Tuesday, August 4, 2009

En la calle

(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 24 de julio de 2009)

Me encontraba a punto de pagar la cuenta, disfrutando del último trago de café con leche. De reojo noté que una chava, pulseritas huicholas en mano, se aproximaba. Puse cara de invisibilidad (o distracción, ya no sé), parece que funcionó porque ella se dirigió a la mesa contigua. El rollo que soltó fue un poco diferente a los acostumbrados, dijo: “Soy campeona nacional de ópera, pero los que nos dedicamos al arte no recibimos ningún apoyo, mucho menos del gobierno”. Me pregunté si era verdad. Como era corpulenta no me costó trabajo imaginarla vestida de valkiria. Ustedes perdonarán el esterotipo pero no soy muy adepta a la ópera, por eso mismo puse rápido el dinero sobre la mesa y me escabullí temiendo que ella entonara una nota altísima para detenerme, repitiera el discurso y me enjaretara algunas pulseras que jamás usaría.

Lo cierto es que los artistas lo pasan mal, todos lo sabemos, pero de ahí a que tengan que unirse a los mendicantes… Si de por sí enfrentan la posible extinción de los consumidores de cultura, en la calle lidiarían con la feroz competencia por las pocas monedas, que los asalariados tratamos de administrar entre viene-viene’s, ancianitos, discapacitados, limpiaparabrisas, tragafuegos, otros malabaristas, vendedores, etc., etc.

Curiosamente, los que menos piden son los que realmente viven en la calle, es decir quienes sí duermen en una banca, se instalan en algún quicio de un edificio o deambulan llenos de tiliches por ahí. Dudo que haya alguien quien no sienta curiosidad por esas vidas o incluso adopte mentalmente a alguno. Una amiga se alegraba de encontrar al suyo, que llevaba una trompetita que a veces tocaba, fue él quien la ayudó en un accidente vial. El de otra amiga se lo encontraba lo mismo en periférico sur que en el centro, llevaba consigo una montaña de cosas, tal vez temía a que se las robaran. El de mi madre es genérico, es decir, cuando viaja en autopista pone atención hasta que encuentra a su “indigente” que va caminando sin que ella encuentre una explicación de a dónde va o cómo llegó a la vía de alta velocidad, que con frecuencia está bastante alejada de los otros caminos o pueblos. En el parque de Analco me tocó ver una pareja de ellos (hombre y mujer), quienes dormían abrazados en una banca, tan plácida y amorosamente que me atreví a tomarles una foto. Guardé la imagen en mi computadora con el título de “aspiración”, lo cual sin duda es una exageración, pero confieso que sí me causaron un poco de envidia.

Aunque realmente mi vagabundo no es ése. Fue hace ya algunos años, cuando todavía trabajaba en una oficina de asesores de nuestra Casa de Estudios; bueno, la palabra “trabajar” queda algo corta, a ratos me sentía como prisionera o, en el mejor de los casos, bombera. Mi hermano me pidió que lo acompañara al DF porque elaboraba un proyecto de una biblioteca pública (él es arquitecto), después de mucho renegar fui con él en un viaje express bastante pesado. Cuando ya íbamos saliendo de la ciudad, con la esperanza de llegar a Guanatos con luz de día, nos topamos con el típico embotellamiento capitalino. Íbamos en silencio, atrajo nuestra atención un indigente con el cabello apelmazado, quien usaba un saco fino pero evidentemente sucio. “¿Ves ese señor?”, me dijo mi hermano, “pues fíjate que él solía trabajar de asesor de un rector, por eso quedó así”. El auto avanzó y mi mirada se cruzó con la del sujeto… tal vez esa imagen algo influyó el día que renuncié.