(Publicado en Ocio, Públio, Milenio, 17 de julio de 2009)
Se preguntó si era una cuestión de edad, si más o menos a todos les llega a ocurrir. Pensaba por ejemplo en La buena vecina, la novela de Doris Lessing, en la que al personaje le viene de pronto un dolor tremendo en la espalda que la deja literalmente postrada en cama por varios días y debió suspender no sólo sus actividades laborales sino las visitas amistosas/altruistas a una ancianita amargada. V no había llegado a ese extremo, pero comenzó a batallar también con la espalda y movilidad general de las extremidades superiores. Le sorprendía la reacción de los otros. Cuando ella compartía su desazón o bien comenzaban a narrarle episodios desde similares hasta de infierno dantesco, o bien le propinaban una serie de consejos, remedios e interrogatorios sobre sus actividades personales y su capacidad de manejo del estrés. Tampoco le faltaban los bibliazos, es decir, los mensajes de optimismo extremo, obvios e inútiles, que llegan en un momento de particular desesperación, produciendo un efecto inverso a la intención de su emisor.
Es cierto que el tiempo es poderoso, al paso de los meses V fue descubriendo que el dolor y la incomodidad podían ser un estilo de vida. Pensaba en la película Mar adentro, en la escena en la que el cuadraplégico se imagina que se levanta y sale volando por la habitación… ella entonces se decía que bastaba con una ventanita para seguir viviendo.
La primera impresión que le dio R fue que era tímido. Además el tipo tenía buen porte y carácter afable. Una noche salieron con un grupo de amigos, en el lugar un grupo tocaba blues y rock, se trataba de una banda local que tenía a sus admiradores en primera fila. Después de un par de cervezas, R disimuladamente se fue a parar frente al escenario y comenzó a bailar solo, hecho que por supuesto fue celebrado por los amigos, pero que a V le dio algo de pena porque el hombre era demasiado desinhibido. Usó ese pretexto para ir a acompañarlo, animada también porque el grupo en verdad tenía feeling. A las cuantas rolas, V estaba cansada e hizo un alto para cerveza, pero R siguió ahí bailando, además no faltaron mujeres quienes sucesivamente y luego en trío se pararon a hacerle compañía.
Durante el periodo en el que V y R se siguieron viendo, escenas similares fueron aconteciendo y a V le fue creciendo la admiración por ese hombre. Un día en el que V se sentía fatal y porque su organismo le negó poder estar sentada, así como mover el brazo derecho y a ratos el izquierdo, no le quedó de otra que salir a caminar para ver si se componía un poco. Pasó por un bar, había música así que pensó pudiera encontrar a R. En efecto, ahí estaba, en la barra platicando con una chica que se quejaba de que su mejor amigo la había desatendido por ligar con otra, de mayor nivel de alcoholización y también de peso. Al ver a V, R sonrió y le hizo un gesto de invitarla a bailar. Por el malestar que sentía V pensó en negarse, pero el grupo comenzó a tocar la más famosa canción de Santana, así que decidió intentarlo e inventar cuanto paso pudiera realizarse usando solo las piernas caderas y brazo izquierdo. Llegó un momento en que se acercaron a bailar con R otras personas, incluida la chica, su amigo y la gordita. V comenzó a entender el momento. Se acordó de la ventanita. Se apartó un poco del resto y bailó feliz por su cuenta. En un segundo que buscó a R con la vista, descubrió que ya no estaba en la pista sino sentado en la mesa mirándola fascinado. Fue la última vez que bailó con él y sin duda, la mejor.
Sunday, July 26, 2009
Subscribe to:
Posts (Atom)