Wednesday, July 15, 2009

¿Ya para qué?

(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 19 de junio de 2009)

Cada cierto tiempo J viene a la ciudad. De repente llega un mensaje al celular avisando que estará dando “consultas” tales días, entonces uno se enfrenta con la controversia: ¿le diré que no puedo y tan sólo le agradezco la consulta anterior, o me arriesgo a hacerlo de nuevo.

J es una bruja. En serio, se dedica a eso, a leer el tarot o la mano y a prescribe remedios extraños, algunos de los cuales saca de una gran bolsa negra que parece no tener fondo. La conozco desde siempre, su éxito está en la vocación y la técnica. El don lo tuvo siempre, podría contarles un montón de anécdotas, graciosas y no tanto, sobre predicciones que parecían improbables en su momento y sucedieron tal cual lo dijo. Uno podría pensar que con una cualidad así ella podría sacar ventaja (por ejemplo adivinar el Melate, admítanlo también lo pensaron, es la fantasía nacional). Pero no, ella tiene una vida problemática y folclórica como todos, una cosa es tener el don y otra dejar de ser humano…

Nunca falta el escéptico que acude a consultar a J, normalmente lo hace bajo protesta y sometido a la presión de amigos que ya adictos a J. Por regla general, son estos incrédulos los que demoran más. Uno de ellos se estuvo hasta 3 horas y fue odiado por todos los que esperábamos turno. Él salió tan sonriente… fue el primero en hacer fila en la visita siguiente de J, acompañado de otro incrédulo, claro está. Otro tipo de escépticos son los que no van, pero envían preguntas a la pitonisa con sus conocidos, por si las dudas.

Antes de reincidir con J repaso los dilemas que en su acontecer no ha resuelto la humanidad: el destino vs. el libre albedrío, si la predicción provoca lo que no iba a ocurrir, el desencanto de vivir algo que ya se sabía de antemano, lo poco científico del asunto, etc. Cedo a la tentación porque en este mundo caótico es agradable la seguridad que proporcionan las predicciones. De hecho, más que el futuro pregunto por el presente, para hacer un mapa de dónde estoy y con quiénes, de lo que tal vez no he visto. Sería otra cosa si la sociedad fuera más ordenada o aún existieran los patrones. Los clientes de J solemos bromear acerca de quiénes no necesitan el tarot, como las chavas eternamente enamoradas del sujeto que las trata mal o los escandinavos con la vida resuelta y gobiernos confiables. Cualquiera podría predecir lo que les depara el destino.

En la última visita de J, para matar el tiempo en la antesala, mi hermano y yo comenzamos a hacer un recuento de los problemas económicos que habían surgido en nuestros respectivos ámbitos laborales, de las terribles proyecciones que la historia nacional nos hace suponer, etc. Un colega que esperaba con nosotros, se limitaba a asentir, en mi perorata de pesimismo me dirigí a él “…y nosotros tampoco estamos a salvo, porque si el gobierno federal se queda sin fondos por su mala administración, nos pueden suspender el complemento salarial”. Él puso la cara desencajada que corresponde (sabrán que el sueldo base de los profesores de la universidad pública estatal es bajísimo). Cuando por fin se abrió la puerta, J salió a recibir al siguiente. “Pasa primero” le dijimos a mi amigo por cortesía, pero él se limitó a responder entre dientes “Mmm, mejor no” y se fue cabizbajo. Tal vez porque ya había escuchado de mi hermano y de mí el futuro que tanto se temía.