Sunday, March 25, 2007

El otro miedo

(Publicado en La Jornada Jalisco, 10 de septiembre de 2006)

Iba en el auto. Llevaba encima una mezcla de cansancio y tristeza, así que decidí sintonizar “radio-fabiola”, es decir, mi propia música pero en la función aleatoria, lo que me evita tomar la difícil decisión de qué escuchar. Les confieso que he tenido muchas sospechas acerca de que si realmente es aleatorio, porque a veces hace excelentes combinaciones y todas en el mismo sentido, supongo que es según el humor en el que ande el aparatito.

Vos que andás diciendo / que hay mejores y peores / Vos que andás diciendo / qué se debe hacer”. ¡La canción de Los Fabulosos Cadillacs! Ergo, mi teoría quedó confirmada, porque de las más de mil quinientas canciones que traigo ahí, la supuesta aleatoriedad eligió aquella que hablaba del origen de mi malestar: a uno de mis mejores amigos lo habían obligado a renunciar y ello había sido, a mi parecer, sumamente injusto, porque no se debía a su perfil profesional o a su desempeño, sino a que no pertenecía al mismo círculo social que sus jefes. Esto me parecía aún más grave si consideramos que se trata de una entidad pública y particularmente de una cuya vocación es proveer de mayor legitimidad y eficiencia al sector público jalisciense.

Que me hablás de privilegios / de una raza soberana / Superiores, Inferiores / Minga de Poder!” Reconozco que puede ser parte de un complejo mío. Estudiar un posgrado, en mi caso, representó un sacrificio económico, como se dice en el medio yo me sabía una “estudihambre”, una “precaria” (por decir becaria). A mitad del programa me asignaron a la SEMARNAP, a una oficina de asesores de la que era miembro mi directora de tesis. Mi primer impacto fue ver y escuchar hablar a asesoras y auxiliares: fresísimas, economistas o politólogas, egresadas del ITAM y por supuesto blancas y bonitas.

El segundo impacto fue la vez que las acompañé a comer y en un lugar de comida sana me dieron un sándwich con más pan que relleno y que pagué a precio de oro (no se hizo realidad el refrán de “mente sana en cuerpo sano” porque aunque tal vez mi organismo agradeció la frescura del alimento, mi mente no dejó de pensar en el desequilibrio financiero que me causaría ese vil sándwich). El tercero fue cuando el tema de la sobremesa se centró en otra de las auxiliares de la oficina, quien no estaba presente en ese momento: “¡Perenganita, es totalmente Suburbia!” comentó alguien y todas rieron, bueno yo no, porque casi me atraganto, ya no sé si por el centeno negro del pan o por pensar que en esos momentos de mi vida yo era-totalmente-Gigante-o-lo-que-se-pudiera…

El cuarto, más grande y mejor impacto fue que nunca me trataron mal y no parecieron mostrar sorpresa de que no las acompañara a comer porque debía ir al comedor universitario. De hecho, hicimos una muy buena relación de trabajo y una mejor amistad. En esa época me fui dando cuenta de que en ciertas áreas de la administración pública federal el perfil de estas chicas era cada vez más frecuente, pero también el mío. No se trataba de provenir de educación cara o barata, la constante era gente egresada de posgrados de calidad, tecnócratas en el buen sentido de la palabra. Me sentí orgullosa, de alguna forma, porque ese tipo de perfiles podíamos contribuir a innovar en las políticas públicas, a buscar mejores prácticas. Sin duda aquellos que venían de un mejor estrato social tenían ventajas comparativas (así son las sociedades, la desigualdad existe) pero si ese plus en su educación (idiomas, viajes) repercutía en que pudieran inyectar nuevas ideas al sector público, entonces estaba bien.

Cómo se te ocurre / que algunos son elegidos / y otros son para el descarte / Ambiciones de Poder”. No, el caso de mi amigo es muy diferente. Ciertamente la historia tiene un origen: el descrédito de las instituciones públicas. De repente se crean organismos públicos para asegurar que los gobernantes cumplan su deber, lo que resulta ilógico en un esquema clásico de democracia porque uno vota para contratar representantes que toman decisiones por nosotros y punto. Pero como no podemos confiar en ellos entonces buscamos otra representación ciudadana, pero ¿cómo elegir a esos otros? No podemos votar directamente por ellos, así que aparentemente resulta natural que los elija el Congreso, por ser un órgano colegiado, por ser los representantes del pueblo… ¡Qué ilusos somos! ¡El romanticismo en política tiene mucho que se acabó! El Congreso está formado por individuos de carne y hueso, con intereses particulares y sujetos a las reglas de los partidos políticos, así que cualquier decisión que tomen, a menos que esté suficientemente acotada, tendrá un criterio preponderante: el político.

Como dijo mi abuela: / Aquí el que no corre vuela" Así que, salvo que se especificaran mecanismo para que fuera determinante la profesionalización de los candidatos a los “organismos ciudadanos”, cada vez que el Congreso tome una decisión de quién ocupará un cargo, tendrá lugar el barajeo político, esto es, intercambiar posiciones o entrar al juego de vetos mutuos: “si tú me vetas a mi gallo, yo te veto al tuyo”. Por cierto, esto de tumbar a los candidatos que ocupaban el primer lugar en la lista conduce a que se elijan a los que tuvieron menos vetos, a los medianos, no a los que destacan.

Si a esto le aunamos que el nuevo grupo en el poder proviene de un alto estrato social (aceptémoslo, eso son las derechas), pues de repente tenemos a unos gobernantes que entienden superioridad en vez de jerarquía y el criterio de estar arriba no está relacionado con el mérito de tener conocimiento, técnica o habilidad para gobernar. No es tecnocracia, es plutocracia y ante eso ya no hay argumentos posibles. Jaque mate.

Los magistrados del tribunal electoral tal vez me descalificarían por estar sembrando una nueva campaña de miedo: el temor de que ésa sea la nueva tendencia de la administración pública y de que todo lo que invirtió este país en becas para formar profesionales en el quehacer del gobierno se desperdicie.

¡Mal bicho! / Todos te dicen que sos / Mal bicho / Así es como te ves / Mal Bicho

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