Monday, October 26, 2009

Muela por muela, año tras año

(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)

Dicen que de las cosas más terribles es el dolor de muelas. No lo contradigo, sólo le agrego: sobre todo cuando se vive en el país del “ahí se va”. Pido una disculpa a los lectores por este desagradable tema pero desde hace una semana no puedo pensar en algo más.

Durante mucho tiempo yo creía haber heredado la “dentadura de caballo” de mi padre. Un mal día sentí el mentado dolorcito y acudí con la hermana de un amigo, quien me indicó que tenía caries en dos muelas, que debía atender primero la más grave, misma  que requeriría endodoncia. Me recomendó a la Dra. V para hacer tal trabajo y yo le hice caso inocentemente. En la primera cita con V, me conmovió su preocupación por su hijita a la que había quedado de recoger y ya era tarde, por eso no hice escándalo de que la doctora no esperara a que surtiera efecto la anestesia en mí. Mi comprensión disminuyó en la segunda cita: V resolvió lo de la hija llevándola consigo al consultorio y la nena para entretenerse apagaba y prendía la luz ¡durante el procedimiento! En la tercera cita, que según esto sería la última, surgió una complicación y me citó de vuelta. Yo, aterrada, no volví más e hice lo que, como buena tapatía, debí hacer desde el principio: preguntar entre los conocidos quién era el mejor endodoncista. Así fui a dar con el Dr. P, quien cumplió ampliamente las expectativas, no sólo por su profesionalismo sino también por su atractivo físico. Creo que esto último influyó para que aceptara sin gritar el terrible diagnóstico: los errores de la Dra. V. condenaron mi muelita a ser extraída. Fue el Dr. M, recomendado por P, quien lo hizo.

El Dr. M me ofreció también hacerme una prótesis para reparar la pérdida, pero el presupuesto exorbitante (por más que fuera de titanio) excedía con mucho lo que yo podía pagar. Mi madre me sugirió acudir con el Dr. R, de precios más accesibles. Aunque no me gustó mucho su trato frío e incluso déspota, accedí a que me hiciera un “puente” (la prótesis, pues) porque quería salir pronto del asunto y comerme un buen filete término medio. A los dos meses se me despegó la cosa, lo que R resolvió reinstalándola. Fue ahí cuando me relajé y, tal vez como mecanismo sicológico de defensa, olvidé por completo que la primera doctora mencionó que eran dos las muelas cariadas. Un tremendo dolor me lo recordó al año siguiente. Acabé de vuelta con el guapo Dr. P, sin embargo, éste ya no pudo salvar la segunda muela (debí haber ido un año antes). Por una complicación, al extraérmela también me quitaron la del juicio y pasé un mes sumida en el peor de los martirios. No quise saber más de prótesis, total, uno se acostumbra a un hueco.

Este año, decidida a no sufrir más por negligencias, me di a la tarea de buscar un dentista de cabecera, así di con la clínica M. No tengo ninguna queja respecto a ellos. Hace 3 meses, después de algunas reparaciones menores, me dijeron que no necesitaría más que futuras revisiones semestrales y que, cuando yo lo decidiera, me podrían hacer la prótesis faltante. No debí alegrarme por ello. La semana pasada el “puente” que mi hizo el Dr. R se despegó de nuevo. En la clínica M me explicaron que esto sucedería constantemente debido a la estructura “grotesca” de la prótesis y que, a la larga, dañaría las piezas sanas. Solución: un nuevo puente. A dos huecos en la boca no puedo acostumbrarme. La alternativa que me ofrecen, si todo sale bien, equivaldrá a poco más de dos meses de mi sueldo completito, pero sólo así los suculentos cortes, tacos dorados y tortas ahogadas dejarán de ser un sueño.

Publicado en el diario el 16 de octubre de 2009