(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 29 de mayo de 2009)
Quien haya viajado mucho, en especial de trabajo, estará de acuerdo que sin lugar a dudas las últimas horas antes de abordar el avión, autobús o coche, tendrán el mismo nivel de intensidad que la más escalofriante película de terror; aún cuando se llegue a conseguir el propósito de anticipar los pendientes, sucederá un algo inverosímil, paranormal o tecnológico que lo arruinará todo. Si de cualquier manera me sucedería, en esta ocasión adelanté mi vuelo y me fui en el de las 7:45 para disponer de un día completo en la antigua ciudad de los palacios (ahora ciudad del metrobus y los dobles pisos). Corrí por los pasillos, llegué a la fila para tomar el avión, y ya adentro observé cómo todos, yo incluida, suspirábamos aliviados al sumirnos en los asientos y en un silencio apenas interrumpido por la vuelta de la página del periódico o algún pasajero que se resistía a apagar el celular y daba/recibía instrucciones de sus oficinas.
La escena tan ensalzada por Sólo con tu pareja, aquella donde Claudia Ramírez mostraba las salidas de emergencia, ahora ha sido sustituida por un video (tal vez fueron ellas, las azafatas, las que lo exigieron así tras una oleada de pérdida de autoestima: debe ser terrible hacer el show ante un público zombi). Yo conseguí dormirme de inmediato y no desperté ni para pedir el juguito de manzana. Llegando al hotel, me salí en cuanto pude y acabé en el cafecito de afuera del Poliforum Siqueiros; desde ahí mandé un mensaje de tortura a un amigo: “Estoy lejos del rancho y tú no :p”. No es que yo odie a Guanatos, al contrario, pero con este compa suelo quejarme del degeneres de nuestro hábitat y la plática siempre concluye en los viajes que cada uno ha disfrutado o los que nos gustaría hacer.
Hay dos cosas que odio que sucedan cuando viajo: perderme y tener frío. Y en éste último viaje me sucedieron ambas. Por supuesto que no ignoro lo del cambio climático, pero ¿por qué tiene qué ser justo cuando intenté viajar con una maleta pequeña? Justo en la época en la que ningún comerciante sensato vende suéteres.
Lo de perderme esta vez, me indignó doblemente. No solamente por el tiempo invertido en navegar a baja velocidad en el loby del hotel para lidiar con los pesados buscadores de mapas satelitales, los sitios del metro y metrobus y otros. Sino también por el odioso momento en que la corriente humana me hizo salirme de la estación donde debía transbordar y un policía me dio mal las instrucciones desviándome varias cuadras. Pero no es una cuestión de tercermundismo, también me he perdido y tenido frío en el extranjero, en una famosa ciudad cometimos el error de cruzar caminando un parque que en la guía se veía tan pequeño… tras una hora de caminar y sintiendo las patas cual Moctezuma, vimos la aclaración en el mapa de que ese sector estaba en menor escala.
El mensaje de mi amigo cumplió su cometido de venganza: “En cuanto te fuiste bajó el calor, estamos a espléndidos 25ºC”. Lo respondí a los tres días: “Muero de frío, estoy contracturada, ya me aburrí y extraño el rancho!!”. Pensé en los capitalinos, siempre juran estar hartos del tráfico, que en cuanto puedan se mudan, que Ay-Guadalajara-tan-bonita. Me los imaginé en el tren ligero, sorprendidos de que los pasajeros hablen como pericos y de que nadie les ofrezca por $10 un audiolibro con pensamientos de Aristóteles, Gandhi y Neruda… Por eso, en cuanto pueden, se regresan e inconcientemente saludan con gusto a los otros veintitantos millones de la metrópoli.
Sunday, June 7, 2009
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