Friday, December 25, 2009

Reset

(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)

La distancia de su cama al suelo era más o menos de medio metro, pero bastó para que al caer su celular se desarmara en sus múltiples componentes. I no se inmutó, le había sucedido antes, el suyo era un celular-Lego. Lo armó con cuidado y… ¡diablos! … el display no encendió más. ¿Era la maldición del año y medio? ningún celular le había aguantado más de ese tiempo, pero tampoco se descomponían antes del año (cuando la garantía está vigente). En otras circunstancias I no se hubiera enojado tanto, pero no tenía un quinto en la bolsa porque su PC, dos días atrás, le había dado por estropearse a causa de un fallo en el ventilador. I estaba a la espera de la sentencia del técnico, acerca de si su disco duro se había salvado. I trabaja en casa, justamente en la PC, pasaba ahí casi todo el día (y parte de la noche), así que sin ella no podría sacar una lana, ni reparar el celular. Era mediodía, no sabía qué hacer, lo primero que pensó fue en visitar a su hermana para que, al menos le invitara de comer y evitara así enfrentarse con la despensa semi-vacía.

Cuando el carro no arrancó y el mecánico de la esquina le dijo que podría ser un problema de la computadora (resultó que después de todo no era tan carcacha), I se dio cuenta de dos cosas: que el dios-de-los-chips sí existe, y que I hizo algo tan imperdonable ante sus ojos que estaba siendo castigado. En cierta forma aceptó la situación, es decir, no se sorprendió de que cuanto aparatejo tocaba se descompusiera en seguida. Sin más opciones, se decidió a salir de su casa y se puso a caminar sin rumbo. Descubrió con agrado que aquello no era para nada aburrido. La ventaja de vivir en el centro es que está lleno de recovecos, en uno de los cuales encontró una solución a su problema. Se trataba de un escritorio público, cercano a una oficina de gobierno, en donde contrataban typistas, “que typeen a máquina”, le dijo el dueño, un señor algo mayor con acento extranjero. Pagaba por cuartilla y a I le pareció buena idea, sobre todo porque las máquinas a las que ser refería eran efectivamente eso: simples y antiguas máquinas de escribir con su carretito de tinta y toda la cosa. I pensó que era la manera ideal de mostrar al dios-de-los-chips un poco de humildad.

En el lugar trabajaban otros cuatro chicos, tres de los cuales le cayeron de maravilla. A la hora de comer, se iban todos al jardín de a la vuelta, cada uno llevaba su comida, se sentaban en una de las jardineras y por una cosa u otra reían bastante. Un día quedaron de ir al cine el fin de semana, fue entonces cuando I, apenado, les contó la tragedia de su celular sin display, pero ellos lo miraron extrañados. “¿Para qué quieres el celular? Nos vemos en la taquilla a las 6 y ya”. “Ni en la oficina ni en mi casa hay señal, por eso yo casi nunca traigo el mío”, dijo otro. Definitivamente sus nuevos amigos eran gente extraña, sin e-mail, messenger o face, pero eso sí eran a toda m.

I perdió la cuenta de las semanas que trabajó en el lugar. Un buen día se dio cuenta de que había juntado lo suficiente para pasar por su PC (con nuevos ventilador y disco con la información que se pudo recuperar del anterior), le cayó una buena chamba con la que pagó el nuevo display del cel, la reparación del auto y hasta un par de tanques de gasolina. ¡El Dios de los chips lo bendecía de nuevo!

¿Y sus nuevos amigos-no-virtuales? El jardín le quedaba cerca y siempre es mejor comer acompañado.


Publicado en el diario el 11 de diciembre de 2009