o sea que…”
- ¡Vidzente, Vidzente! ¡Dedpiedta, hoy tenemod muchad cosas qué hacer!
El lugar con el que siempre soñó
(Publicado en La Jornada Jalisco, 13 de agosto de 2006)
“¿Qué harás en la semana próxima?”, me preguntó mi amiga y colega de la universidad refiriéndose a que era nuestra última semana de vacaciones. “Me parece que iré al D.F. algunos días”. “¡Perfecto! Era justo lo que te iba a decir ¡vamos!”. Me sorprendió un poco su entusiasmo puesto que no es chilango-fanática, al menos no como yo en algún tiempo lo fui. “Es que sí está cañón, ¿no? Tenemos qué verlo”, entonces comprendí que se refería a los campamentos del zócalo y paseo de la reforma.
Le aclaré que mis intenciones de viaje no eran precisamente relacionadas con la vida pública nacional. Todo lo contrario, quise aprovechar para salir de la ciudad antes del inicio de clases, pasar un rato con mi mejor amiga y su nene de casi tres años, y también iba con la esperanza de que el tiempo me ajustara para saludar a otros cuates (uno de ellos al que sólo conocía por su nick en el messenger). Pero en realidad llevaba un propósito más importante: ir a casa de mi tío, pues su esposa prácticamente está agonizando, de cáncer.
No es que quiera hacerle al corresponsal (imaginen qué absurdo: La Jornada Jalisco mandándome a allá), pero quiero decirles que me tocaron días interesantes: mucha lluvia, evidentemente el re-conteo de votos, manifestaciones estudiantiles, ¡ah! y un temblor de 5.6 grados richter. Entre el cúmulo de recomendaciones que pese a mi treinta y tantos años me sigue dando mi madre, estaba por supuesto el mejor-no-vayas-a-las-manifestaciones-hija-por-favor-cuídate. Y es que ella, como muchos, había sido viruleada con aquello que propagan los medios sobre el “estrangulamiento” de la capital por un grupo de facciosos.
Sin embargo, como suele suceder, la noticia sólo es una imagen de fondo para la vida cotidiana: al pasar por ciudad universitaria vimos algunos granaderos; el temblor fue como un ligero mareo que apenas y percibí mientras el hijo de mi amiga jugaba con el hot-cake osito que pidió en un Sanborn’s de Insurgentes; y lo del derrumbe de una parte del domo de la alberca olímpica, pese a que mis tíos viven muy cerca, lo vi en flashazos de imágenes en los noticieros a los que poco hacía caso porque estaba muy consternada escuchando la rabia de mi tío que lo llevaba a concluir que Dios no existía porque no era justo que una mujer tan excepcionalmente llena de energía estuviera ahora en ese sillón esperando la muerte.
Y efectivamente ella es algo especial para nosotros. Cuando todas las familias comenzamos a migrar a Guadalajara, ese tío se negó a hacerlo, “¿Y qué haría allá? ¡Yo soy chilango y a toda honra! ¡Extrañaría el smog!”. Desde que yo recuerde él fue la preocupación de todos, por la vulnerabilidad de su situación económica y porque ésta nunca ha constituido su principal preocupación. Sin embargo, la tenía a ella, paciente y a la vez enérgica, que cumplía todos los cánones de la mujer mexicana tradicional (imposible olvidar su buen sazón) y que juntos tenían una familia feliz, que muchos de nosotros envidiaríamos.
En un ínter entre la somnolencia de los sedantes y el agobio de su dolor, conversamos sobre todo un poco y habiendo sido ella perredista apasionada desde hace ya varios años (su motivación era conseguir una casa propia, puesto que era sabido que muchos la habían conseguido), tocamos El tema. Los demás sí votaron, ella no pudo ir, aceptaban sin escandalizarse la idea de que había existido un fraude electoral, pero no creían que el movimiento andresmanuelista consiguiera nada. Respecto a los campamentos mi tío decía que la gente podría estarse ahí mucho tiempo porque bastaba formarse para obtener comida, o sea, muchísimo mejor que en casa, le decía a su esposa de broma: “Ya ves, deberíamos ir”, a lo que ella contestó “pues sí, por ahí todavía deben estar nuestras cachuchas y playeras para que no nos digan nada”.
Ninguno de los amigos se quejó por el caos vial. Mi ciber-cita me comentó que él jamás iba al sur que había ido a ese café de la Condesa sólo por conocerme, pero que hacía mucho que no pasaba por Reforma. Otro amigo estaba más consternado por la lluvia que por el plantón. Mi amiga estaba contenta porque el tráfico en la Roma había disminuido y porque el fin de semana pasado había llevado al zócalo al niño para que se distrajera en los juegos gratis que se habían instalado en los campamentos.
“Ve a Reforma, te queda más cerca, te va a gustar” me sugirió ella cuando le comenté que quería tomar unas fotos. Y pues así fue. Caminar con calma por donde generalmente sólo hay prisa y ruido, me provocó muchas sensaciones probablemente acentuadas por la tarde lluviosa y la desazón de los problemas de mis familiares y de mi amiga a quien ser madre soltera con un trabajo brillante pero con un salario que no lo es, vivir sin más amigos o familia y tan lejos de Tlaquepaque, le resulta bastante complicado.
¿Qué tal que el asunto fuera al revés? Es decir, que paseo de la Reforma y sus inmediaciones estaban secuestrados para la gran mayoría de los capitalinos que pocas veces disfrutan lo que siempre he considerado como la avenida más bonita del país. Mis primos, por ejemplo, tal vez tienen un buen número de años por allá, y por eso muchos chavitos como ellos están tan felices echándose una cascarita en la glorieta de la palma. Sin hablar de partidos políticos o elecciones, lo cierto es que la desigualdad, la pobreza y los bajos salarios de las clases media y baja son producto de un sistema.
“Disculpe las molestias, democracia en construcción” decían las mantas en los cruces de las avenidas principales. En un espectacular una cuadra hacia el norte estaba una foto de un sujeto un poco obeso que tiene más de un año de secuestrado y cuya madre pagó el anuncio para suplicar por ayuda. En la acera del lado sur, la construcción de un rascacielos destinado a apartamentos de lujo sigue su marcha, la propaganda gigantesca que lo anuncia como “el lugar con el que siempre soñó”
“¿Qué harás en la semana próxima?”, me preguntó mi amiga y colega de la universidad refiriéndose a que era nuestra última semana de vacaciones. “Me parece que iré al D.F. algunos días”. “¡Perfecto! Era justo lo que te iba a decir ¡vamos!”. Me sorprendió un poco su entusiasmo puesto que no es chilango-fanática, al menos no como yo en algún tiempo lo fui. “Es que sí está cañón, ¿no? Tenemos qué verlo”, entonces comprendí que se refería a los campamentos del zócalo y paseo de la reforma.
Le aclaré que mis intenciones de viaje no eran precisamente relacionadas con la vida pública nacional. Todo lo contrario, quise aprovechar para salir de la ciudad antes del inicio de clases, pasar un rato con mi mejor amiga y su nene de casi tres años, y también iba con la esperanza de que el tiempo me ajustara para saludar a otros cuates (uno de ellos al que sólo conocía por su nick en el messenger). Pero en realidad llevaba un propósito más importante: ir a casa de mi tío, pues su esposa prácticamente está agonizando, de cáncer.
No es que quiera hacerle al corresponsal (imaginen qué absurdo: La Jornada Jalisco mandándome a allá), pero quiero decirles que me tocaron días interesantes: mucha lluvia, evidentemente el re-conteo de votos, manifestaciones estudiantiles, ¡ah! y un temblor de 5.6 grados richter. Entre el cúmulo de recomendaciones que pese a mi treinta y tantos años me sigue dando mi madre, estaba por supuesto el mejor-no-vayas-a-las-manifestaciones-hija-por-favor-cuídate. Y es que ella, como muchos, había sido viruleada con aquello que propagan los medios sobre el “estrangulamiento” de la capital por un grupo de facciosos.
Sin embargo, como suele suceder, la noticia sólo es una imagen de fondo para la vida cotidiana: al pasar por ciudad universitaria vimos algunos granaderos; el temblor fue como un ligero mareo que apenas y percibí mientras el hijo de mi amiga jugaba con el hot-cake osito que pidió en un Sanborn’s de Insurgentes; y lo del derrumbe de una parte del domo de la alberca olímpica, pese a que mis tíos viven muy cerca, lo vi en flashazos de imágenes en los noticieros a los que poco hacía caso porque estaba muy consternada escuchando la rabia de mi tío que lo llevaba a concluir que Dios no existía porque no era justo que una mujer tan excepcionalmente llena de energía estuviera ahora en ese sillón esperando la muerte.
Y efectivamente ella es algo especial para nosotros. Cuando todas las familias comenzamos a migrar a Guadalajara, ese tío se negó a hacerlo, “¿Y qué haría allá? ¡Yo soy chilango y a toda honra! ¡Extrañaría el smog!”. Desde que yo recuerde él fue la preocupación de todos, por la vulnerabilidad de su situación económica y porque ésta nunca ha constituido su principal preocupación. Sin embargo, la tenía a ella, paciente y a la vez enérgica, que cumplía todos los cánones de la mujer mexicana tradicional (imposible olvidar su buen sazón) y que juntos tenían una familia feliz, que muchos de nosotros envidiaríamos.
En un ínter entre la somnolencia de los sedantes y el agobio de su dolor, conversamos sobre todo un poco y habiendo sido ella perredista apasionada desde hace ya varios años (su motivación era conseguir una casa propia, puesto que era sabido que muchos la habían conseguido), tocamos El tema. Los demás sí votaron, ella no pudo ir, aceptaban sin escandalizarse la idea de que había existido un fraude electoral, pero no creían que el movimiento andresmanuelista consiguiera nada. Respecto a los campamentos mi tío decía que la gente podría estarse ahí mucho tiempo porque bastaba formarse para obtener comida, o sea, muchísimo mejor que en casa, le decía a su esposa de broma: “Ya ves, deberíamos ir”, a lo que ella contestó “pues sí, por ahí todavía deben estar nuestras cachuchas y playeras para que no nos digan nada”.
Ninguno de los amigos se quejó por el caos vial. Mi ciber-cita me comentó que él jamás iba al sur que había ido a ese café de la Condesa sólo por conocerme, pero que hacía mucho que no pasaba por Reforma. Otro amigo estaba más consternado por la lluvia que por el plantón. Mi amiga estaba contenta porque el tráfico en la Roma había disminuido y porque el fin de semana pasado había llevado al zócalo al niño para que se distrajera en los juegos gratis que se habían instalado en los campamentos.
“Ve a Reforma, te queda más cerca, te va a gustar” me sugirió ella cuando le comenté que quería tomar unas fotos. Y pues así fue. Caminar con calma por donde generalmente sólo hay prisa y ruido, me provocó muchas sensaciones probablemente acentuadas por la tarde lluviosa y la desazón de los problemas de mis familiares y de mi amiga a quien ser madre soltera con un trabajo brillante pero con un salario que no lo es, vivir sin más amigos o familia y tan lejos de Tlaquepaque, le resulta bastante complicado.
¿Qué tal que el asunto fuera al revés? Es decir, que paseo de la Reforma y sus inmediaciones estaban secuestrados para la gran mayoría de los capitalinos que pocas veces disfrutan lo que siempre he considerado como la avenida más bonita del país. Mis primos, por ejemplo, tal vez tienen un buen número de años por allá, y por eso muchos chavitos como ellos están tan felices echándose una cascarita en la glorieta de la palma. Sin hablar de partidos políticos o elecciones, lo cierto es que la desigualdad, la pobreza y los bajos salarios de las clases media y baja son producto de un sistema.
“Disculpe las molestias, democracia en construcción” decían las mantas en los cruces de las avenidas principales. En un espectacular una cuadra hacia el norte estaba una foto de un sujeto un poco obeso que tiene más de un año de secuestrado y cuya madre pagó el anuncio para suplicar por ayuda. En la acera del lado sur, la construcción de un rascacielos destinado a apartamentos de lujo sigue su marcha, la propaganda gigantesca que lo anuncia como “el lugar con el que siempre soñó”
Estado en custodia
(Publicado en La Jornada Jalisco, 6 de agosto de 2006)
“Me tapo un ojo, me tapo el otro y ¡nada qué ver!”. El personaje de moda de la televisión mexicana durante el final del año pasado y el principio de éste, fue una niña fresa agregó al vocabulario cotidiano un catálogo de frases que por gracia, por imitación o por contaminación muchos adoptaron.
Barbie Bazterrica resultó ser hija de tres o cuatro familias multimillonarias, viajar en algo diferente a primera clase le resultaba más que ofensivo y como era un blanco probable de secuestros y todo tipo de atracos (“¡Obvio!” diría ella) pues requería de tener un guardaespaldas. Y claro, como todo clásico, no podía faltar el lugar común de que entre guaruras y potentados existía una irresistible atracción.
“Cómprate una vida y cárgala a mi cuenta”. Con un raiting contundente que indujo a los productores y guionistas a alargar ridículamente la trama para probar la resistencia de los televidentes, la telenovela se mantuvo en la opinión pública robando escena incluso a la igualmente cardiaca contienda electoral (que por cierto también se alargó ridículamente para probar la resistencia de los electores).
Un amigo me comentaba que le parecía excelente este culebrón porque reivindicaba a las niñas fresas y rescataba que también tenían buenos sentimientos; lamentablemente el hecho de que a él le gustara ese perfil de chicas y estuviera a favor de la anorexia femenina restaba legitimidad a su opinión.
Después de escuchar que el tema fuera tocado en conversaciones de diversos círculos, mi ocio me hizo pensar en las ausencias, en lo que nadie se estaba percatando: la telenovela era una apología a la desigualdad, a la exclusión social, a la corrupción y a la violencia (pública e intrafamiliar). Casi nada ¿eh? Un producto cultural (sin hablar de buena o mala calidad), a final de cuentas no puede eximirse de ser un espejo de contexto. Es decir, personajes y teleauditorio asumen con la mayor naturalidad que la ínfima minoría concentra la gran mayoría del ingreso en México, que es la pobreza la que genera delincuentes, que para tener una vida segura hay que contratar guaruras, que en esta vida todo se compra, un examen de ADN, un juez, un policía, que la calidad de vida es sólo para el que tenga lana de pagarla. Digámoslo con todas sus letras: que no hay estado de derecho.
Y en la telenovela de la realidad los teleciudadanos no ven con naturalidad el que una gran mayoría (basta contar para saber que no es un grupo marginal) quiera hacer válido un derecho político, pero sí es socialmente aceptada la actuación selectiva de las instituciones y que el muy probablemente futuro presidente de la República denote en su comportamiento que no conoce de tolerancias ni consensos, que no será un hombre de estado, y que el secuestro de éste por la élite económica le viene bien.
Recordé todo este asunto de la comedia (como le dicen en mi familia a este género televisivo) por una declaración de un líder empresarial en torno a los manifestantes andresmanuelistas en las instalaciones de la Bolsa. Se mofaba de lo inútil de su intento puesto que las transacciones se realizan por vía satelital, por lo que su presencia al pie del edificio en nada alteraba el funcionamiento. Esto le daba pie para concluir que “son unos nacos”.
¡¡¡“Son unos nacos”!!! ¡Ya salió el peine! De modo que ésa es la molestia, la “naquez” con toda la connotación social que implica…
Barbie llora amargamente porque ninguno de sus “hipermega-buenos” galanes la hace olvidar a su hipermega-sádico “amor de su vida”. Mientras tanto, muchos de nosotros lloramos por nuestro país y en lo que se está convirtiendo.
“Me tapo un ojo, me tapo el otro y ¡nada qué ver!”. El personaje de moda de la televisión mexicana durante el final del año pasado y el principio de éste, fue una niña fresa agregó al vocabulario cotidiano un catálogo de frases que por gracia, por imitación o por contaminación muchos adoptaron.
Barbie Bazterrica resultó ser hija de tres o cuatro familias multimillonarias, viajar en algo diferente a primera clase le resultaba más que ofensivo y como era un blanco probable de secuestros y todo tipo de atracos (“¡Obvio!” diría ella) pues requería de tener un guardaespaldas. Y claro, como todo clásico, no podía faltar el lugar común de que entre guaruras y potentados existía una irresistible atracción.
“Cómprate una vida y cárgala a mi cuenta”. Con un raiting contundente que indujo a los productores y guionistas a alargar ridículamente la trama para probar la resistencia de los televidentes, la telenovela se mantuvo en la opinión pública robando escena incluso a la igualmente cardiaca contienda electoral (que por cierto también se alargó ridículamente para probar la resistencia de los electores).
Un amigo me comentaba que le parecía excelente este culebrón porque reivindicaba a las niñas fresas y rescataba que también tenían buenos sentimientos; lamentablemente el hecho de que a él le gustara ese perfil de chicas y estuviera a favor de la anorexia femenina restaba legitimidad a su opinión.
Después de escuchar que el tema fuera tocado en conversaciones de diversos círculos, mi ocio me hizo pensar en las ausencias, en lo que nadie se estaba percatando: la telenovela era una apología a la desigualdad, a la exclusión social, a la corrupción y a la violencia (pública e intrafamiliar). Casi nada ¿eh? Un producto cultural (sin hablar de buena o mala calidad), a final de cuentas no puede eximirse de ser un espejo de contexto. Es decir, personajes y teleauditorio asumen con la mayor naturalidad que la ínfima minoría concentra la gran mayoría del ingreso en México, que es la pobreza la que genera delincuentes, que para tener una vida segura hay que contratar guaruras, que en esta vida todo se compra, un examen de ADN, un juez, un policía, que la calidad de vida es sólo para el que tenga lana de pagarla. Digámoslo con todas sus letras: que no hay estado de derecho.
Y en la telenovela de la realidad los teleciudadanos no ven con naturalidad el que una gran mayoría (basta contar para saber que no es un grupo marginal) quiera hacer válido un derecho político, pero sí es socialmente aceptada la actuación selectiva de las instituciones y que el muy probablemente futuro presidente de la República denote en su comportamiento que no conoce de tolerancias ni consensos, que no será un hombre de estado, y que el secuestro de éste por la élite económica le viene bien.
Recordé todo este asunto de la comedia (como le dicen en mi familia a este género televisivo) por una declaración de un líder empresarial en torno a los manifestantes andresmanuelistas en las instalaciones de la Bolsa. Se mofaba de lo inútil de su intento puesto que las transacciones se realizan por vía satelital, por lo que su presencia al pie del edificio en nada alteraba el funcionamiento. Esto le daba pie para concluir que “son unos nacos”.
¡¡¡“Son unos nacos”!!! ¡Ya salió el peine! De modo que ésa es la molestia, la “naquez” con toda la connotación social que implica…
Barbie llora amargamente porque ninguno de sus “hipermega-buenos” galanes la hace olvidar a su hipermega-sádico “amor de su vida”. Mientras tanto, muchos de nosotros lloramos por nuestro país y en lo que se está convirtiendo.
¡Váaamonos!
(Publicado en La Jornada Jalisco, 30 de juliode 2006)
Tiene poco más de dos años, según la madre es la edad más complicada, seguramente lo es también para los comerciantes porque le gustan cosas mucho más simples que no necesariamente requieren de publicidad y mercadotecnia. Un buen día finalmente me confiaron a la criatura para salir de paseo; me sorprendió el hecho puesto que las mamás primerizas suelen ser muy aprensivas (pienso que la derrotó el cansancio).
Junto con una maleta enorme (¿qué tanto puede necesitar un bebé en 3 horas?) y tras resistirme a llevar la carriola más compleja y pesada que había visto, me llenó de instrucciones puntuales: “ve a plaza galerías, te tomas un café en la flor de córdoba, le compras una gelatina de colorcitos, pagas por separado para que te den dos tickets y con eso se suben al tren dos veces, aquí te espero a las ocho en punto, porque debo bañarlo…”
Descubrí que mi afición por el ferrocarril seguramente es algo que maravillosamente conservé de la niñez, así que no dudé en fomentársela al crío en las salidas posteriores; cuyo permiso conseguí, por cierto, gracias a que a los dos años el lenguaje es incipiente y por ello no pudo contar a su madre que nos alejamos un poco de sus indicaciones: no bebí café, la gelatina fue de rompope (espero no haber fomentado más bien el vicio por el alcohol), nos pusimos a pedir tickets a la gente para subirnos cuantas veces nos permitió el tiempo y fui yo quien le enseñó por primera vez el famoso grito de “¡váaamonos!” cuando comienza a avanzar.
Fuimos subiendo de categoría. Semanas después fuimos al parque alcalde. Ahí no tuvimos qué mendigar tickets, se esmeraron en que el vehículo fuera una reproducción más aproximada a un tren, sale a cada media hora y el niño aprendió a decir “vías” (y a asociar su presencia con un “tren de verdad”), a aplaudir al salir del túnel, y también a chantajearme para no quererse bajar, lo que por poquito y provoca que mi licencia de sacarlo a pasear expirara.
Luego fuimos al zoológico, el animal más interesante para él fue el tren, aprendió a decir “estación”, y a hacerse más exigente, puesto que era el de mayor tamaño que hubiera visto. Intenté llevarlo a la vieja estación de Washington. No sabía que el paso estaba prohibido, sólo porque llevaba al niño dejaron que diéramos una vuelta, “sin detenerse o bajarse del auto”, al estacionamiento donde está la locomotora. Lamenté que no pudiéramos contar con un museo o sala de exhibición, después de todo es una parte importante de la historia ¿no?
Su mamá me invitó a acompañarlos en su primer recorrido en el tren ligero. El niño estaba pasmado. Él no sabía que ahí concluían sus descubrimientos: se había montado al más grande de la ciudad.
“¡Mira! ¡Vías!”, por tanto, un tren de a de veras, aunque en momentos de confusión y prisa algunos lo llamamos “metro”. Con este error de nombre, denotamos que lo último que tenemos en la cabeza es la idea romántica del tren y lo vemos sólo como un transporte público. Muy probablemente también nuestro inconciente se burla de la desemejanza entre el metro (el de la ciudad de México que es la referencia más cercana), que es toda una red, un sistema que efectivamente invita a no utilizar el automóvil, y nuestro tren, que aunque bonito, es a todas luces insuficiente. Ya lo dijo el pasajero número 700 millones del tren ligero esta semana (habría qué aclarar el sistema de elección de este señor, ¿cómo sabían que justamente en la estación Juárez llegaría?) y lo decimos todos: la ampliación debería ocupar un lugar prioritario para Guadalajara… pero no lo es.
A propósito de la construcción de la línea 1, una vez un arquitecto me comentó que había sido un gran error que el tren ligero no atravesara el periférico, puesto que se había iniciado la obra, unos cuantos metros hubieran representado una inversión mínima en comparación con el beneficio de prever futuras líneas. “En México nunca hay tiempo de hacer bien las cosas, pero siempre hay tiempo de hacerlas dos veces”, concluyó y me dejó la frase como un refrán aplicable a las políticas públicas en general.
En fin, mientras se resuelve este problema público, yo recibí una encomienda de la mamá de mi amiguito (de quien o ya me gané su confianza definitiva o el cansancio la derrota más seguido): “Olvídate de parques, ahora te subes en Juárez y vas y vienes hasta que el niño se canse”.
Tiene poco más de dos años, según la madre es la edad más complicada, seguramente lo es también para los comerciantes porque le gustan cosas mucho más simples que no necesariamente requieren de publicidad y mercadotecnia. Un buen día finalmente me confiaron a la criatura para salir de paseo; me sorprendió el hecho puesto que las mamás primerizas suelen ser muy aprensivas (pienso que la derrotó el cansancio).
Junto con una maleta enorme (¿qué tanto puede necesitar un bebé en 3 horas?) y tras resistirme a llevar la carriola más compleja y pesada que había visto, me llenó de instrucciones puntuales: “ve a plaza galerías, te tomas un café en la flor de córdoba, le compras una gelatina de colorcitos, pagas por separado para que te den dos tickets y con eso se suben al tren dos veces, aquí te espero a las ocho en punto, porque debo bañarlo…”
Descubrí que mi afición por el ferrocarril seguramente es algo que maravillosamente conservé de la niñez, así que no dudé en fomentársela al crío en las salidas posteriores; cuyo permiso conseguí, por cierto, gracias a que a los dos años el lenguaje es incipiente y por ello no pudo contar a su madre que nos alejamos un poco de sus indicaciones: no bebí café, la gelatina fue de rompope (espero no haber fomentado más bien el vicio por el alcohol), nos pusimos a pedir tickets a la gente para subirnos cuantas veces nos permitió el tiempo y fui yo quien le enseñó por primera vez el famoso grito de “¡váaamonos!” cuando comienza a avanzar.
Fuimos subiendo de categoría. Semanas después fuimos al parque alcalde. Ahí no tuvimos qué mendigar tickets, se esmeraron en que el vehículo fuera una reproducción más aproximada a un tren, sale a cada media hora y el niño aprendió a decir “vías” (y a asociar su presencia con un “tren de verdad”), a aplaudir al salir del túnel, y también a chantajearme para no quererse bajar, lo que por poquito y provoca que mi licencia de sacarlo a pasear expirara.
Luego fuimos al zoológico, el animal más interesante para él fue el tren, aprendió a decir “estación”, y a hacerse más exigente, puesto que era el de mayor tamaño que hubiera visto. Intenté llevarlo a la vieja estación de Washington. No sabía que el paso estaba prohibido, sólo porque llevaba al niño dejaron que diéramos una vuelta, “sin detenerse o bajarse del auto”, al estacionamiento donde está la locomotora. Lamenté que no pudiéramos contar con un museo o sala de exhibición, después de todo es una parte importante de la historia ¿no?
Su mamá me invitó a acompañarlos en su primer recorrido en el tren ligero. El niño estaba pasmado. Él no sabía que ahí concluían sus descubrimientos: se había montado al más grande de la ciudad.
“¡Mira! ¡Vías!”, por tanto, un tren de a de veras, aunque en momentos de confusión y prisa algunos lo llamamos “metro”. Con este error de nombre, denotamos que lo último que tenemos en la cabeza es la idea romántica del tren y lo vemos sólo como un transporte público. Muy probablemente también nuestro inconciente se burla de la desemejanza entre el metro (el de la ciudad de México que es la referencia más cercana), que es toda una red, un sistema que efectivamente invita a no utilizar el automóvil, y nuestro tren, que aunque bonito, es a todas luces insuficiente. Ya lo dijo el pasajero número 700 millones del tren ligero esta semana (habría qué aclarar el sistema de elección de este señor, ¿cómo sabían que justamente en la estación Juárez llegaría?) y lo decimos todos: la ampliación debería ocupar un lugar prioritario para Guadalajara… pero no lo es.
A propósito de la construcción de la línea 1, una vez un arquitecto me comentó que había sido un gran error que el tren ligero no atravesara el periférico, puesto que se había iniciado la obra, unos cuantos metros hubieran representado una inversión mínima en comparación con el beneficio de prever futuras líneas. “En México nunca hay tiempo de hacer bien las cosas, pero siempre hay tiempo de hacerlas dos veces”, concluyó y me dejó la frase como un refrán aplicable a las políticas públicas en general.
En fin, mientras se resuelve este problema público, yo recibí una encomienda de la mamá de mi amiguito (de quien o ya me gané su confianza definitiva o el cansancio la derrota más seguido): “Olvídate de parques, ahora te subes en Juárez y vas y vienes hasta que el niño se canse”.
Tuesday, February 13, 2007
Yo soy un hombre de lucha
(Publicado en La Jornada Jalisco, 23 de julio de 2006)
Es una cuestión muy personal. Me refiero a la admiración por Fernando del Paso. De alguna manera su obra fue un ícono en un periodo muy querido de mi vida, y la pobló con muchas coincidencias, sobre todo Palinuro de México. Por cierto, me pregunto por qué todos lo ubican sólo por Noticias del Imperio; también está la poesía, su obra gráfica, su humorismo, su trabajo periodístico… el señor es todo arte.
Personajes, canciones, argumentos, sensaciones, etc. Pasiones. Cuando era pequeña mi papá me decía “lee mucho, hija, porque cuando seas grande ya no tendrás tiempo” y tristemente los libros que ahora compro en diciembre apenas alcanzo a hojearlos a lo largo del año. Mi propósito de cada FIL es comprar menos libros ¡qué vergüenza! En algún tiempo no sólo iba a las lecturas o conferencias sino que trataba de hacerle al paparazzi de mis autores favoritos.
En este mundo de controversias ¿por qué no el arte y la ciencia pueden ser algo más o menos sagrado?
“¡Pero si vos vivís en una dictadura!” le dijo a uno de mis “hijos” un uruguayo que por alguna razón terminó sentándose a desayunar con nosotros e irremediablemente metió a la política en la mesa. “¿Crees que sea cierto eso que dijo?” me preguntó el chico cuando veníamos de regreso.
No sé exactamente qué edad tenía cuando mi hermana comenzó a contarme sobre la matanza de Tlatelolco (supongo que estaba en la secundaria). Yo no podía creerlo, “eso no viene en los libros de historia oficiales” me dijo y me dio a leer el libro de Poniatowska. Seguí por mi cuenta ahondando en el tema. Un motivo más para amar a Palinuro fue el capítulo de la escalera, que trata de eso.
La indignación no se me quitará nunca. Con todo y su tibieza celebré la orden de arresto de Luis Echeverría (me sorprendieron algunos comentarios de quienes yo consideraba más bien reaccionarios en torno a la injusticia de inflingirle un castigo tan bajo).
Eso entonces, los sesenta y los setenta. Más de un cuarto de siglo, después líderes políticos y de opinión no escatiman comentarios bárbaros sobre nuestra Elena Poniatowska, don Fernando, Monsiváis y otros grandes intelectuales mexicanos. Es una inverosímil intolerancia de su compromiso con una lucha social. Lo subrayo: una lucha social, porque no se trata de la afinidad con un personaje público, es algo más (por favor hagamos un esfuerzo por escuchar).
Se había programado que fuera en el Auditorio Silvano Barba del CUCSH la “mesa informativa y de reflexión” donde Fernando del Paso y Julio Hernández López hablaron sobre el “voto por voto”. Sin embargo, la asistencia fue tal que tuvo qué cambiarse al Salvador Allende, lo que significa que estábamos ahí más de 600 personas y en lo absoluto podría atribuirse a una buena difusión del evento este fenómeno. Uno de los organizadores me confesó que ellos también estaban sorprendidos de la enorme participación de la gente, no sólo en ese foro, sino a nivel nacional. Pregunté: “¿y qué va a pasar? ¿qué se va a hacer?” su respuesta fue un no sé.
Minutos antes un chico del público había hecho uso de la voz para exhortar a toda esa audiencia a que si en verdad querían ayudar asistieran a las manifestaciones en la ciudad de México. Don Fernando le respondió que pocos poseían su juventud para poder afrontar las vicisitudes del viaje, que entendiera al resto (mencionó la tercera edad a la que el escritor considera haber entrado desde hace mucho tiempo), que mejor proponía buscar la manera de mantener la participación en manifestaciones en la ciudad.
Hay una cuestión de fondo muy seria. Por un lado, un manejo de la opinión pública para satanizar a todo aquel que procure o simpatice con la idea de revisar las presuntas irregularidades de la elección presidencial. Por el otro, un amplio sector de la población, tan amplio que resultaría imposible que todos estuvieran infectados con la demente intención de levantarse en armas; lo que Fernando del Paso advirtió en su respuesta fue que se trata de gente ordinaria.
Si es verdad que este ánimo público de condenar el uso de los recursos de revisión que la propia ley señala para dar certeza a nuestras elecciones es producto de una decisión del Estado, entonces es también es cierto lo que el uruguayo afirmaba y entonces lo nuestro no es una democracia. Haciendo un esfuerzo por no creerle a este amigo (podríamos incluso aplicarle el 33 constitucional) aún así queda la pregunta: ¿entonces por qué el Estado permite esta descalificación al disenso?
“Yo soy un hombre de letras” fue el discurso de Fernando del Paso cuando fue recibido como miembro de El Colegio Nacional. Ahora lo escucho con esa voz contundente que tanto he admirado y entonces entiendo lo difícil que para México es este momento. La mitología dice que Pandora alcanzó a cerrar la caja justo antes de que se escapara la esperanza…
Es una cuestión muy personal. Me refiero a la admiración por Fernando del Paso. De alguna manera su obra fue un ícono en un periodo muy querido de mi vida, y la pobló con muchas coincidencias, sobre todo Palinuro de México. Por cierto, me pregunto por qué todos lo ubican sólo por Noticias del Imperio; también está la poesía, su obra gráfica, su humorismo, su trabajo periodístico… el señor es todo arte.
Personajes, canciones, argumentos, sensaciones, etc. Pasiones. Cuando era pequeña mi papá me decía “lee mucho, hija, porque cuando seas grande ya no tendrás tiempo” y tristemente los libros que ahora compro en diciembre apenas alcanzo a hojearlos a lo largo del año. Mi propósito de cada FIL es comprar menos libros ¡qué vergüenza! En algún tiempo no sólo iba a las lecturas o conferencias sino que trataba de hacerle al paparazzi de mis autores favoritos.
En este mundo de controversias ¿por qué no el arte y la ciencia pueden ser algo más o menos sagrado?
“¡Pero si vos vivís en una dictadura!” le dijo a uno de mis “hijos” un uruguayo que por alguna razón terminó sentándose a desayunar con nosotros e irremediablemente metió a la política en la mesa. “¿Crees que sea cierto eso que dijo?” me preguntó el chico cuando veníamos de regreso.
No sé exactamente qué edad tenía cuando mi hermana comenzó a contarme sobre la matanza de Tlatelolco (supongo que estaba en la secundaria). Yo no podía creerlo, “eso no viene en los libros de historia oficiales” me dijo y me dio a leer el libro de Poniatowska. Seguí por mi cuenta ahondando en el tema. Un motivo más para amar a Palinuro fue el capítulo de la escalera, que trata de eso.
La indignación no se me quitará nunca. Con todo y su tibieza celebré la orden de arresto de Luis Echeverría (me sorprendieron algunos comentarios de quienes yo consideraba más bien reaccionarios en torno a la injusticia de inflingirle un castigo tan bajo).
Eso entonces, los sesenta y los setenta. Más de un cuarto de siglo, después líderes políticos y de opinión no escatiman comentarios bárbaros sobre nuestra Elena Poniatowska, don Fernando, Monsiváis y otros grandes intelectuales mexicanos. Es una inverosímil intolerancia de su compromiso con una lucha social. Lo subrayo: una lucha social, porque no se trata de la afinidad con un personaje público, es algo más (por favor hagamos un esfuerzo por escuchar).
Se había programado que fuera en el Auditorio Silvano Barba del CUCSH la “mesa informativa y de reflexión” donde Fernando del Paso y Julio Hernández López hablaron sobre el “voto por voto”. Sin embargo, la asistencia fue tal que tuvo qué cambiarse al Salvador Allende, lo que significa que estábamos ahí más de 600 personas y en lo absoluto podría atribuirse a una buena difusión del evento este fenómeno. Uno de los organizadores me confesó que ellos también estaban sorprendidos de la enorme participación de la gente, no sólo en ese foro, sino a nivel nacional. Pregunté: “¿y qué va a pasar? ¿qué se va a hacer?” su respuesta fue un no sé.
Minutos antes un chico del público había hecho uso de la voz para exhortar a toda esa audiencia a que si en verdad querían ayudar asistieran a las manifestaciones en la ciudad de México. Don Fernando le respondió que pocos poseían su juventud para poder afrontar las vicisitudes del viaje, que entendiera al resto (mencionó la tercera edad a la que el escritor considera haber entrado desde hace mucho tiempo), que mejor proponía buscar la manera de mantener la participación en manifestaciones en la ciudad.
Hay una cuestión de fondo muy seria. Por un lado, un manejo de la opinión pública para satanizar a todo aquel que procure o simpatice con la idea de revisar las presuntas irregularidades de la elección presidencial. Por el otro, un amplio sector de la población, tan amplio que resultaría imposible que todos estuvieran infectados con la demente intención de levantarse en armas; lo que Fernando del Paso advirtió en su respuesta fue que se trata de gente ordinaria.
Si es verdad que este ánimo público de condenar el uso de los recursos de revisión que la propia ley señala para dar certeza a nuestras elecciones es producto de una decisión del Estado, entonces es también es cierto lo que el uruguayo afirmaba y entonces lo nuestro no es una democracia. Haciendo un esfuerzo por no creerle a este amigo (podríamos incluso aplicarle el 33 constitucional) aún así queda la pregunta: ¿entonces por qué el Estado permite esta descalificación al disenso?
“Yo soy un hombre de letras” fue el discurso de Fernando del Paso cuando fue recibido como miembro de El Colegio Nacional. Ahora lo escucho con esa voz contundente que tanto he admirado y entonces entiendo lo difícil que para México es este momento. La mitología dice que Pandora alcanzó a cerrar la caja justo antes de que se escapara la esperanza…
Te vas Alfonsina...
(Publicado en La Jornada Jalisco, 16 de julio de 2006)
“¡Por favor, qué cosas dices! Ni que vinieras del Amazonas” me dijeron aquella vez que me burlé de su preocupación por la probable lluvia de la tarde. Estábamos en la ciudad de México y yo les comentaba algo así como “¡Lluvias, las de mi tierra! En Guadalajara llueve torrencialmente y en menos de 20 minutos las sirenas suenan, los árboles se caen y todo se inunda”.
Era gracioso cuando uno de los amigos solemnemente hacía sus predicciones el 31 de diciembre: “Pronostico que este año será el más caluroso en mucho tiempo, que los maestros solicitarán un aumento salarial y que caerán lluvias torrenciales que afectarán a las zonas más pobres de la ciudad”.
Ciertamente la temporada tiene su belleza y aquello del olor a tierra mojada es sinónimo de que concluyen los calores agobiantes, las tardes refrescarán y tendremos un vientecito fresco inigualable. Sin embargo (ya salió el “pero”) no todo es tan gracioso o bello. Ella platicaba que había sido uno de los peores días de su vida. Tenía 3 o 4 meses de embarazo. Se había comprado su seminuevo con mucho esfuerzo, entonces era aún estudiante, y de hecho iba saliendo del campus cuando se le ocurrió atravesar la ciudad, ganarle a los nubarrones.
Hasta ese momento entendió si las calles subían o bajaban, es decir, más que norte o sur en Guadalajara sabemos que La Calzada es “abajo”. ¡El agua también lo sabe! Cerca del cruce con Maestros, en plena glorieta su auto simplemente se apagó, presionada por el tráfico detenido, después de unos momentos interminables y algo de claustrofobia se bajó de él. El agua le llegaba casi a las rodillas y un taxista desesperado también descendió de su vehículo para ayudar: “¡Empújele!”, se puso convenientemente detrás de ella para subir el auto a una cochera. Supongo, que luego no tuvo más opción que aguantarse la sensación de ultraje y contratar ese mismo taxi para salir del atolladero a buscar ayuda.
Sé que no hay comparación, por supuesto, entre esta historia y la reportada en los medios esta semana sobre el hombre que se llevó la lluvia…
Agua-dalajara. ¡Y pensar que todo ese caudal se va al caño! Mezclado con las aguas negras, lo podemos ver en los geiseres que emergen cuando una tapa de concreto es botada por la presión de la corriente.
La mayor proporción del agua dulce en el mundo se encuentra en las capas subterráneas y las nuestras cada vez están peor debido a que nos la hemos ingeniado para no restituir el agua de la lluvia al subsuelo. Por eso tenemos problemas tan graves como los hundimientos de Nextipac y muchos otros.
Lo más triste del caso es que la situación no cambiará. El agua y en general el medio ambiente no son prioridad para nuestros gobiernos. Así que olvídenlo: la ciudad seguirá creciendo desordenadamente, a los nuevos fraccionamientos no se les exigirá que hagan pozos de reabsorción o separen los drenajes de aguas sucias, no habrá nuevas líneas de tren ligero, nadie cuidará a La Primavera, etc. (¡caramba! parezco más apocalíptica que las predicciones anuales de mi amigo).
Las autoridades en materia de agua dicen que no hay de otra, que no tiene sentido que nos expliquen porque definitivamente no tendríamos el nivel técnico para entenderlos, pero que debemos creerles cuando afirma que no hay de otra, que no es factible aprovechar el agua de la lluvia, así que lo mejor es entubarla junto con la negra y descargarla aguas abajo de la futura presa. Debemos estar tranquilos, dicen ellos, porque a Arcediano no llegará esa agua “cochina” (o sea, no tendrá caca, aunque según investigadores universitarios sí tendrá metales pesados, contaminantes peligrosos, desechos industriales y mucho más). ¿Y si la lluvia desborda el colector, que correría en paralelo al río, el agua sucia contaminaría a la supuestamente potable? ¡Hombre, ¿qué tanto es tantito? Ni que lloviera tanto!
En fin, debo terminar este artículo antes de que la inminente tormenta haga que se vaya la luz. Mejor aprovecharé que estoy en casa para disfrutar la lluvia y trataré de preocuparme menos, después de todo no hay nada que yo pueda hacer para cambiar el rumbo de una tragedia ambiental. Ya veremos después y entonces sí ¡sepa dios qué angustia nos acompañará!
“¡Por favor, qué cosas dices! Ni que vinieras del Amazonas” me dijeron aquella vez que me burlé de su preocupación por la probable lluvia de la tarde. Estábamos en la ciudad de México y yo les comentaba algo así como “¡Lluvias, las de mi tierra! En Guadalajara llueve torrencialmente y en menos de 20 minutos las sirenas suenan, los árboles se caen y todo se inunda”.
Era gracioso cuando uno de los amigos solemnemente hacía sus predicciones el 31 de diciembre: “Pronostico que este año será el más caluroso en mucho tiempo, que los maestros solicitarán un aumento salarial y que caerán lluvias torrenciales que afectarán a las zonas más pobres de la ciudad”.
Ciertamente la temporada tiene su belleza y aquello del olor a tierra mojada es sinónimo de que concluyen los calores agobiantes, las tardes refrescarán y tendremos un vientecito fresco inigualable. Sin embargo (ya salió el “pero”) no todo es tan gracioso o bello. Ella platicaba que había sido uno de los peores días de su vida. Tenía 3 o 4 meses de embarazo. Se había comprado su seminuevo con mucho esfuerzo, entonces era aún estudiante, y de hecho iba saliendo del campus cuando se le ocurrió atravesar la ciudad, ganarle a los nubarrones.
Hasta ese momento entendió si las calles subían o bajaban, es decir, más que norte o sur en Guadalajara sabemos que La Calzada es “abajo”. ¡El agua también lo sabe! Cerca del cruce con Maestros, en plena glorieta su auto simplemente se apagó, presionada por el tráfico detenido, después de unos momentos interminables y algo de claustrofobia se bajó de él. El agua le llegaba casi a las rodillas y un taxista desesperado también descendió de su vehículo para ayudar: “¡Empújele!”, se puso convenientemente detrás de ella para subir el auto a una cochera. Supongo, que luego no tuvo más opción que aguantarse la sensación de ultraje y contratar ese mismo taxi para salir del atolladero a buscar ayuda.
Sé que no hay comparación, por supuesto, entre esta historia y la reportada en los medios esta semana sobre el hombre que se llevó la lluvia…
Agua-dalajara. ¡Y pensar que todo ese caudal se va al caño! Mezclado con las aguas negras, lo podemos ver en los geiseres que emergen cuando una tapa de concreto es botada por la presión de la corriente.
La mayor proporción del agua dulce en el mundo se encuentra en las capas subterráneas y las nuestras cada vez están peor debido a que nos la hemos ingeniado para no restituir el agua de la lluvia al subsuelo. Por eso tenemos problemas tan graves como los hundimientos de Nextipac y muchos otros.
Lo más triste del caso es que la situación no cambiará. El agua y en general el medio ambiente no son prioridad para nuestros gobiernos. Así que olvídenlo: la ciudad seguirá creciendo desordenadamente, a los nuevos fraccionamientos no se les exigirá que hagan pozos de reabsorción o separen los drenajes de aguas sucias, no habrá nuevas líneas de tren ligero, nadie cuidará a La Primavera, etc. (¡caramba! parezco más apocalíptica que las predicciones anuales de mi amigo).
Las autoridades en materia de agua dicen que no hay de otra, que no tiene sentido que nos expliquen porque definitivamente no tendríamos el nivel técnico para entenderlos, pero que debemos creerles cuando afirma que no hay de otra, que no es factible aprovechar el agua de la lluvia, así que lo mejor es entubarla junto con la negra y descargarla aguas abajo de la futura presa. Debemos estar tranquilos, dicen ellos, porque a Arcediano no llegará esa agua “cochina” (o sea, no tendrá caca, aunque según investigadores universitarios sí tendrá metales pesados, contaminantes peligrosos, desechos industriales y mucho más). ¿Y si la lluvia desborda el colector, que correría en paralelo al río, el agua sucia contaminaría a la supuestamente potable? ¡Hombre, ¿qué tanto es tantito? Ni que lloviera tanto!
En fin, debo terminar este artículo antes de que la inminente tormenta haga que se vaya la luz. Mejor aprovecharé que estoy en casa para disfrutar la lluvia y trataré de preocuparme menos, después de todo no hay nada que yo pueda hacer para cambiar el rumbo de una tragedia ambiental. Ya veremos después y entonces sí ¡sepa dios qué angustia nos acompañará!
De partidos y finales
(Publicado en La Jornada Jalisco, 9 de julio de 2006)
Cuando la invitábamos a ver los partidos solía interrumpirnos en los mejores momentos, o en el medio tiempo quería que mejor hiciéramos otra cosa. Al principio tratamos de hacernos los disimulados y mantener la concentración en el juego, ya con el tiempo comenzamos a reprocharle su desdén por el futbol, entonces nos contó que ella en un tiempo de su vida era fanática, era 100% chiva y en una final que su equipo perdió ella sufrió tanto que determinó que debería eliminar la afición a ese deporte de por vida…
Me acuerdo de ella sobre todo cuando algunas televisoras abusan de las escenas de sufrimiento del público al finalizar un partido (¿vieron los dramáticos últimos minutos del Chivas-Pachuca en mayo?). Bueno, ¡y cómo no entenderlo! Después de un desafortunado 0 a 0 de México con Angola, la decepcionante derrota con Portugal, la esperanza, como siempre se dice, muere al último. Tras ver al tricolor dar pelea por más de noventa minutos, el 2º. gol de Argentina en tiempos extra fue… vamos, para qué recordar ese amargo sentimiento que compartimos todos.
“Así es el fútbol: a veces se pierde, a veces se gana”, frase sabia que después de haberla escuchado le he encontrado mucha utilidad ¡y sobre todo en estos días! Para todos aquellos que le iban a Brasil (ya saben, en cuanto pierde nuestra selección, solemos trasladar nuestra fe al país carioca), a Argentina, a Alemania, o a cualquier otro que ya quedó eliminado, la adrenalina del 2, 3, 4, pero sobre todo la noche del 5 de julio llegó probablemente a niveles peligrosos.
“¿Durmieron?” fue mi frase inicial de la exposición en la mañana del jueves 6. Era un curso de capacitación para el gobierno del estado, me habían invitado a hablar sobre transparencia y rendición de cuentas, pero no resistí la tentación de hablar sobre el momento histórico de las elecciones presidenciales y los resultados del conteo distrital. De tantos fenómenos de los que podíamos discurrir (como la segunda vuelta, la duración y costos de campañas, las precampañas, etc.) y evitando crear controversias, nos centramos en la dualidad: norte-sur, ricos-pobres, izquierda-derecha, la triste reafirmación de la vieja idea de que hay dos Méxicos.
Traté de destacar que al margen de cualquier preferencia, la desigualdad social, la pobreza y la divergencia de qué rumbo tomar eran los hechos de fondo que el resultado electoral destacaba. También quería llevarlos a advertir que las polarizaciones eran peligrosas, porque cada postura tiene su lógica y razones… “Eso de la pobreza es un mito, la verdad es que la gente es pobre porque es floja, porque cuando alguien quiere trabajar, caray hasta con una cubetita podría lavar un carro…” me interrumpió uno de los asistentes, un chico realmente joven (¿ya les había mencionado que eran funcionarios, mandos medios?).
Me hizo recordar a unas alumnas de Relaciones Internacionales que tuve hace ya varios años en una universidad privada. El tema era migración; a ellas se les ocurrió comentar que los mexicanos se iban al país vecino por curiosidad, por buscar el camino fácil, puesto que oportunidades de trabajo aquí hay muchas. Las dejé opinar y en seguida proyecté un video, Los que se van, un reportaje del Colegio de la Frontera Norte con escenas y entrevistas en Tijuana, en el muro; debo decir que se trataba de un documental en todo el sentido de la palabra, es decir, dejaba que la realidad hablara con toda su crudeza. Cuando concluyó, esas chicas estaban llorando. “Alguien que está dispuesto a vivir eso es porque las expectativas de vida en casa son mucho peores”, les dije, no para torturarlas sino para invitarlas a que, si en su carrera profesional llegaban a tomar decisiones que afectaran a la colectividad, no olvidaran que si bien desde nuestra realidad no alcanzamos a ver la de los otros, aun sigue siendo realidad y es la que vive una gran parte (si no es que la mayoría) de los mexicanos.
Así es la democracia: a veces se pierde, a veces se gana ¡hasta con un voto! “Pitágoras era matemático, no político” recibí un mensaje de celular en la madrugada del jueves, su remitente me hacía alusión al conteo de votos, festejando que la tendencia resultaba ya innegable a favor de su candidato. Me parece que la gran participación el domingo pasado sí denota ese respeto por la regla democrática; ciertamente ya suena lógico que el sistema electoral necesita algunos ajustes, pero también debemos entender que la democracia tiene una connotación más profunda: implica apropiarse de valores como la tolerancia, el disenso, el consenso, la pluralidad, el libre debate de ideas.
Tal vez sea la falta de costumbre. Me explico: en una final todos sabemos que en caso de empate siguen los tiempos extra y si no se resuelve, están los penales. El argumento de que debe respetarse la voluntad de 15 millones de mexicanos, esgrimido para demeritar que la voluntad de los 14.8 millones pida un recurso de revisión, me parece poco democrático porque las reglas del juego establecen esa posibilidad: es un derecho, que no deberíamos temer a utilizar porque es un cause absolutamente institucional.
No hay que preocuparnos, antes de 2 meses tendremos un presidente oficialmente electo. Lo que deberíamos quitarnos el sueño es encontrar en nosotros mismos esos valores antidemocráticos que nos hagan ver sólo a los 14.8 o 15 millones y nos impida mirar al país como un todo.
Cuando la invitábamos a ver los partidos solía interrumpirnos en los mejores momentos, o en el medio tiempo quería que mejor hiciéramos otra cosa. Al principio tratamos de hacernos los disimulados y mantener la concentración en el juego, ya con el tiempo comenzamos a reprocharle su desdén por el futbol, entonces nos contó que ella en un tiempo de su vida era fanática, era 100% chiva y en una final que su equipo perdió ella sufrió tanto que determinó que debería eliminar la afición a ese deporte de por vida…
Me acuerdo de ella sobre todo cuando algunas televisoras abusan de las escenas de sufrimiento del público al finalizar un partido (¿vieron los dramáticos últimos minutos del Chivas-Pachuca en mayo?). Bueno, ¡y cómo no entenderlo! Después de un desafortunado 0 a 0 de México con Angola, la decepcionante derrota con Portugal, la esperanza, como siempre se dice, muere al último. Tras ver al tricolor dar pelea por más de noventa minutos, el 2º. gol de Argentina en tiempos extra fue… vamos, para qué recordar ese amargo sentimiento que compartimos todos.
“Así es el fútbol: a veces se pierde, a veces se gana”, frase sabia que después de haberla escuchado le he encontrado mucha utilidad ¡y sobre todo en estos días! Para todos aquellos que le iban a Brasil (ya saben, en cuanto pierde nuestra selección, solemos trasladar nuestra fe al país carioca), a Argentina, a Alemania, o a cualquier otro que ya quedó eliminado, la adrenalina del 2, 3, 4, pero sobre todo la noche del 5 de julio llegó probablemente a niveles peligrosos.
“¿Durmieron?” fue mi frase inicial de la exposición en la mañana del jueves 6. Era un curso de capacitación para el gobierno del estado, me habían invitado a hablar sobre transparencia y rendición de cuentas, pero no resistí la tentación de hablar sobre el momento histórico de las elecciones presidenciales y los resultados del conteo distrital. De tantos fenómenos de los que podíamos discurrir (como la segunda vuelta, la duración y costos de campañas, las precampañas, etc.) y evitando crear controversias, nos centramos en la dualidad: norte-sur, ricos-pobres, izquierda-derecha, la triste reafirmación de la vieja idea de que hay dos Méxicos.
Traté de destacar que al margen de cualquier preferencia, la desigualdad social, la pobreza y la divergencia de qué rumbo tomar eran los hechos de fondo que el resultado electoral destacaba. También quería llevarlos a advertir que las polarizaciones eran peligrosas, porque cada postura tiene su lógica y razones… “Eso de la pobreza es un mito, la verdad es que la gente es pobre porque es floja, porque cuando alguien quiere trabajar, caray hasta con una cubetita podría lavar un carro…” me interrumpió uno de los asistentes, un chico realmente joven (¿ya les había mencionado que eran funcionarios, mandos medios?).
Me hizo recordar a unas alumnas de Relaciones Internacionales que tuve hace ya varios años en una universidad privada. El tema era migración; a ellas se les ocurrió comentar que los mexicanos se iban al país vecino por curiosidad, por buscar el camino fácil, puesto que oportunidades de trabajo aquí hay muchas. Las dejé opinar y en seguida proyecté un video, Los que se van, un reportaje del Colegio de la Frontera Norte con escenas y entrevistas en Tijuana, en el muro; debo decir que se trataba de un documental en todo el sentido de la palabra, es decir, dejaba que la realidad hablara con toda su crudeza. Cuando concluyó, esas chicas estaban llorando. “Alguien que está dispuesto a vivir eso es porque las expectativas de vida en casa son mucho peores”, les dije, no para torturarlas sino para invitarlas a que, si en su carrera profesional llegaban a tomar decisiones que afectaran a la colectividad, no olvidaran que si bien desde nuestra realidad no alcanzamos a ver la de los otros, aun sigue siendo realidad y es la que vive una gran parte (si no es que la mayoría) de los mexicanos.
Así es la democracia: a veces se pierde, a veces se gana ¡hasta con un voto! “Pitágoras era matemático, no político” recibí un mensaje de celular en la madrugada del jueves, su remitente me hacía alusión al conteo de votos, festejando que la tendencia resultaba ya innegable a favor de su candidato. Me parece que la gran participación el domingo pasado sí denota ese respeto por la regla democrática; ciertamente ya suena lógico que el sistema electoral necesita algunos ajustes, pero también debemos entender que la democracia tiene una connotación más profunda: implica apropiarse de valores como la tolerancia, el disenso, el consenso, la pluralidad, el libre debate de ideas.
Tal vez sea la falta de costumbre. Me explico: en una final todos sabemos que en caso de empate siguen los tiempos extra y si no se resuelve, están los penales. El argumento de que debe respetarse la voluntad de 15 millones de mexicanos, esgrimido para demeritar que la voluntad de los 14.8 millones pida un recurso de revisión, me parece poco democrático porque las reglas del juego establecen esa posibilidad: es un derecho, que no deberíamos temer a utilizar porque es un cause absolutamente institucional.
No hay que preocuparnos, antes de 2 meses tendremos un presidente oficialmente electo. Lo que deberíamos quitarnos el sueño es encontrar en nosotros mismos esos valores antidemocráticos que nos hagan ver sólo a los 14.8 o 15 millones y nos impida mirar al país como un todo.
¿Por qué sí?
(Publicado en La Jornada Jalisco, 2 de julio de 2006)
Tener eventos académicos/culturales internacionales en la ciudad es verdaderamente un acierto. Una de las muchas cosas que le agradezco a la universidad pública es el haber podido participar en muchos de ellos y de muchas formas. Hace dos FIL, en cuanto me comunicaron que sería su anfitriona bajé su currículum de Internet para saber un poco más de él: Nelson Caucoto, abogado chileno, defensor de derechos humanos, el principal querellante en cuanto a casos en contra de Pinochet, mismos que se presentaron ante el juez Castresana.
Siendo tan distinguido personaje estaba algo nerviosa por conocerlo, pero sobre todo preguntándome si habría la empatía suficiente para cumplir la misión de causar en él una buena impresión en nombre la institución y de los tapatíos en general. Llegaron él y su esposa, en poco tiempo mis temores se esfumaron y establecimos con ellos una magnífica amistad mi equipo y yo.
Un hombre de quien hay mucho qué aprender, no me refiero sólo a su sapiencia (¡qué vergüenza nos dio que tuviera tanto conocimiento de nuestro país y nosotros tan poco del suyo!). Nos impresionó de él esa gran convicción por el humanismo, la democracia, el compromiso social.
En una plática más casual me comentaron los Caucoto: “¿Sabes qué nos sorprende de México? Que los chilenos y los mexicanos somos iguales, en rasgos físicos, si yo camino acá parezco un mexicano más y si tú fueras a Santiago serías como cualquier chilena ¿ya?”. Algunos meses más tarde pude darles la razón cuando tuve la fortuna de asistir a un congreso (otro aplauso a los eventos académicos internacionales) justo en la capital chilena. Será que yo no he viajado mucho, pero la primera impresión de andar por allá es que se siente uno en casa, por los rasgos de la gente, por el español, por las semejanzas históricas que no dejan de plasmarse en la arquitectura, pero también por el carácter cálido y amigable de los chilenos.
Los Caucoto no perdieron momento para invitarme a mi y otro par de colegas tapatíos que también iban al congreso. Nelson nos dio un tour por el centro que de ninguna otra manera hubiéramos tenido, pues él lo impregnó de todo el recuerdo y trascendencia de los acontecimientos históricos del golpe de estado y la dictadura; también nos invitó a su programa en una estación de radio alternativa.
En una de las cenas se suscitó un debate interesante. Él nos preguntaba sobre el gobierno de Fox con algo de simpatía por nuestro primer mandatario, el amigo que me acompañaba reaccionó de inmediato causando una gran controversia (debo decir que mi colega es un apasionado anti-foxista, creo que fue de los primeros en comprar el libro del güirigüri que salió hace un par de años). Tal vez fue mi error por decir que, si el tiempo volviera al año 2000 y pudiera yo saber que la de Fox sería una pésima gestión gubernamental (lamento decirlo así, pero dudo que alguien pueda fundamentar sólidamente una postura contraria), pese a todo, yo sí volvería a votar por él porque era la forma de terminar con un régimen anti-democrático.
La discusión subió de tono y lo paradójico fue que Nelson, hombre de izquierda, defendiera la decisión de los mexicanos de subir al poder a la derecha: “Nosotros desde acá no tenemos información profunda de lo que sucede actualmente en México, pero no hay duda de que fue el inicio de la democracia, gracias a eso ahora es posible que en las próximas elecciones llegue López Obrador u otro”. Su argumento me pareció contundente, sobre todo viniendo de alguien que no sólo vivió y padeció la dictadura, sino que ahora continúa luchando por que se haga justicia de los horrores que ese régimen causó.
Traigo a colación toda esta historia porque normalmente creemos que sólo en los países desarrollados los ciudadanos encuentran un beneficio real en la democracia, que ellos realmente sí eligen a sus gobernantes y que pueden castigarlos a través del voto. Muchos mexicanos pueden estar pensando “¿para qué votar si… (y hacemos un recuento de los vicios políticos y de gestión gubernamental que padecemos)?”. Los teóricos llaman a este fenómeno “desilusión de la democracia”.
Pero Chile es un país hermano, incluso es más pobre que el nuestro, no hablo de la macroeconomía, sino de la vida cotidiana, ellos tienen menos “plata” y la ciudad está mucho más limpia, hay menos desigualdad, las campañas presidenciales (me tocó esa temporada) son mucho más mesuradas y una mejor cultura política en general se percibe en todos.
Pensar que los latinos sí podemos tener una sociedad así o mejor y que eso se logra a través del compromiso de todos es un por qué sí votar hoy. Así que si usted todavía está a tiempo y no lo ha hecho, por favor, vaya a las urnas.
Comparto la desazón de algunos sucesos de esta elección que definitivamente no son democráticos: confieso que me pasé toda la semana tratando de pensar en cómo argumentar a ustedes el por qué sí votar también en la elección local; después de superar la jaqueca de la guerra del lodo y la debilidad de nuestras instituciones electorales locales, llegué a la conclusión de que debemos votar justamente para eso, para manifestar desacuerdos, para hacernos presentes como electores (elegidores) inteligentes, para que sepan que estamos ahí.
Tener eventos académicos/culturales internacionales en la ciudad es verdaderamente un acierto. Una de las muchas cosas que le agradezco a la universidad pública es el haber podido participar en muchos de ellos y de muchas formas. Hace dos FIL, en cuanto me comunicaron que sería su anfitriona bajé su currículum de Internet para saber un poco más de él: Nelson Caucoto, abogado chileno, defensor de derechos humanos, el principal querellante en cuanto a casos en contra de Pinochet, mismos que se presentaron ante el juez Castresana.
Siendo tan distinguido personaje estaba algo nerviosa por conocerlo, pero sobre todo preguntándome si habría la empatía suficiente para cumplir la misión de causar en él una buena impresión en nombre la institución y de los tapatíos en general. Llegaron él y su esposa, en poco tiempo mis temores se esfumaron y establecimos con ellos una magnífica amistad mi equipo y yo.
Un hombre de quien hay mucho qué aprender, no me refiero sólo a su sapiencia (¡qué vergüenza nos dio que tuviera tanto conocimiento de nuestro país y nosotros tan poco del suyo!). Nos impresionó de él esa gran convicción por el humanismo, la democracia, el compromiso social.
En una plática más casual me comentaron los Caucoto: “¿Sabes qué nos sorprende de México? Que los chilenos y los mexicanos somos iguales, en rasgos físicos, si yo camino acá parezco un mexicano más y si tú fueras a Santiago serías como cualquier chilena ¿ya?”. Algunos meses más tarde pude darles la razón cuando tuve la fortuna de asistir a un congreso (otro aplauso a los eventos académicos internacionales) justo en la capital chilena. Será que yo no he viajado mucho, pero la primera impresión de andar por allá es que se siente uno en casa, por los rasgos de la gente, por el español, por las semejanzas históricas que no dejan de plasmarse en la arquitectura, pero también por el carácter cálido y amigable de los chilenos.
Los Caucoto no perdieron momento para invitarme a mi y otro par de colegas tapatíos que también iban al congreso. Nelson nos dio un tour por el centro que de ninguna otra manera hubiéramos tenido, pues él lo impregnó de todo el recuerdo y trascendencia de los acontecimientos históricos del golpe de estado y la dictadura; también nos invitó a su programa en una estación de radio alternativa.
En una de las cenas se suscitó un debate interesante. Él nos preguntaba sobre el gobierno de Fox con algo de simpatía por nuestro primer mandatario, el amigo que me acompañaba reaccionó de inmediato causando una gran controversia (debo decir que mi colega es un apasionado anti-foxista, creo que fue de los primeros en comprar el libro del güirigüri que salió hace un par de años). Tal vez fue mi error por decir que, si el tiempo volviera al año 2000 y pudiera yo saber que la de Fox sería una pésima gestión gubernamental (lamento decirlo así, pero dudo que alguien pueda fundamentar sólidamente una postura contraria), pese a todo, yo sí volvería a votar por él porque era la forma de terminar con un régimen anti-democrático.
La discusión subió de tono y lo paradójico fue que Nelson, hombre de izquierda, defendiera la decisión de los mexicanos de subir al poder a la derecha: “Nosotros desde acá no tenemos información profunda de lo que sucede actualmente en México, pero no hay duda de que fue el inicio de la democracia, gracias a eso ahora es posible que en las próximas elecciones llegue López Obrador u otro”. Su argumento me pareció contundente, sobre todo viniendo de alguien que no sólo vivió y padeció la dictadura, sino que ahora continúa luchando por que se haga justicia de los horrores que ese régimen causó.
Traigo a colación toda esta historia porque normalmente creemos que sólo en los países desarrollados los ciudadanos encuentran un beneficio real en la democracia, que ellos realmente sí eligen a sus gobernantes y que pueden castigarlos a través del voto. Muchos mexicanos pueden estar pensando “¿para qué votar si… (y hacemos un recuento de los vicios políticos y de gestión gubernamental que padecemos)?”. Los teóricos llaman a este fenómeno “desilusión de la democracia”.
Pero Chile es un país hermano, incluso es más pobre que el nuestro, no hablo de la macroeconomía, sino de la vida cotidiana, ellos tienen menos “plata” y la ciudad está mucho más limpia, hay menos desigualdad, las campañas presidenciales (me tocó esa temporada) son mucho más mesuradas y una mejor cultura política en general se percibe en todos.
Pensar que los latinos sí podemos tener una sociedad así o mejor y que eso se logra a través del compromiso de todos es un por qué sí votar hoy. Así que si usted todavía está a tiempo y no lo ha hecho, por favor, vaya a las urnas.
Comparto la desazón de algunos sucesos de esta elección que definitivamente no son democráticos: confieso que me pasé toda la semana tratando de pensar en cómo argumentar a ustedes el por qué sí votar también en la elección local; después de superar la jaqueca de la guerra del lodo y la debilidad de nuestras instituciones electorales locales, llegué a la conclusión de que debemos votar justamente para eso, para manifestar desacuerdos, para hacernos presentes como electores (elegidores) inteligentes, para que sepan que estamos ahí.
Cristales y diversos
(Publicado en La Jornada Jalisco, 25 de junio de 2006)
Teníamos mucho tiempo sin vernos, estábamos cenando y como postre me acordé de que me gusta fastidiarlo preguntándole sobre su vida amorosa, porque solía guardar esa información como secreto de estado, actitud que yo tomaba como un acto de arrogancia propio de su edad. A diferencia de las anteriores, en esta ocasión no fue reservado y comenzó a contarme sus penas. “No te preocupes, ella te llamará pronto para hablar, verás que seguirán como si nada”, le dije para animarlo; entonces él finalmente me lo soltó: “no es ella, es él; soy gay”.
No me considero prejuiciosa, no en ese aspecto. No niego que me causó sorpresa porque no lo había notado en lo más absoluto; “por favor, pero si vengo mandándote indirectas desde hace años”, me dijo. En ese momento me cayó una auténtica preocupación, no por su preferencia o por el problema con su pareja actual (a final de cuentas es la misma cosa independientemente del género), sino por lo que implica ser homosexual en una sociedad tan retrógrada. Efectivamente, me comentó que en ocasiones se encontraba a compañeros de trabajo en algún lugar “de ambiente” y que ello redundaba en algunos cambios en los días siguientes, como bromas que parecían indirectas, otro tipo de saludo por parte de los colegas, etc. Me dolió una de sus anécdotas: al llegar a su espacio de trabajo, en el pintarrón habían dibujado mariposas.
Recordé el chiste aquel de que sí existe el hombre perfecto, pero lamentablemente es gay. Y sí, mi amigo es guapo, inteligente, trabajador, de buenos valores. Me dice que el ambiente gay es exigente, que por eso se cuidan tanto; recordé la frustrante hipótesis que me atormenta desde hace algunos años: existe una correlación positiva entre los kilos extra y el número de personas que me llaman “señora” en la calle.
Me apenan las dificultades y discriminaciones por las que atraviesan los homosexuales en México, pero en realidad no son los únicos.
Mi filiación: mujeres mayores de treinta solteras o divorciadas con un buen desarrollo profesional… ¿Es sólo un grupo estadístico o implica también una etiqueta? No intento ser paranoica, pero ciertamente hay muchas cosas que resultan bastante incómodas para mujeres como yo. La culpa la tiene la Biblia, sí, con aquello del arca de Noé, la vida parece estar diseñada para andar en parejas.
Pero no únicamente es la cuestión de la vida privada, ¿han oído hablar del techo de cristal? Se refiere a que las mujeres podemos avanzar en el terreno profesional sólo hasta cierto punto, hasta toparnos con es barrera invisible después de la cual el género masculino ocupa todos los lugares. Debo aclarar que no soy feminista, así que no quiero ni siquiera sugerir que los hombres tratan de dominarnos y humillarnos. A lo largo de mi vida no he sentido tal discriminación; bueno, sólo un par de veces me quedó esa sensación, pero en general, incluso he disfrutado de ciertas ventajas (particularmente cuando me sorprenden cometiendo una falta vial y me perdonan la multa).
Lo que sí es un hecho es que conforme se avanza a mejores posiciones laborales la proporción de mujeres es muchísimo menor; honestamente yo se lo atribuyo no a la voluntad maligna de los hombres sino a una carencia de aspiración a esas posiciones por parte de las mujeres (o tal vez ahí esté el meollo del asunto, en el conjunto de valores).
No tomo el tema de las mujeres en general, mencionaba a mi “grupo estadístico”, como minoría porque ése es el punto: sentirse el o la “rarito(a)”, por alguna característica física, por la forma de pensar, por el lugar de nacimiento, por una conducta diferente, etc. Por eso cuando este amigo vacilaba en invitarme a un antro gay fui yo quien lo animó, pensando en que ya estoy acostumbrada a ser minoría, así que podría reunirme con otras minorías. Así que fuimos, junto con otros amigos de ambos lados, a un famoso lugar en el centro, donde pasamos una gratísima noche bailando, por el hecho mismo de hacerlo (y además sin tener mis amigas y yo la expectativa del ligue).
Así que aprovecho este espacio para celebrar la realización de la marcha de la diversidad sexual de ayer en nuestra ciudad, porque la tolerancia no debe verse como un discurso, sino como ingrediente esencial de la convivencia social. A final de cuentas, lo diverso es lo humano.
Teníamos mucho tiempo sin vernos, estábamos cenando y como postre me acordé de que me gusta fastidiarlo preguntándole sobre su vida amorosa, porque solía guardar esa información como secreto de estado, actitud que yo tomaba como un acto de arrogancia propio de su edad. A diferencia de las anteriores, en esta ocasión no fue reservado y comenzó a contarme sus penas. “No te preocupes, ella te llamará pronto para hablar, verás que seguirán como si nada”, le dije para animarlo; entonces él finalmente me lo soltó: “no es ella, es él; soy gay”.
No me considero prejuiciosa, no en ese aspecto. No niego que me causó sorpresa porque no lo había notado en lo más absoluto; “por favor, pero si vengo mandándote indirectas desde hace años”, me dijo. En ese momento me cayó una auténtica preocupación, no por su preferencia o por el problema con su pareja actual (a final de cuentas es la misma cosa independientemente del género), sino por lo que implica ser homosexual en una sociedad tan retrógrada. Efectivamente, me comentó que en ocasiones se encontraba a compañeros de trabajo en algún lugar “de ambiente” y que ello redundaba en algunos cambios en los días siguientes, como bromas que parecían indirectas, otro tipo de saludo por parte de los colegas, etc. Me dolió una de sus anécdotas: al llegar a su espacio de trabajo, en el pintarrón habían dibujado mariposas.
Recordé el chiste aquel de que sí existe el hombre perfecto, pero lamentablemente es gay. Y sí, mi amigo es guapo, inteligente, trabajador, de buenos valores. Me dice que el ambiente gay es exigente, que por eso se cuidan tanto; recordé la frustrante hipótesis que me atormenta desde hace algunos años: existe una correlación positiva entre los kilos extra y el número de personas que me llaman “señora” en la calle.
Me apenan las dificultades y discriminaciones por las que atraviesan los homosexuales en México, pero en realidad no son los únicos.
Mi filiación: mujeres mayores de treinta solteras o divorciadas con un buen desarrollo profesional… ¿Es sólo un grupo estadístico o implica también una etiqueta? No intento ser paranoica, pero ciertamente hay muchas cosas que resultan bastante incómodas para mujeres como yo. La culpa la tiene la Biblia, sí, con aquello del arca de Noé, la vida parece estar diseñada para andar en parejas.
Pero no únicamente es la cuestión de la vida privada, ¿han oído hablar del techo de cristal? Se refiere a que las mujeres podemos avanzar en el terreno profesional sólo hasta cierto punto, hasta toparnos con es barrera invisible después de la cual el género masculino ocupa todos los lugares. Debo aclarar que no soy feminista, así que no quiero ni siquiera sugerir que los hombres tratan de dominarnos y humillarnos. A lo largo de mi vida no he sentido tal discriminación; bueno, sólo un par de veces me quedó esa sensación, pero en general, incluso he disfrutado de ciertas ventajas (particularmente cuando me sorprenden cometiendo una falta vial y me perdonan la multa).
Lo que sí es un hecho es que conforme se avanza a mejores posiciones laborales la proporción de mujeres es muchísimo menor; honestamente yo se lo atribuyo no a la voluntad maligna de los hombres sino a una carencia de aspiración a esas posiciones por parte de las mujeres (o tal vez ahí esté el meollo del asunto, en el conjunto de valores).
No tomo el tema de las mujeres en general, mencionaba a mi “grupo estadístico”, como minoría porque ése es el punto: sentirse el o la “rarito(a)”, por alguna característica física, por la forma de pensar, por el lugar de nacimiento, por una conducta diferente, etc. Por eso cuando este amigo vacilaba en invitarme a un antro gay fui yo quien lo animó, pensando en que ya estoy acostumbrada a ser minoría, así que podría reunirme con otras minorías. Así que fuimos, junto con otros amigos de ambos lados, a un famoso lugar en el centro, donde pasamos una gratísima noche bailando, por el hecho mismo de hacerlo (y además sin tener mis amigas y yo la expectativa del ligue).
Así que aprovecho este espacio para celebrar la realización de la marcha de la diversidad sexual de ayer en nuestra ciudad, porque la tolerancia no debe verse como un discurso, sino como ingrediente esencial de la convivencia social. A final de cuentas, lo diverso es lo humano.
Alter-crónica dominical
(Publicado en La Jornada Jalisco, 18 de junio de 2006)
Los domingos son para eso, para tirar la güeva. En estos momentos más de uno de ustedes está aún con ese dolorcito en las sienes acompañado de un ligero mareo, con una fría bebida necesariamente rehidratante en mano y a punto de ver el fút ¡Ah, la vida!
Hace ocho días no tuve ese placer de la grandiosa inmovilidad ante el televisor, no porque no lo hubiera querido sino que simplemente mis circunstancias fueron otras. Justo en la mañana operaban a un familiar, así que muy temprano me armé de valor y tomé la bicicleta dispuesta a aprovechar la situación para espiar la ciudad en la mañana del primer partido del tricolor en el mundial.
Hay que decir que no todo es la vía recreativa, es decir, a esas horas de la mañana la ciudad parece segura aún para los ciclistas. Bueno, jamás me atrevería tomar una avenida grande e invadir el reinado de los minibuseros, así que mejor opté por las calles de Santa Tere. Hacía mucho que no circulaba por ahí; Santa Tere, siempre así, siempre barrio, con todo su sabor y movimiento… bueno, a esas horas no mucho, sólo una señora que había madrugado para ir al mercado (¿a prevenirse para la comida familiar tras el juego?).
En el hospital la tensión era creciente… afortunadamente no porque hubiera una emergencia médica, sino por la proximidad del inicio del anhelado partido. “Se van turnando, sólo dos personas por cuarto y si hay gol no hagan mucho escándalo ¿eh?” fue una de las muchas instrucciones postoperatorias que la doctora dio a mi familia, y por lo que entiendo, era la política hospitalaria del día. No es difícil imaginar la misma escena repetirse en ese instante no sólo en ése sino en la gran mayor parte de los cuartos de hospital del país, bien sea públicos o privados: más de alguno ante una situación que lo amerite nos hemos vuelto expertos en burlar a los vigilantes del IMSS, para poder brindar un rato de dicha familiar a algún interno, no falta aquél que incluso pueda pasar un poco de botana y platos desechables que colocará en la mesa de rueditas.
Tras un breve debate sobre quiénes serían los dos afortunados en no perderse el juego, decidí evitar el estrés del primer tiempo y lanzarme nuevamente a la calle, segura de que en cualquier lugar del territorio nacional el rumor del gol podría llegar a mis oídos. Y efectivamente, en una de las esquinas había una manta que anunciaba la oferta de inauguración de una rosticería, justo cuando reflexionaba que 45 pesos estaba bien si el pollo era de buen tamaño, supe que habíamos logrado el 1 a 0.
Pese a que las calles seguían vacías, el cambio de ambiente sí se notó, alegría y nerviosismo en fondo de los talleres mecánicos, en las cocheras, en los localitos, etc. Probablemente los de las tortas ahogadas estén aún agradeciendo del horario alemán, en cambio, quién sabe cómo les esté yendo a los bares y restaurantes con todo y sus promociones de desayunos futboleros.
Ya de regreso en la vía recreativa recordé que no todo el mundo vive pendiente del balón, en el parque Revolución en un lado un grupo tomaba clases de danza y en el otro había una función de títeres. No los juzgué, yo misma en alguna época lejana fui así, en serio, entender qué es un “fuera de lugar” era una de las cien mil cosas que de plano no me interesaban.
Ahora no soy precisamente fanática, en realidad lo poco que sé de ese popular deporte proviene de los comentarios apasionados de mis amigos o de algún fragmento de noticiero. Sin embargo, algo me pasó en este mundial que me ha puesto muy contenta… ¿qué raro, no? En eso estaba, cuando más que el eco de la crónica del partido lo que percibí, proveniente de una de las terrazas-bar del centro, fue la voz de un candidato presidencial. Lo primero que pensé fue “¡qué horror!”, “ya es el medio tiempo” (segundo pensamiento) y “¡claro! ¡por eso amo el mundial, porque estoy harta de las campañas políticas!”.
Irónicamente en menos de dos cuadras, también en la parte superior del edificio, no en una terraza bebiendo cerveza sino en una foto, algunos panistas de tiempo completo esforzaban sus sonrisas en un anuncio espectacular.
¿Y el segundo tiempo? Sí alcancé a verlo en casa, y como buena mexicana di gracias a Dios por los otros dos goles. Cuando había pasado por el Expiatorio a toda velocidad sentí pena por el posible malestar de los sacerdotes de encontrarse predicando ante un auditorio inusualmente vacío. ¡Qué va! Al contrario, el fútbol nos ayuda a que nos aflore lo religioso, qué duda cabe.
Es más, al terminar el México-Irán no necesitamos pensar en proyectos de nación, ningún candidato compró el tiempo aire posterior para decir sus palabrejas y todos nos sentimos conmovidos por Oswaldo… ¡Ésa, justo ésa es la verdadera unidad nacional!
Los domingos son para eso, para tirar la güeva. En estos momentos más de uno de ustedes está aún con ese dolorcito en las sienes acompañado de un ligero mareo, con una fría bebida necesariamente rehidratante en mano y a punto de ver el fút ¡Ah, la vida!
Hace ocho días no tuve ese placer de la grandiosa inmovilidad ante el televisor, no porque no lo hubiera querido sino que simplemente mis circunstancias fueron otras. Justo en la mañana operaban a un familiar, así que muy temprano me armé de valor y tomé la bicicleta dispuesta a aprovechar la situación para espiar la ciudad en la mañana del primer partido del tricolor en el mundial.
Hay que decir que no todo es la vía recreativa, es decir, a esas horas de la mañana la ciudad parece segura aún para los ciclistas. Bueno, jamás me atrevería tomar una avenida grande e invadir el reinado de los minibuseros, así que mejor opté por las calles de Santa Tere. Hacía mucho que no circulaba por ahí; Santa Tere, siempre así, siempre barrio, con todo su sabor y movimiento… bueno, a esas horas no mucho, sólo una señora que había madrugado para ir al mercado (¿a prevenirse para la comida familiar tras el juego?).
En el hospital la tensión era creciente… afortunadamente no porque hubiera una emergencia médica, sino por la proximidad del inicio del anhelado partido. “Se van turnando, sólo dos personas por cuarto y si hay gol no hagan mucho escándalo ¿eh?” fue una de las muchas instrucciones postoperatorias que la doctora dio a mi familia, y por lo que entiendo, era la política hospitalaria del día. No es difícil imaginar la misma escena repetirse en ese instante no sólo en ése sino en la gran mayor parte de los cuartos de hospital del país, bien sea públicos o privados: más de alguno ante una situación que lo amerite nos hemos vuelto expertos en burlar a los vigilantes del IMSS, para poder brindar un rato de dicha familiar a algún interno, no falta aquél que incluso pueda pasar un poco de botana y platos desechables que colocará en la mesa de rueditas.
Tras un breve debate sobre quiénes serían los dos afortunados en no perderse el juego, decidí evitar el estrés del primer tiempo y lanzarme nuevamente a la calle, segura de que en cualquier lugar del territorio nacional el rumor del gol podría llegar a mis oídos. Y efectivamente, en una de las esquinas había una manta que anunciaba la oferta de inauguración de una rosticería, justo cuando reflexionaba que 45 pesos estaba bien si el pollo era de buen tamaño, supe que habíamos logrado el 1 a 0.
Pese a que las calles seguían vacías, el cambio de ambiente sí se notó, alegría y nerviosismo en fondo de los talleres mecánicos, en las cocheras, en los localitos, etc. Probablemente los de las tortas ahogadas estén aún agradeciendo del horario alemán, en cambio, quién sabe cómo les esté yendo a los bares y restaurantes con todo y sus promociones de desayunos futboleros.
Ya de regreso en la vía recreativa recordé que no todo el mundo vive pendiente del balón, en el parque Revolución en un lado un grupo tomaba clases de danza y en el otro había una función de títeres. No los juzgué, yo misma en alguna época lejana fui así, en serio, entender qué es un “fuera de lugar” era una de las cien mil cosas que de plano no me interesaban.
Ahora no soy precisamente fanática, en realidad lo poco que sé de ese popular deporte proviene de los comentarios apasionados de mis amigos o de algún fragmento de noticiero. Sin embargo, algo me pasó en este mundial que me ha puesto muy contenta… ¿qué raro, no? En eso estaba, cuando más que el eco de la crónica del partido lo que percibí, proveniente de una de las terrazas-bar del centro, fue la voz de un candidato presidencial. Lo primero que pensé fue “¡qué horror!”, “ya es el medio tiempo” (segundo pensamiento) y “¡claro! ¡por eso amo el mundial, porque estoy harta de las campañas políticas!”.
Irónicamente en menos de dos cuadras, también en la parte superior del edificio, no en una terraza bebiendo cerveza sino en una foto, algunos panistas de tiempo completo esforzaban sus sonrisas en un anuncio espectacular.
¿Y el segundo tiempo? Sí alcancé a verlo en casa, y como buena mexicana di gracias a Dios por los otros dos goles. Cuando había pasado por el Expiatorio a toda velocidad sentí pena por el posible malestar de los sacerdotes de encontrarse predicando ante un auditorio inusualmente vacío. ¡Qué va! Al contrario, el fútbol nos ayuda a que nos aflore lo religioso, qué duda cabe.
Es más, al terminar el México-Irán no necesitamos pensar en proyectos de nación, ningún candidato compró el tiempo aire posterior para decir sus palabrejas y todos nos sentimos conmovidos por Oswaldo… ¡Ésa, justo ésa es la verdadera unidad nacional!
Cuatro choques
(Publicado en La Jornada Jalisco, 11 de junio de 2006)
Era ya algo noche, iba por Enrique Díaz de León. El panteón, lúgubre, no porque tema a los muertos sino porque año con año el pavimento es peor y el alumbrado público más tenue. Mi señal es “La Playita”, ahí comienza el tercer carril, siempre he pensado que sólo lo tomamos quienes tenemos poco aprecio a la vida, es tan angosto y el tráfico que viene de frente tan abundante… seguramente por eso está vacío, por peligroso, pero qué le vamos a hacer es la única forma de no ir parando en cada semáforo.
Efectivamente en un dos por tres ya estoy en el cruce de Niños Héroes, distraída o somnolienta supongo, por eso de momento no caigo en cuenta del tremendo estruendo: uno venía iba en dirección al monumento de los Niños Héroes y el otro creo que venía de Televisa, ahora que caigo en cuenta ambos pensaban seguir derecho, y lo que son las cosas, el choque hizo que intercambiaran sus trayectorias. En cámara lenta (¿por qué en los accidentes se hace el tiempo elástico?) uno de ellos se deslizó hacia mi auto y afortunadamente se detuvo antes. Intermitentes, freno de mano, “¿estás bien?”, bajé a decirle, asintió con la cabeza, era un chavito. Luego encendió su carro y se fue. Supuse entonces que él tenía el alto, por eso huyó.
Recordé lo que me sucedió en diciembre. Veníamos por la de Mina también de noche, ahí sí están sincronizados los semáforos, así que no tiene mucho caso pasarse la preventiva. El motociclista que iba a nuestro izquierda se siguió, así que fuimos testigos de primera fila de cómo lo embistió un auto. Deliberamos un poco. Definitivamente el de la mototuvo la culpa, la luz roja ya tenía un rato encendida.
Éramos tres mujeres solas en la madrugada, pero las únicas que podían hacer algo porque no se cometiera una injusticia, así que volvimos. El automovilista estaba ensangrentado, confundido y amagado contra la patrulla. Dimos nuestra versión a los policías, pero nos quedó esa sensación desagradable cuando después de sugerir al tipo que buscara un abogado, uno de los polis añadió “más que abogado lo que necesita es billete”. Y ya saben cómo es esto del dramatismo de la vida, el cuate nos contó que era ayudante de mecánico, casi sin familia, tomó el auto para ir por unos tacos, luego con la novia y de buenas a primeras le sucedió todo esto. Se lo llevó la ambulancia, en calidad de detenido. Nunca nos llamaron para atestiguar.
Muchas veces la verdadera pesadilla comienza a los pocos minutos del accidente.
El año pasado venía en la autopista, habíamos pasado la caseta de Ecuandureo, la llanta de atrás se reventó y al girar se safó una delantera. Mi peor enemigo fue mi agente de seguros, recordar aquella escena que circulaba en la televisión donde tras un choque el ajustador llevaba una cobijita a su cliente siniestrado era, con perdón, una mentada para nosotros en esos instantes. Tuvimos qué sobornar a la policía a sugerencia del ajustador, amenazar a éste para que nos diera los pases médicos, nos dejara ir, nos devolviera nuestros papeles (parece exageración pero en serio ya pensaba fugarse), para que finalmente nos dejara ahí solos a las 3 o 4 de la madrugada muertos de frío, así que también sobornamos al de la grúa para que nos trajera, apretujados en la cabina, hasta Guadalajara.
Fue el de la grúa quien nos contó la negra historia de colusión entre ese ajustador y las autoridades locales, una retahíla de extorsiones en las que el conductor salía perdiendo, “a ustedes les fue bien porque son otro tipo de personas, pero cuando es gente humilde se aprovecha más”. En esas horas le di la razón a mi hermano cuando comentó “qué mala suerte que fueron dos llantas, si hubiera sido una, ponemos la refacción y nos damos a la fuga”, ya después reflexioné que nosotros éramos víctimas, no criminales, pero claro, ¿quién no quiere huir del maldito sistema? Después quise cambiar de aseguradora, el crédito bancario me lo impidió, y cansada del asunto, desistí.
Por eso sólo pude pensar en el vía crucis administrativo que iba a atravesar mi amigo cuando hace unas semanas fue embestido por un camión de la Alianza, lanzado a otro carril e impactado por detrás por una pipa que ya no pudo frenar. El camionero no aceptó la culpa (quería trasladarla al pipero), la razón de fondo: ¡la Alianza no tiene contratada una aseguradora, funcionan con una cooperativa que evidentemente va a escatimar hasta el último peso! La escena del peritaje en las espantosas oficinas de Tránsito fue peculiar: mi amigo y el de la pipa con sus respectivos ajustadores contrastaban enormemente con el chofer del camión y don representante de la cooperativa (¿alguien dijo “mafia”).
A ver, déjenme entender qué sucede. El Estado es el responsable del transporte público (de ahí el apellido, “público) y en Jalisco no sólo tenemos el peor modelo de regulación, cuyo diseño conduce a la concentración del poder de mercado en unas cuantas manos; sino que tampoco el gobierno es capaz de exigirle controles de calidad, es decir les otorga una impunidad de facto…
¿Son demasiadas historias? Ahora que lo pienso la culpa debe ser mía y honestamente sólo puedo recomendar a ustedes que si están circulando y reconocen mi auto, por favor aléjense o de lo contrario pueden ponerse en riesgo.
Era ya algo noche, iba por Enrique Díaz de León. El panteón, lúgubre, no porque tema a los muertos sino porque año con año el pavimento es peor y el alumbrado público más tenue. Mi señal es “La Playita”, ahí comienza el tercer carril, siempre he pensado que sólo lo tomamos quienes tenemos poco aprecio a la vida, es tan angosto y el tráfico que viene de frente tan abundante… seguramente por eso está vacío, por peligroso, pero qué le vamos a hacer es la única forma de no ir parando en cada semáforo.
Efectivamente en un dos por tres ya estoy en el cruce de Niños Héroes, distraída o somnolienta supongo, por eso de momento no caigo en cuenta del tremendo estruendo: uno venía iba en dirección al monumento de los Niños Héroes y el otro creo que venía de Televisa, ahora que caigo en cuenta ambos pensaban seguir derecho, y lo que son las cosas, el choque hizo que intercambiaran sus trayectorias. En cámara lenta (¿por qué en los accidentes se hace el tiempo elástico?) uno de ellos se deslizó hacia mi auto y afortunadamente se detuvo antes. Intermitentes, freno de mano, “¿estás bien?”, bajé a decirle, asintió con la cabeza, era un chavito. Luego encendió su carro y se fue. Supuse entonces que él tenía el alto, por eso huyó.
Recordé lo que me sucedió en diciembre. Veníamos por la de Mina también de noche, ahí sí están sincronizados los semáforos, así que no tiene mucho caso pasarse la preventiva. El motociclista que iba a nuestro izquierda se siguió, así que fuimos testigos de primera fila de cómo lo embistió un auto. Deliberamos un poco. Definitivamente el de la mototuvo la culpa, la luz roja ya tenía un rato encendida.
Éramos tres mujeres solas en la madrugada, pero las únicas que podían hacer algo porque no se cometiera una injusticia, así que volvimos. El automovilista estaba ensangrentado, confundido y amagado contra la patrulla. Dimos nuestra versión a los policías, pero nos quedó esa sensación desagradable cuando después de sugerir al tipo que buscara un abogado, uno de los polis añadió “más que abogado lo que necesita es billete”. Y ya saben cómo es esto del dramatismo de la vida, el cuate nos contó que era ayudante de mecánico, casi sin familia, tomó el auto para ir por unos tacos, luego con la novia y de buenas a primeras le sucedió todo esto. Se lo llevó la ambulancia, en calidad de detenido. Nunca nos llamaron para atestiguar.
Muchas veces la verdadera pesadilla comienza a los pocos minutos del accidente.
El año pasado venía en la autopista, habíamos pasado la caseta de Ecuandureo, la llanta de atrás se reventó y al girar se safó una delantera. Mi peor enemigo fue mi agente de seguros, recordar aquella escena que circulaba en la televisión donde tras un choque el ajustador llevaba una cobijita a su cliente siniestrado era, con perdón, una mentada para nosotros en esos instantes. Tuvimos qué sobornar a la policía a sugerencia del ajustador, amenazar a éste para que nos diera los pases médicos, nos dejara ir, nos devolviera nuestros papeles (parece exageración pero en serio ya pensaba fugarse), para que finalmente nos dejara ahí solos a las 3 o 4 de la madrugada muertos de frío, así que también sobornamos al de la grúa para que nos trajera, apretujados en la cabina, hasta Guadalajara.
Fue el de la grúa quien nos contó la negra historia de colusión entre ese ajustador y las autoridades locales, una retahíla de extorsiones en las que el conductor salía perdiendo, “a ustedes les fue bien porque son otro tipo de personas, pero cuando es gente humilde se aprovecha más”. En esas horas le di la razón a mi hermano cuando comentó “qué mala suerte que fueron dos llantas, si hubiera sido una, ponemos la refacción y nos damos a la fuga”, ya después reflexioné que nosotros éramos víctimas, no criminales, pero claro, ¿quién no quiere huir del maldito sistema? Después quise cambiar de aseguradora, el crédito bancario me lo impidió, y cansada del asunto, desistí.
Por eso sólo pude pensar en el vía crucis administrativo que iba a atravesar mi amigo cuando hace unas semanas fue embestido por un camión de la Alianza, lanzado a otro carril e impactado por detrás por una pipa que ya no pudo frenar. El camionero no aceptó la culpa (quería trasladarla al pipero), la razón de fondo: ¡la Alianza no tiene contratada una aseguradora, funcionan con una cooperativa que evidentemente va a escatimar hasta el último peso! La escena del peritaje en las espantosas oficinas de Tránsito fue peculiar: mi amigo y el de la pipa con sus respectivos ajustadores contrastaban enormemente con el chofer del camión y don representante de la cooperativa (¿alguien dijo “mafia”).
A ver, déjenme entender qué sucede. El Estado es el responsable del transporte público (de ahí el apellido, “público) y en Jalisco no sólo tenemos el peor modelo de regulación, cuyo diseño conduce a la concentración del poder de mercado en unas cuantas manos; sino que tampoco el gobierno es capaz de exigirle controles de calidad, es decir les otorga una impunidad de facto…
¿Son demasiadas historias? Ahora que lo pienso la culpa debe ser mía y honestamente sólo puedo recomendar a ustedes que si están circulando y reconocen mi auto, por favor aléjense o de lo contrario pueden ponerse en riesgo.
Aullido Electoral
(Publicado en La Jornada Jalisco, 4 de junio de 2006)
Candidatos, campañas, distritos, boletas, spots, propaganda. Política. Elecciones. ¿Democracia?
Las bondades teóricas de este sistema político se suman a la verborrea que flota en el ambiente. Aquello de la participación ciudadana, de la decisión colectiva de un proyecto de nación a través del voto son sólo abstracciones.
¿La realidad? Las elecciones 2006 (deberíamos también decir “y 2005 y 2004” dado lo prolongado que ha sido este proceso) se viven distinto en cada círculo ó ambiente nulificando la idea de la igualdad del votante.
Algunas escenas:
“No lo difundas mucho, pero seré diputado federal” anunció ante sus amigos hace casi un año. Alguno de ellos tuvo la osadía de manifestar cierta incredulidad y entonces fue objeto de burla e incluso de cierta lástima: pobre cuate, no conoce el sistema político, pero si la candidatura ya está “amarrada”. Su foto sonriente luce todavía en algunos postes del alumbrado eléctrico de su distrito, pero no, no es candidato sólo se quedó ahí. Resulta que las reglas en el partido ya cambiaron, la hambruna política producto de la alternancia hizo que los grupos internos se diferenciaran tanto que ahora luchan con ferocidad; el juego de las cuotas está arrojando resultados inciertos. ¿O sería que no tuvo dinero suficiente para aportar a la campaña presidencial?
“Queremos escuchar su opinión, que nos conozca, que sepa que si nos apoya estaremos trabajando por usted desde el Congreso” La mujer lanza una mirada de escepticismo; tal vez recuerda que la noche anterior tuvo una discusión con su padre porque no le pasó la llamada de otro de los candidatos (¿de dónde habrán sacado su nombre y teléfono?), “papá, pásamelo, al menos para saber qué dicen”, “ay por dios, pero si cada seis años es lo mismo”. Parada ahí en la banqueta ante el candidato duda un poco antes de decirle que candidatos van y vienen y el problema de la inseguridad del parque es cada vez mayor, que los chavitos se drogan aun frente a las patrullas. El equipo de campaña hace un esfuerzo por explicar que eso es de competencia municipal; el candidato le asegura que cuando sea diputado impulsará reformas legales para abatir el problema, concluye con una gran sonrisa y la entrega de un souvenir electoral. Ella también sonríe: “al menos está guapo”.
Unos pasos más adelante el equipo encuentra un hombre mugroso, lo dudan un poco, probablemente recuerdan aquello de un-hombre-un-voto e inician la rutina “Buenas tardes, queremos escuchar su opini…” “¡Hey! –los interrumpe el de la tiendita– no pierda su tiempo, él qué va a estar votando, se la pasa siempre borracho” El aludido muestra sus dientes desordenados en señal de acuerdo. Todos ríen, la brigada se aleja.
Me pregunto si para el ciudadano a pié existe alguna diferencia, es decir, se levanta, desayuna, toma el camión, trabaja, vive. Todo prácticamente igual. El tiempo de publicidad es prácticamente el mismo, pero en lugar de productos son rostros que lo miran de frente (no reflexiona en las modas del marketing electoral, o en los equipos que lo realizan quienes también tiene sus propias anécdotas de los tiempos electorales).
El ciudadano a pié probablemente el día de la elección tenga otras cosas qué hacer. Probablemente no recuerda los nombres que lee en los cientos de cartelones/spots y mucho menos podría saber en cuál de las 6 boletas se los encontraría de ir a votar. Es más: probablemente camine por Javier Mina y Rita Pérez de Moreno, donde está la barda pintada de rojo y verde que promueve a Enrique Ibarra para Presidente Municipal de Guadalajara 2004-2007, y no caiga en cuenta de que se trata del ahora candidato a gobernador por otro partido.
Por eso le concedo razón a mis perros, de las cosas que les desagrada de la democracia son los altavoces de las caravanas que pasan por la colonia anunciando candidatos… si de plano pasan en domingo muy temprano, yo misma siento el impulso de unirme a su aúllo.
Candidatos, campañas, distritos, boletas, spots, propaganda. Política. Elecciones. ¿Democracia?
Las bondades teóricas de este sistema político se suman a la verborrea que flota en el ambiente. Aquello de la participación ciudadana, de la decisión colectiva de un proyecto de nación a través del voto son sólo abstracciones.
¿La realidad? Las elecciones 2006 (deberíamos también decir “y 2005 y 2004” dado lo prolongado que ha sido este proceso) se viven distinto en cada círculo ó ambiente nulificando la idea de la igualdad del votante.
Algunas escenas:
“No lo difundas mucho, pero seré diputado federal” anunció ante sus amigos hace casi un año. Alguno de ellos tuvo la osadía de manifestar cierta incredulidad y entonces fue objeto de burla e incluso de cierta lástima: pobre cuate, no conoce el sistema político, pero si la candidatura ya está “amarrada”. Su foto sonriente luce todavía en algunos postes del alumbrado eléctrico de su distrito, pero no, no es candidato sólo se quedó ahí. Resulta que las reglas en el partido ya cambiaron, la hambruna política producto de la alternancia hizo que los grupos internos se diferenciaran tanto que ahora luchan con ferocidad; el juego de las cuotas está arrojando resultados inciertos. ¿O sería que no tuvo dinero suficiente para aportar a la campaña presidencial?
“Queremos escuchar su opinión, que nos conozca, que sepa que si nos apoya estaremos trabajando por usted desde el Congreso” La mujer lanza una mirada de escepticismo; tal vez recuerda que la noche anterior tuvo una discusión con su padre porque no le pasó la llamada de otro de los candidatos (¿de dónde habrán sacado su nombre y teléfono?), “papá, pásamelo, al menos para saber qué dicen”, “ay por dios, pero si cada seis años es lo mismo”. Parada ahí en la banqueta ante el candidato duda un poco antes de decirle que candidatos van y vienen y el problema de la inseguridad del parque es cada vez mayor, que los chavitos se drogan aun frente a las patrullas. El equipo de campaña hace un esfuerzo por explicar que eso es de competencia municipal; el candidato le asegura que cuando sea diputado impulsará reformas legales para abatir el problema, concluye con una gran sonrisa y la entrega de un souvenir electoral. Ella también sonríe: “al menos está guapo”.
Unos pasos más adelante el equipo encuentra un hombre mugroso, lo dudan un poco, probablemente recuerdan aquello de un-hombre-un-voto e inician la rutina “Buenas tardes, queremos escuchar su opini…” “¡Hey! –los interrumpe el de la tiendita– no pierda su tiempo, él qué va a estar votando, se la pasa siempre borracho” El aludido muestra sus dientes desordenados en señal de acuerdo. Todos ríen, la brigada se aleja.
Me pregunto si para el ciudadano a pié existe alguna diferencia, es decir, se levanta, desayuna, toma el camión, trabaja, vive. Todo prácticamente igual. El tiempo de publicidad es prácticamente el mismo, pero en lugar de productos son rostros que lo miran de frente (no reflexiona en las modas del marketing electoral, o en los equipos que lo realizan quienes también tiene sus propias anécdotas de los tiempos electorales).
El ciudadano a pié probablemente el día de la elección tenga otras cosas qué hacer. Probablemente no recuerda los nombres que lee en los cientos de cartelones/spots y mucho menos podría saber en cuál de las 6 boletas se los encontraría de ir a votar. Es más: probablemente camine por Javier Mina y Rita Pérez de Moreno, donde está la barda pintada de rojo y verde que promueve a Enrique Ibarra para Presidente Municipal de Guadalajara 2004-2007, y no caiga en cuenta de que se trata del ahora candidato a gobernador por otro partido.
Por eso le concedo razón a mis perros, de las cosas que les desagrada de la democracia son los altavoces de las caravanas que pasan por la colonia anunciando candidatos… si de plano pasan en domingo muy temprano, yo misma siento el impulso de unirme a su aúllo.
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