(Publicado en La Jornada Jalisco, 24 de septiembre de 2006)
Si las llamadas de ese sujeto me causaron una sensación exageradamente desagradable, el desplegado en donde inculpa a su esposa puso mi hastío al límite (me refiero a Kamel Nacif, parafraseando a mi sobrinito ¡bácala!). Bueno, pero hay que reconocer que el tipo tiene habilidad, miren que eso de tratar de cambiar la jugada diciendo que que era un asunto privado…
No quiero dedicar más segundos de mi atención a esa gentuza (doble ¡bácala!), sin embargo, el hecho suscitó en mí una nueva nostalgia respecto al viejo régimen… Ok, tengo qué aclararlo, nunca fui priísta, al contrario, en mi juventud hacía honor a aquella frase célebre sobre ser revolucionaria, es decir, lo que en entonces significa ser de la oposición. Y sí, fui a festejar aquella noche célebre del 2 de julio de 2000 a la Minerva, saludé y abracé a mis amigos, la emoción no me dejó dormir esa noche. Seis años después… Recuerdo a un conferencista que hace mucho decía “Todos hablan de la transición democrática, pero ¿quién nos dice que es hacia la democracia a donde estamos transitando? Además, ¿no les parece que para ser “transición” ya fue mucho tiempo?”. Amen.
En fin, volvamos al tema de los códigos políticos trasnochados. En aquellas épocas las esposas de los políticos se conformaban con dirigir el DIF, no hacían sus fundaciones propias y sus hijos no ocupaban los primeros lugares en los diarios por escándalos de corruptelas y cinismo. La esposa del político era un género especial. En mis años de estudiante, en mi campus (por ser el de ciencias sociales) pululaban una serie de jóvenes que estaban en la Facultad de Derecho, o si sus palancas no les alcanzaban para salir en listas, entonces se inscribían en Estudios Políticos y Gobierno. Algunos amigos y yo les llamábamos los “dino-niños”, ellos eran hijos de políticos o militaban en el Partido al abrigo de un padrino, habían participado en varios concursos de oratoria y pensaban llamar a sus hijos Emiliano o María Fernanda. No había qué decirlo, estos chicos tenían por novias oficiales a un perfil también predeterminado de chicas: hijas también de políticos, futuras madres de dino-babies, expertas en organizar cenas para la élite política, etc.
Este modelo tenía algunos lados oscuros. Mujeres como mis amigas o yo ni soñarlo, no cabíamos en el modelo, aunque varios de los dino-niños no dejaban de perseguir o pasársela bien con nosotras; conozco un caso de un cortejo de parte de él, que duró muchos años pero evidentemente no terminó en matrimonio, porque jamás las llevaban a las cenas o las presentaban a sus familias. Ya saben, el prototipo del macho: una mujer para casarse y otra para divertirse; en este caso, la diversión incluía un diálogo más intelectual (no podemos omitir toda la reflexión sobre el papel histórico de las “amantes de los políticos” que formaban parte de un círculo cultural y que incluso fueron verdaderas asesoras porque participan de la discusión de la toma de decisiones públicas).
“Entrar al mundo de las esposas de los políticos es entrar al mundo del alcoholismo” me contó muy triste una amiga que se quejaba de su experiencia marital. Él tenía al menos un par de reuniones a la semana en donde ella debía lucir guapísima y calladísima; en algún punto de la reunión era abandonada y no le quedaba de otra que juntarse con las otras esposas y disfrutar la reunión (menos bla-bla y más glu-glu, dijera Mauricio Garcés). Las conversaciones con esta mujer me inspiraron para crear un personaje de un de una novela que espero un día terminar, se llama Clara y su vida con López la llenó de tanta amargura que cuando a éste por alguna circunstancia le toca ser el chivo expiatorio de un conflicto, ella ni siquiera se baja de su cuarto para despedirse de él cuando llega la escolta que lo llevará a la cárcel.
No sólo las mujeres sufrían. Era parte de radio-pasillo la historia de un chico que prometía ser talentoso para la política pero que carecía de un buen apellido o la fortuna no le favorecía tanto, así que un día conoció a la que prometía ser la dino-esposa perfecta; ella era bonita, con lana, descendiente de altas personalidades públicas… ¡qué pena que ella lo tratara tan mal! Pero claro, el fin justifica los medios (otra frase de oro), él mantuvo la disciplina y ahora forman una bella familia que los domingos aun podemos encontrar de shopping en la Gran Plaza o en Galerías.
Independientemente de estos claroscuros, la ropa sucia siempre se lavaba en casa, los eventos sociales eran perfectos tal como se apreciaba en los álbumes de fotos de la clase política mexicana, en los festejos de la élite gobernante de septiembre o en las cenas post-informe-de-actividades del titular de cualquier dependencia… l’ancient règime, la belle époque: lo público y lo privado perfectamente distinguibles.
Hoy en día, leo las noticias y me pregunto si lo que hay detrás de un gran hombre público es un gran escándalo político o peor aun, un resbalón. El cambio de las reglas de juego de la democracia mexicana nos ha llevado al cambio de códigos de conducta política (y de ética). Caray, si tan sólo pudiéramos saber cuáles son ahora…
Sunday, March 25, 2007
Aquí todo es transparente
(Publicado en La Jornada Jalisco, 17 de septiembre de 2006)
Fue a finales de julio del año pasado cuando la Universidad de Guadalajara recibió la invitación del apenas creado Instituto de Transparencia e Información Pública de Jalisco para hacer una estudio acerca de cómo andaban los ayuntamientos jaliscienses en materia de transparencia, es decir, evaluar si estarían en condiciones de cumplir con la nueva ley de transparencia que entraría en vigor en septiembre de 2005. Cuando supe esto me horroricé, no porque odie la ciencia social o porque me pareciera poco interesante, sino porque la investigación la debíamos realizar mi equipo y yo en un escasísimo tiempo (que incluía las dos semanas de vacaciones de agosto, bueno, más bien dicho, nos las estropeaba). En ese momento agradecí vivir en Jalisco y no en Oaxaca, porque entonces sólo tendríamos que examinar 124 ayuntamientos (en ese momento no se había resuelto la controversia de los otros dos).
La prisa es un buen aliciente para la creatividad, así que diseñamos varios instrumentos: una entrevista telefónica a todos los ayuntamientos, la revisión de las páginas web existentes y solicitudes de información a una muestra representativa. Bien dicen que la investigación es ciencia y arte: se usa el método científico pero éste parte siempre de la intuición, de imaginar supuestos. Así que nosotros decidimos dar por hecho que la diferencia enorme existente entre los gobiernos metropolitanos y “ricos” también influiría en la forma en que podían cumplir con la normatividad, pero no necesariamente significaba que los ayuntamientos del interior del estado fueran más opacos.
No voy a platicarles los resultados de estudios, pues eso pueden leerlo en el reporte oficial que está en el web de la UdeG y en el del ITEI. Más bien voy a compartirles algunas anécdotas y reflexiones. La verdad es que nos divertimos mucho, sobre todo en la entrevista, si pudiéramos definir en una sola palabra la reacción de la gran mayoría de los ayuntamientos fue “¡sorpresa!”, seguida de suspicacia, temor, agresión o improvisación. En el reporte final no pudimos resistirnos a incluir las respuestas más curiosas que recibimos y nuevamente no puedo resistirme a repetir aquí algunas.
En San Martín de Bolaños, al entregar el oficio de solicitud de información, nuestro usuario simulado (así llamamos a los chicos que pretendían ser “simples ciudadanos que solicitan información” tal como decía el instructivo que les dimos) pregunta en cuánto tiempo puede tener la información, la respuesta fue: “Pues mira, como estamos organizando las fiestas y ya es mañana, pasado y el lunes, entonces ya para el martes y miércoles te puedo tener la información”. En Tala, el funcionario no quería responder la entrevista y sugería mejor ir en persona, ante la pregunta “¿Cuando no pueda tener acceso a una información a qué instancia puedo acudir?” contestó “Por eso les decimos que vengan, porque la información es confusa y luego no sabemos qué hay que responderles”. En Juanacatlán ante la misma pregunta: “¡Aquí todo es transparente, aquí todo se entrega! Y si no, venga conmigo ¡Aquí mis chicharrones truenan!”.
Cuando hablamos de que la transparencia es un medio efectivo para una mejor rendición de cuentas, la idea no parece generar gran controversia… ah, pero el diablo siempre está en los detalles: ¿cómo? ¿qué es transparencia? ¿cuándo sí, cuándo no? El estudio que nosotros hicimos señaló que para los ayuntamientos (creo que puede generalizarse a todas las entidades públicas) con recursos económicos relativamente altos, su problema para cumplir con la ley será la complejidad de la organización; y cuando sean ayuntamientos de bajos recursos su problema será justamente que no tendrán los medios para poner a la disposición del público toda la información fundamental que la ley señala… Panorama no muy alentador ¿verdad? Pero la realidad es así, y ello supone un mayor reto al diseño institucional, es decir, a las normas que fijamos como sociedad para regular el tema. Por eso la discusión de la ley en Jalisco es un tema delicado, como les dijo antier el Presidente del IFAI al Congreso. Antes de reajustar las reglas del juego debe hacerse un estudio serio de los efectos que las normas actuales están causando y de los objetivos que se pretenden alcanzar.
¿Transparencia para qué? La hipótesis es que un gobernante que se sabe vigilado tendrá mayor cuidado en que sus acciones y decisiones vayan a favor del interés público y no del privado. La idea es un tener algo así como un gobierno big brother…
Sin embargo, sólo se trata de que se sienta vigilado, sino también debe creer que si lo sorprendemos cometiendo una falta existirá un castigo, y ahí es, como decía un amigo de la familia, donde en México porky torcis rabit. Esta semana nuevamente pudimos escuchar al finísimo empresario mexicano en sus conversaciones con importantes tomadores de decisiones públicas y ¿qué sucedió? nada, para variar… Ah y el “gober precioso” sigue en su puesto, e incluso se da el lujo de hacer fotomontajes para hacer creer a la opinión pública que lleva buena relación con la élite gobernante nacional.
El escenario es peor aún a nivel local. Ahora parece que fue producto de la chiripa el que el Congreso haya creado un instituto de transparencia que no fue diseñado para ejercer efectivamente la autoridad, porque en realidad no parece interesarle a nadie. El evento que organizó esta entidad hace casi un año para dar inicio a la entrada en vigor de la nueva ley se caracterizó por el desdén del gobernador, de los diputados, de los magistrados y de los otros personajes públicos más destacados. Es más: el discurso del representante del ejecutivo no mencionó ni por error su beneplácito por una nueva para la transparencia, sino que se centró en que la administración pública estaba lista para cuanta solicitud de información recibiera (traducción: dispárennos si quieren, no hay bronca). No hay que olvidar que en política la forma fondo.
Bueno, pero en realidad, no sé de qué me asombro, así está el país, lleno de términos del discurso acerca de una nueva democracia que definitivamente no combinan con todas las barbaridades que ocurren. Como diría mi colega Guillermo Zepeda, éste es el diseño institucional del cinismo…
Fue a finales de julio del año pasado cuando la Universidad de Guadalajara recibió la invitación del apenas creado Instituto de Transparencia e Información Pública de Jalisco para hacer una estudio acerca de cómo andaban los ayuntamientos jaliscienses en materia de transparencia, es decir, evaluar si estarían en condiciones de cumplir con la nueva ley de transparencia que entraría en vigor en septiembre de 2005. Cuando supe esto me horroricé, no porque odie la ciencia social o porque me pareciera poco interesante, sino porque la investigación la debíamos realizar mi equipo y yo en un escasísimo tiempo (que incluía las dos semanas de vacaciones de agosto, bueno, más bien dicho, nos las estropeaba). En ese momento agradecí vivir en Jalisco y no en Oaxaca, porque entonces sólo tendríamos que examinar 124 ayuntamientos (en ese momento no se había resuelto la controversia de los otros dos).
La prisa es un buen aliciente para la creatividad, así que diseñamos varios instrumentos: una entrevista telefónica a todos los ayuntamientos, la revisión de las páginas web existentes y solicitudes de información a una muestra representativa. Bien dicen que la investigación es ciencia y arte: se usa el método científico pero éste parte siempre de la intuición, de imaginar supuestos. Así que nosotros decidimos dar por hecho que la diferencia enorme existente entre los gobiernos metropolitanos y “ricos” también influiría en la forma en que podían cumplir con la normatividad, pero no necesariamente significaba que los ayuntamientos del interior del estado fueran más opacos.
No voy a platicarles los resultados de estudios, pues eso pueden leerlo en el reporte oficial que está en el web de la UdeG y en el del ITEI. Más bien voy a compartirles algunas anécdotas y reflexiones. La verdad es que nos divertimos mucho, sobre todo en la entrevista, si pudiéramos definir en una sola palabra la reacción de la gran mayoría de los ayuntamientos fue “¡sorpresa!”, seguida de suspicacia, temor, agresión o improvisación. En el reporte final no pudimos resistirnos a incluir las respuestas más curiosas que recibimos y nuevamente no puedo resistirme a repetir aquí algunas.
En San Martín de Bolaños, al entregar el oficio de solicitud de información, nuestro usuario simulado (así llamamos a los chicos que pretendían ser “simples ciudadanos que solicitan información” tal como decía el instructivo que les dimos) pregunta en cuánto tiempo puede tener la información, la respuesta fue: “Pues mira, como estamos organizando las fiestas y ya es mañana, pasado y el lunes, entonces ya para el martes y miércoles te puedo tener la información”. En Tala, el funcionario no quería responder la entrevista y sugería mejor ir en persona, ante la pregunta “¿Cuando no pueda tener acceso a una información a qué instancia puedo acudir?” contestó “Por eso les decimos que vengan, porque la información es confusa y luego no sabemos qué hay que responderles”. En Juanacatlán ante la misma pregunta: “¡Aquí todo es transparente, aquí todo se entrega! Y si no, venga conmigo ¡Aquí mis chicharrones truenan!”.
Cuando hablamos de que la transparencia es un medio efectivo para una mejor rendición de cuentas, la idea no parece generar gran controversia… ah, pero el diablo siempre está en los detalles: ¿cómo? ¿qué es transparencia? ¿cuándo sí, cuándo no? El estudio que nosotros hicimos señaló que para los ayuntamientos (creo que puede generalizarse a todas las entidades públicas) con recursos económicos relativamente altos, su problema para cumplir con la ley será la complejidad de la organización; y cuando sean ayuntamientos de bajos recursos su problema será justamente que no tendrán los medios para poner a la disposición del público toda la información fundamental que la ley señala… Panorama no muy alentador ¿verdad? Pero la realidad es así, y ello supone un mayor reto al diseño institucional, es decir, a las normas que fijamos como sociedad para regular el tema. Por eso la discusión de la ley en Jalisco es un tema delicado, como les dijo antier el Presidente del IFAI al Congreso. Antes de reajustar las reglas del juego debe hacerse un estudio serio de los efectos que las normas actuales están causando y de los objetivos que se pretenden alcanzar.
¿Transparencia para qué? La hipótesis es que un gobernante que se sabe vigilado tendrá mayor cuidado en que sus acciones y decisiones vayan a favor del interés público y no del privado. La idea es un tener algo así como un gobierno big brother…
Sin embargo, sólo se trata de que se sienta vigilado, sino también debe creer que si lo sorprendemos cometiendo una falta existirá un castigo, y ahí es, como decía un amigo de la familia, donde en México porky torcis rabit. Esta semana nuevamente pudimos escuchar al finísimo empresario mexicano en sus conversaciones con importantes tomadores de decisiones públicas y ¿qué sucedió? nada, para variar… Ah y el “gober precioso” sigue en su puesto, e incluso se da el lujo de hacer fotomontajes para hacer creer a la opinión pública que lleva buena relación con la élite gobernante nacional.
El escenario es peor aún a nivel local. Ahora parece que fue producto de la chiripa el que el Congreso haya creado un instituto de transparencia que no fue diseñado para ejercer efectivamente la autoridad, porque en realidad no parece interesarle a nadie. El evento que organizó esta entidad hace casi un año para dar inicio a la entrada en vigor de la nueva ley se caracterizó por el desdén del gobernador, de los diputados, de los magistrados y de los otros personajes públicos más destacados. Es más: el discurso del representante del ejecutivo no mencionó ni por error su beneplácito por una nueva para la transparencia, sino que se centró en que la administración pública estaba lista para cuanta solicitud de información recibiera (traducción: dispárennos si quieren, no hay bronca). No hay que olvidar que en política la forma fondo.
Bueno, pero en realidad, no sé de qué me asombro, así está el país, lleno de términos del discurso acerca de una nueva democracia que definitivamente no combinan con todas las barbaridades que ocurren. Como diría mi colega Guillermo Zepeda, éste es el diseño institucional del cinismo…
El otro miedo
(Publicado en La Jornada Jalisco, 10 de septiembre de 2006)
Iba en el auto. Llevaba encima una mezcla de cansancio y tristeza, así que decidí sintonizar “radio-fabiola”, es decir, mi propia música pero en la función aleatoria, lo que me evita tomar la difícil decisión de qué escuchar. Les confieso que he tenido muchas sospechas acerca de que si realmente es aleatorio, porque a veces hace excelentes combinaciones y todas en el mismo sentido, supongo que es según el humor en el que ande el aparatito.
“Vos que andás diciendo / que hay mejores y peores / Vos que andás diciendo / qué se debe hacer”. ¡La canción de Los Fabulosos Cadillacs! Ergo, mi teoría quedó confirmada, porque de las más de mil quinientas canciones que traigo ahí, la supuesta aleatoriedad eligió aquella que hablaba del origen de mi malestar: a uno de mis mejores amigos lo habían obligado a renunciar y ello había sido, a mi parecer, sumamente injusto, porque no se debía a su perfil profesional o a su desempeño, sino a que no pertenecía al mismo círculo social que sus jefes. Esto me parecía aún más grave si consideramos que se trata de una entidad pública y particularmente de una cuya vocación es proveer de mayor legitimidad y eficiencia al sector público jalisciense.
“Que me hablás de privilegios / de una raza soberana / Superiores, Inferiores / Minga de Poder!” Reconozco que puede ser parte de un complejo mío. Estudiar un posgrado, en mi caso, representó un sacrificio económico, como se dice en el medio yo me sabía una “estudihambre”, una “precaria” (por decir becaria). A mitad del programa me asignaron a la SEMARNAP, a una oficina de asesores de la que era miembro mi directora de tesis. Mi primer impacto fue ver y escuchar hablar a asesoras y auxiliares: fresísimas, economistas o politólogas, egresadas del ITAM y por supuesto blancas y bonitas.
El segundo impacto fue la vez que las acompañé a comer y en un lugar de comida sana me dieron un sándwich con más pan que relleno y que pagué a precio de oro (no se hizo realidad el refrán de “mente sana en cuerpo sano” porque aunque tal vez mi organismo agradeció la frescura del alimento, mi mente no dejó de pensar en el desequilibrio financiero que me causaría ese vil sándwich). El tercero fue cuando el tema de la sobremesa se centró en otra de las auxiliares de la oficina, quien no estaba presente en ese momento: “¡Perenganita, es totalmente Suburbia!” comentó alguien y todas rieron, bueno yo no, porque casi me atraganto, ya no sé si por el centeno negro del pan o por pensar que en esos momentos de mi vida yo era-totalmente-Gigante-o-lo-que-se-pudiera…
El cuarto, más grande y mejor impacto fue que nunca me trataron mal y no parecieron mostrar sorpresa de que no las acompañara a comer porque debía ir al comedor universitario. De hecho, hicimos una muy buena relación de trabajo y una mejor amistad. En esa época me fui dando cuenta de que en ciertas áreas de la administración pública federal el perfil de estas chicas era cada vez más frecuente, pero también el mío. No se trataba de provenir de educación cara o barata, la constante era gente egresada de posgrados de calidad, tecnócratas en el buen sentido de la palabra. Me sentí orgullosa, de alguna forma, porque ese tipo de perfiles podíamos contribuir a innovar en las políticas públicas, a buscar mejores prácticas. Sin duda aquellos que venían de un mejor estrato social tenían ventajas comparativas (así son las sociedades, la desigualdad existe) pero si ese plus en su educación (idiomas, viajes) repercutía en que pudieran inyectar nuevas ideas al sector público, entonces estaba bien.
“Cómo se te ocurre / que algunos son elegidos / y otros son para el descarte / Ambiciones de Poder”. No, el caso de mi amigo es muy diferente. Ciertamente la historia tiene un origen: el descrédito de las instituciones públicas. De repente se crean organismos públicos para asegurar que los gobernantes cumplan su deber, lo que resulta ilógico en un esquema clásico de democracia porque uno vota para contratar representantes que toman decisiones por nosotros y punto. Pero como no podemos confiar en ellos entonces buscamos otra representación ciudadana, pero ¿cómo elegir a esos otros? No podemos votar directamente por ellos, así que aparentemente resulta natural que los elija el Congreso, por ser un órgano colegiado, por ser los representantes del pueblo… ¡Qué ilusos somos! ¡El romanticismo en política tiene mucho que se acabó! El Congreso está formado por individuos de carne y hueso, con intereses particulares y sujetos a las reglas de los partidos políticos, así que cualquier decisión que tomen, a menos que esté suficientemente acotada, tendrá un criterio preponderante: el político.
“Como dijo mi abuela: / Aquí el que no corre vuela" Así que, salvo que se especificaran mecanismo para que fuera determinante la profesionalización de los candidatos a los “organismos ciudadanos”, cada vez que el Congreso tome una decisión de quién ocupará un cargo, tendrá lugar el barajeo político, esto es, intercambiar posiciones o entrar al juego de vetos mutuos: “si tú me vetas a mi gallo, yo te veto al tuyo”. Por cierto, esto de tumbar a los candidatos que ocupaban el primer lugar en la lista conduce a que se elijan a los que tuvieron menos vetos, a los medianos, no a los que destacan.
Si a esto le aunamos que el nuevo grupo en el poder proviene de un alto estrato social (aceptémoslo, eso son las derechas), pues de repente tenemos a unos gobernantes que entienden superioridad en vez de jerarquía y el criterio de estar arriba no está relacionado con el mérito de tener conocimiento, técnica o habilidad para gobernar. No es tecnocracia, es plutocracia y ante eso ya no hay argumentos posibles. Jaque mate.
Los magistrados del tribunal electoral tal vez me descalificarían por estar sembrando una nueva campaña de miedo: el temor de que ésa sea la nueva tendencia de la administración pública y de que todo lo que invirtió este país en becas para formar profesionales en el quehacer del gobierno se desperdicie.
“¡Mal bicho! / Todos te dicen que sos / Mal bicho / Así es como te ves / Mal Bicho”
Iba en el auto. Llevaba encima una mezcla de cansancio y tristeza, así que decidí sintonizar “radio-fabiola”, es decir, mi propia música pero en la función aleatoria, lo que me evita tomar la difícil decisión de qué escuchar. Les confieso que he tenido muchas sospechas acerca de que si realmente es aleatorio, porque a veces hace excelentes combinaciones y todas en el mismo sentido, supongo que es según el humor en el que ande el aparatito.
“Vos que andás diciendo / que hay mejores y peores / Vos que andás diciendo / qué se debe hacer”. ¡La canción de Los Fabulosos Cadillacs! Ergo, mi teoría quedó confirmada, porque de las más de mil quinientas canciones que traigo ahí, la supuesta aleatoriedad eligió aquella que hablaba del origen de mi malestar: a uno de mis mejores amigos lo habían obligado a renunciar y ello había sido, a mi parecer, sumamente injusto, porque no se debía a su perfil profesional o a su desempeño, sino a que no pertenecía al mismo círculo social que sus jefes. Esto me parecía aún más grave si consideramos que se trata de una entidad pública y particularmente de una cuya vocación es proveer de mayor legitimidad y eficiencia al sector público jalisciense.
“Que me hablás de privilegios / de una raza soberana / Superiores, Inferiores / Minga de Poder!” Reconozco que puede ser parte de un complejo mío. Estudiar un posgrado, en mi caso, representó un sacrificio económico, como se dice en el medio yo me sabía una “estudihambre”, una “precaria” (por decir becaria). A mitad del programa me asignaron a la SEMARNAP, a una oficina de asesores de la que era miembro mi directora de tesis. Mi primer impacto fue ver y escuchar hablar a asesoras y auxiliares: fresísimas, economistas o politólogas, egresadas del ITAM y por supuesto blancas y bonitas.
El segundo impacto fue la vez que las acompañé a comer y en un lugar de comida sana me dieron un sándwich con más pan que relleno y que pagué a precio de oro (no se hizo realidad el refrán de “mente sana en cuerpo sano” porque aunque tal vez mi organismo agradeció la frescura del alimento, mi mente no dejó de pensar en el desequilibrio financiero que me causaría ese vil sándwich). El tercero fue cuando el tema de la sobremesa se centró en otra de las auxiliares de la oficina, quien no estaba presente en ese momento: “¡Perenganita, es totalmente Suburbia!” comentó alguien y todas rieron, bueno yo no, porque casi me atraganto, ya no sé si por el centeno negro del pan o por pensar que en esos momentos de mi vida yo era-totalmente-Gigante-o-lo-que-se-pudiera…
El cuarto, más grande y mejor impacto fue que nunca me trataron mal y no parecieron mostrar sorpresa de que no las acompañara a comer porque debía ir al comedor universitario. De hecho, hicimos una muy buena relación de trabajo y una mejor amistad. En esa época me fui dando cuenta de que en ciertas áreas de la administración pública federal el perfil de estas chicas era cada vez más frecuente, pero también el mío. No se trataba de provenir de educación cara o barata, la constante era gente egresada de posgrados de calidad, tecnócratas en el buen sentido de la palabra. Me sentí orgullosa, de alguna forma, porque ese tipo de perfiles podíamos contribuir a innovar en las políticas públicas, a buscar mejores prácticas. Sin duda aquellos que venían de un mejor estrato social tenían ventajas comparativas (así son las sociedades, la desigualdad existe) pero si ese plus en su educación (idiomas, viajes) repercutía en que pudieran inyectar nuevas ideas al sector público, entonces estaba bien.
“Cómo se te ocurre / que algunos son elegidos / y otros son para el descarte / Ambiciones de Poder”. No, el caso de mi amigo es muy diferente. Ciertamente la historia tiene un origen: el descrédito de las instituciones públicas. De repente se crean organismos públicos para asegurar que los gobernantes cumplan su deber, lo que resulta ilógico en un esquema clásico de democracia porque uno vota para contratar representantes que toman decisiones por nosotros y punto. Pero como no podemos confiar en ellos entonces buscamos otra representación ciudadana, pero ¿cómo elegir a esos otros? No podemos votar directamente por ellos, así que aparentemente resulta natural que los elija el Congreso, por ser un órgano colegiado, por ser los representantes del pueblo… ¡Qué ilusos somos! ¡El romanticismo en política tiene mucho que se acabó! El Congreso está formado por individuos de carne y hueso, con intereses particulares y sujetos a las reglas de los partidos políticos, así que cualquier decisión que tomen, a menos que esté suficientemente acotada, tendrá un criterio preponderante: el político.
“Como dijo mi abuela: / Aquí el que no corre vuela" Así que, salvo que se especificaran mecanismo para que fuera determinante la profesionalización de los candidatos a los “organismos ciudadanos”, cada vez que el Congreso tome una decisión de quién ocupará un cargo, tendrá lugar el barajeo político, esto es, intercambiar posiciones o entrar al juego de vetos mutuos: “si tú me vetas a mi gallo, yo te veto al tuyo”. Por cierto, esto de tumbar a los candidatos que ocupaban el primer lugar en la lista conduce a que se elijan a los que tuvieron menos vetos, a los medianos, no a los que destacan.
Si a esto le aunamos que el nuevo grupo en el poder proviene de un alto estrato social (aceptémoslo, eso son las derechas), pues de repente tenemos a unos gobernantes que entienden superioridad en vez de jerarquía y el criterio de estar arriba no está relacionado con el mérito de tener conocimiento, técnica o habilidad para gobernar. No es tecnocracia, es plutocracia y ante eso ya no hay argumentos posibles. Jaque mate.
Los magistrados del tribunal electoral tal vez me descalificarían por estar sembrando una nueva campaña de miedo: el temor de que ésa sea la nueva tendencia de la administración pública y de que todo lo que invirtió este país en becas para formar profesionales en el quehacer del gobierno se desperdicie.
“¡Mal bicho! / Todos te dicen que sos / Mal bicho / Así es como te ves / Mal Bicho”
James Dean, mi papá el gober y otros alucines
(Publicado en La Jornada Jalisco, 3 de septiembre de 2006)
Los padres inventan muchas cosas para que los hijos tengan un buen comportamiento. El mío solía decirnos que debíamos ser impecables en la mesa para no quedar mal cuando fuéramos a Los Pinos. Y no es que quisiera infundirnos veneración por la figura presidencial, supongo que simplemente se le hacía gracioso.
Un día, no recuerdo bien la fecha (me apena confesar que tengo una memoria gruyere), nos dijeron que iríamos a la ciudad de México, creo que de vacaciones o por algún compromiso familiar. Durante el camino de ida, como todavía no existía la maxipista, teníamos muchas horas para dormir, leer, pelear y platicar. Planeando el itinerario, mi mamá sugería ir al centro y mi papá nos dijo que iríamos a ver al Presidente de la República. No se vayan con la finta con aquello del apellido, como siempre lo he dicho, aunque venga de Guerrero, mi familia nada tiene qué ver con los Figueroa Alcocer. Nada de eso, en realidad, mi padre estaba haciendo referencia al otro Presidente de la República, a un tipo que se instaló a vivir en el Zócalo, porque se había autonombrado jefe del ejecutivo federal y había constituido un gobierno alterno. Mi papá comentaba que bastaba con ir a solicitarle un puesto público y que al parecer hasta ese entonces Jalisco no tenía gobernador alterno, así que él podría pedírselo. Yo no recuerdo que realmente fuéramos, mi hermano dice que sí pero tampoco recuerda si efectivamente lo nombró gobernador.
No fue una anécdota significativa en nuestras vidas, pero aun con mi mala memoria no hubiera sido posible dejar de invocarla en estos momentos históricos del país. Contrariamente al ánimo de mis padres de ir en aquella época al zócalo, me produjo mucha angustia el que dos de mis alumnas de licenciatura sugirieran que les gustaría ir conmigo, después de comentarles yo en clase que sería interesante ir a la convención nacional democrática a la que está convocando AMLO como observadores… Pensar en llevar a esas dos chicas, aparentemente demasiado mimadas, a una multitud con un destino incierto sería muy irresponsable de mi parte. Entonces me agobió la gravedad del momento.
Ya en serio, un país no puede tener dos presidentes.
La teoría de juegos es una herramienta muy poderosa para analizar conflictos, pero tal como lo advierte cualquiera que comienza a adentrarse en su uso, la clave está en las motivaciones de los actores, es decir, al saber cómo piensa cada jugador podemos deducir cómo decidirán y entonces prever el o los posibles desenlaces. Existen algunos juegos pre-modelados, es decir, situaciones que se repiten de una u otra forma en la realidad, coinciden con el patrón y por lo tanto podemos saber en qué concluirá el asunto. Desde hace unas semanas he tenido la duda acerca de qué juego puede explicar la situación entre la resistencia civil y las instituciones del Estado mexicano. Hay dos juegos que podrían aplicarse, pero conducen a resultados muy diferentes.
El primero es el juego de la gallina. ¿Se acuerdan de James Dean y aquella competencia en la que dos carros corrían en el mismo carril para encontrarse de frente? El chiste era demostrar quién tenía más valor, el que se desviaba era la gallina. Evidentemente el instinto de conservación es poderoso, así que en los últimos momentos antes de un fatal choque de frente, alguno de los dos da el volantazo y se sale del camino aun cuando eso le costará su reputación. De eso se trata, de hacer creer al otro que por nada del mundo desistirá. La guerra fría, la carrera armamentista que tenían las dos potencias entonces, es un buen ejemplo de estas situaciones.
El segundo se llama en inglés deadlock y es el que se utiliza para describir el inicio de la primera guerra mundial. A diferencia del juego de la gallina, aquí los actores no tienen nada qué perder, es decir, ganan más entrando a un enfrentamiento directo que permitiendo que el otro les gane. Este juego sólo tiene un resultado: la confrontación, o sea que nadie cede.
Es complicado saber exactamente qué hay en la mente de los actores, una forma de intuirlo es preguntarse qué pueden perder, porque quien tiene mucho qué arriesgar suele ser más cauteloso. Ello explica la complicada posición del gobierno, cualquier error repercute en mayor descrédito ante la opinión pública y eso lo saben bien los perredistas. ¿Qué tiene qué perder la coalición por el bien de todos?
Si ustedes están pensando en que no tiene nada qué perder y que podríamos estar presenciando un deadlock, entonces tendríamos qué esperar un franco enfrentamiento. Sin embargo, no hay comparación entre los recursos y armas de un bando y otro, así que un desenlace así sería desastroso, sobre todo ahora que el ejército está perfilando su postura para defender el tradicional desfile patrio…
O tal vez me estoy equivocando. Total, por eso son juegos, ¿no?
Los padres inventan muchas cosas para que los hijos tengan un buen comportamiento. El mío solía decirnos que debíamos ser impecables en la mesa para no quedar mal cuando fuéramos a Los Pinos. Y no es que quisiera infundirnos veneración por la figura presidencial, supongo que simplemente se le hacía gracioso.
Un día, no recuerdo bien la fecha (me apena confesar que tengo una memoria gruyere), nos dijeron que iríamos a la ciudad de México, creo que de vacaciones o por algún compromiso familiar. Durante el camino de ida, como todavía no existía la maxipista, teníamos muchas horas para dormir, leer, pelear y platicar. Planeando el itinerario, mi mamá sugería ir al centro y mi papá nos dijo que iríamos a ver al Presidente de la República. No se vayan con la finta con aquello del apellido, como siempre lo he dicho, aunque venga de Guerrero, mi familia nada tiene qué ver con los Figueroa Alcocer. Nada de eso, en realidad, mi padre estaba haciendo referencia al otro Presidente de la República, a un tipo que se instaló a vivir en el Zócalo, porque se había autonombrado jefe del ejecutivo federal y había constituido un gobierno alterno. Mi papá comentaba que bastaba con ir a solicitarle un puesto público y que al parecer hasta ese entonces Jalisco no tenía gobernador alterno, así que él podría pedírselo. Yo no recuerdo que realmente fuéramos, mi hermano dice que sí pero tampoco recuerda si efectivamente lo nombró gobernador.
No fue una anécdota significativa en nuestras vidas, pero aun con mi mala memoria no hubiera sido posible dejar de invocarla en estos momentos históricos del país. Contrariamente al ánimo de mis padres de ir en aquella época al zócalo, me produjo mucha angustia el que dos de mis alumnas de licenciatura sugirieran que les gustaría ir conmigo, después de comentarles yo en clase que sería interesante ir a la convención nacional democrática a la que está convocando AMLO como observadores… Pensar en llevar a esas dos chicas, aparentemente demasiado mimadas, a una multitud con un destino incierto sería muy irresponsable de mi parte. Entonces me agobió la gravedad del momento.
Ya en serio, un país no puede tener dos presidentes.
La teoría de juegos es una herramienta muy poderosa para analizar conflictos, pero tal como lo advierte cualquiera que comienza a adentrarse en su uso, la clave está en las motivaciones de los actores, es decir, al saber cómo piensa cada jugador podemos deducir cómo decidirán y entonces prever el o los posibles desenlaces. Existen algunos juegos pre-modelados, es decir, situaciones que se repiten de una u otra forma en la realidad, coinciden con el patrón y por lo tanto podemos saber en qué concluirá el asunto. Desde hace unas semanas he tenido la duda acerca de qué juego puede explicar la situación entre la resistencia civil y las instituciones del Estado mexicano. Hay dos juegos que podrían aplicarse, pero conducen a resultados muy diferentes.
El primero es el juego de la gallina. ¿Se acuerdan de James Dean y aquella competencia en la que dos carros corrían en el mismo carril para encontrarse de frente? El chiste era demostrar quién tenía más valor, el que se desviaba era la gallina. Evidentemente el instinto de conservación es poderoso, así que en los últimos momentos antes de un fatal choque de frente, alguno de los dos da el volantazo y se sale del camino aun cuando eso le costará su reputación. De eso se trata, de hacer creer al otro que por nada del mundo desistirá. La guerra fría, la carrera armamentista que tenían las dos potencias entonces, es un buen ejemplo de estas situaciones.
El segundo se llama en inglés deadlock y es el que se utiliza para describir el inicio de la primera guerra mundial. A diferencia del juego de la gallina, aquí los actores no tienen nada qué perder, es decir, ganan más entrando a un enfrentamiento directo que permitiendo que el otro les gane. Este juego sólo tiene un resultado: la confrontación, o sea que nadie cede.
Es complicado saber exactamente qué hay en la mente de los actores, una forma de intuirlo es preguntarse qué pueden perder, porque quien tiene mucho qué arriesgar suele ser más cauteloso. Ello explica la complicada posición del gobierno, cualquier error repercute en mayor descrédito ante la opinión pública y eso lo saben bien los perredistas. ¿Qué tiene qué perder la coalición por el bien de todos?
Si ustedes están pensando en que no tiene nada qué perder y que podríamos estar presenciando un deadlock, entonces tendríamos qué esperar un franco enfrentamiento. Sin embargo, no hay comparación entre los recursos y armas de un bando y otro, así que un desenlace así sería desastroso, sobre todo ahora que el ejército está perfilando su postura para defender el tradicional desfile patrio…
O tal vez me estoy equivocando. Total, por eso son juegos, ¿no?
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