Tuesday, January 26, 2010

Los churros, las mordidas, las visas

La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)

En 1993, el país todavía parecía bien instalado en la “dictadura perfecta”.  Pero en julio, el Estado vendió el canal 13 y entonces apareció TV Azteca. Yo trabajaba cercanamente a investigadores en comunicación social y la noticia nos sirvió de pretexto para nutridas discusiones. No sólo porque fuera interesante todo ese proceso del desmantelamiento del papá gobierno, sino porque resultaba insólito pensar que la televisión en México no fuera monopolio. Uno de los amigos tenía ya tiempo investigando sobre la historia del medio en nuestro país. Él nos hacía referencia de cómo a lo largo del siglo las apariciones de varias propuestas televisivas concluían en fusiones: el monopolio siempre presente. Veía este compañero la posibilidad de que con TV Azteca pasara lo mismo.

Con los años una a una se fueron cayendo las tradiciones del viejo régimen y muchos de nosotros (pobres ilusos de la clase media ilustrada) mirábamos la pantalla chica con esperanza de que la competencia entre dos televisoras subiera la calidad de los noticieros y aportara un poco más de cultura a las grandes masas. Dicen que la ociosidad es la madre de todos los vicios… y las telenovelas son el vicio de todas las madres, por eso nuestra expectativa creció cuando surgieron aquellas como “Nada personal” y “Mirada de mujer”  que sí reflejaba conflictos sociales y de la familia mexicana, estelarizadas por actores profesionales y los malos sólo eran seres humanos, con sus razones y lógica.

Década y media después, resultó que ninguno tenía la razón, ni los escépticos ni los ilusos.
Las cosas en México siempre pueden resultar en algo peor. No se fusionaron las “visas”, pero la competencia en torno a raiting las hizo idénticas. Al pueblo, pan y circo. Se pusieron a la altura de los tiempos: calidad y cultura no encajan con la marginación y los poderes fácticos. Alatorre y López Dóriga son los Zabludovsky de hoy y las telenovelas… Madres, padres, hijos y todos invierten horas de la vida en verlas. “Historias de amor, drama y traición” las define TV Azteca en su sitio web. En ellas, los buenos son inverosímilmente estúpidos, adictos al sufrimiento, a las relaciones disfuncionales y a la abnegación. Ah y absolutamente vulnerables,  física, económica y jurídicamente. Los únicos que piensan son los malos y durante toda la trama se dan una vida de lujo, corrompen, sobornan, delinquen y sólo al final reciben su castigo  (por lo general la muerte, la justicia institucional no está en el guión). Moraleja para novios, esposos, madres e hijos, ciudadanos en general: ahí síganle sufriendo, al final todo se arreglará, y si no, pues siempre queda la posibilidad de ir al cielo.

Pero bueno, no debería sorprenderme, los dueños de las “visas” no son como sus personajes malvados, sólo venden lo que se compra. Pero sí hay algo que me preocupa: la delgada línea entre ficción e información para el gran teleauditorio. En las telenovelas, los médicos son el gremio más corrupto: mienten, cambian resultados de exámenes y asesinan. Tampoco conocen el concepto de especialización (¿como el Dr. Símil?), un mismo médico atiende a cancerosos, cardiópatas, parturientas y enfermos de la vista. Algo por el estilo sucede en los problemas jurídicos de los personajes, nadie parece conocer lo más mínimo del derecho. La salud y la justicia entonces pertenecen a lo mítico, son una cuestión de suerte o magia… Amor, drama y traición, una sociedad de novela.


Publicado en el diario el 15 de enero de 2010