Sunday, March 25, 2007

Hasta que la política nos separe

(Publicado en La Jornada Jalisco, 24 de septiembre de 2006)

Si las llamadas de ese sujeto me causaron una sensación exageradamente desagradable, el desplegado en donde inculpa a su esposa puso mi hastío al límite (me refiero a Kamel Nacif, parafraseando a mi sobrinito ¡bácala!). Bueno, pero hay que reconocer que el tipo tiene habilidad, miren que eso de tratar de cambiar la jugada diciendo que que era un asunto privado…

No quiero dedicar más segundos de mi atención a esa gentuza (doble ¡bácala!), sin embargo, el hecho suscitó en mí una nueva nostalgia respecto al viejo régimen… Ok, tengo qué aclararlo, nunca fui priísta, al contrario, en mi juventud hacía honor a aquella frase célebre sobre ser revolucionaria, es decir, lo que en entonces significa ser de la oposición. Y sí, fui a festejar aquella noche célebre del 2 de julio de 2000 a la Minerva, saludé y abracé a mis amigos, la emoción no me dejó dormir esa noche. Seis años después… Recuerdo a un conferencista que hace mucho decía “Todos hablan de la transición democrática, pero ¿quién nos dice que es hacia la democracia a donde estamos transitando? Además, ¿no les parece que para ser “transición” ya fue mucho tiempo?”. Amen.

En fin, volvamos al tema de los códigos políticos trasnochados. En aquellas épocas las esposas de los políticos se conformaban con dirigir el DIF, no hacían sus fundaciones propias y sus hijos no ocupaban los primeros lugares en los diarios por escándalos de corruptelas y cinismo. La esposa del político era un género especial. En mis años de estudiante, en mi campus (por ser el de ciencias sociales) pululaban una serie de jóvenes que estaban en la Facultad de Derecho, o si sus palancas no les alcanzaban para salir en listas, entonces se inscribían en Estudios Políticos y Gobierno. Algunos amigos y yo les llamábamos los “dino-niños”, ellos eran hijos de políticos o militaban en el Partido al abrigo de un padrino, habían participado en varios concursos de oratoria y pensaban llamar a sus hijos Emiliano o María Fernanda. No había qué decirlo, estos chicos tenían por novias oficiales a un perfil también predeterminado de chicas: hijas también de políticos, futuras madres de dino-babies, expertas en organizar cenas para la élite política, etc.

Este modelo tenía algunos lados oscuros. Mujeres como mis amigas o yo ni soñarlo, no cabíamos en el modelo, aunque varios de los dino-niños no dejaban de perseguir o pasársela bien con nosotras; conozco un caso de un cortejo de parte de él, que duró muchos años pero evidentemente no terminó en matrimonio, porque jamás las llevaban a las cenas o las presentaban a sus familias. Ya saben, el prototipo del macho: una mujer para casarse y otra para divertirse; en este caso, la diversión incluía un diálogo más intelectual (no podemos omitir toda la reflexión sobre el papel histórico de las “amantes de los políticos” que formaban parte de un círculo cultural y que incluso fueron verdaderas asesoras porque participan de la discusión de la toma de decisiones públicas).

“Entrar al mundo de las esposas de los políticos es entrar al mundo del alcoholismo” me contó muy triste una amiga que se quejaba de su experiencia marital. Él tenía al menos un par de reuniones a la semana en donde ella debía lucir guapísima y calladísima; en algún punto de la reunión era abandonada y no le quedaba de otra que juntarse con las otras esposas y disfrutar la reunión (menos bla-bla y más glu-glu, dijera Mauricio Garcés). Las conversaciones con esta mujer me inspiraron para crear un personaje de un de una novela que espero un día terminar, se llama Clara y su vida con López la llenó de tanta amargura que cuando a éste por alguna circunstancia le toca ser el chivo expiatorio de un conflicto, ella ni siquiera se baja de su cuarto para despedirse de él cuando llega la escolta que lo llevará a la cárcel.

No sólo las mujeres sufrían. Era parte de radio-pasillo la historia de un chico que prometía ser talentoso para la política pero que carecía de un buen apellido o la fortuna no le favorecía tanto, así que un día conoció a la que prometía ser la dino-esposa perfecta; ella era bonita, con lana, descendiente de altas personalidades públicas… ¡qué pena que ella lo tratara tan mal! Pero claro, el fin justifica los medios (otra frase de oro), él mantuvo la disciplina y ahora forman una bella familia que los domingos aun podemos encontrar de shopping en la Gran Plaza o en Galerías.

Independientemente de estos claroscuros, la ropa sucia siempre se lavaba en casa, los eventos sociales eran perfectos tal como se apreciaba en los álbumes de fotos de la clase política mexicana, en los festejos de la élite gobernante de septiembre o en las cenas post-informe-de-actividades del titular de cualquier dependencia… l’ancient règime, la belle époque: lo público y lo privado perfectamente distinguibles.

Hoy en día, leo las noticias y me pregunto si lo que hay detrás de un gran hombre público es un gran escándalo político o peor aun, un resbalón. El cambio de las reglas de juego de la democracia mexicana nos ha llevado al cambio de códigos de conducta política (y de ética). Caray, si tan sólo pudiéramos saber cuáles son ahora…

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