(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 12 de junio de 2009)
Cuando doy clases y menciono el viejo régimen (ya saben, PRI-sozoico tardío, años 70 y 80’s), los alumnos suelen mirarme como si les contara una historieta. Uno de ellos se atrevió a decirme que evidentemente no se acordaba de las grandes devaluaciones porque aún no había nacido. Por eso acepto grupos de posgrado, porque suele haber gente mayor y me entienden más las referencias.
Aunque pensándolo bien, yo entonces era muy chica, pero creo que siempre me gustó la política. Recuerdo que las campañas electorales eran útiles, por ejemplo, para identificar en las bardas pintadas, el nombre de la población por la que atravesábamos cuando íbamos en carretera, pero sobre todo porque era el momento de hacer gestiones que la burocracia ordinaria hacía imposibles. Mi familia se instaló en una colonia nueva y pasaron los años sin que pudiéramos conseguir que Telmex nos diera una línea telefónica. Mi madre desesperada se decidió a pedírselo al candidato a diputado, así que fue a buscar su casa de campaña. Quise acompañarla porque creía que era una tienda de camping, al llegar me dio mucha risa mi ingenuidad; entonces ignoraba aquello de la división de poderes y órdenes de gobierno, de lo contrario también me hubiera reído de que el candidato se comprometiera a resolvernos el problema, como si la paraestatal fuera asunto del poder legislativo.
Cuando yo tenía 19 años, moría de ganas por aprender a manejar, pero mi padre me puso en un predicamento, me advirtió que no me enseñaría a manejar hasta que no tuviera licencia para ello; y obviamente no podría conseguirla si no pasaba la prueba de manejo. Dio la casualidad de que, en esas fechas, mi amiguita D estaba trabajando en la campaña del PRI, así que me dio el pitazo de que en el centro municipal de operaciones del Partido estaban dando la licencia de manejo, que bastaba con acudir con documentos y fotografía. Fue así como la creatividad del régimen derrocó al ingenio paterno y yo fui oficialmente “chofer”.
Tortas, cachuchas, licencias o charolas, todo era parte de la farsa y el PRI siempre ganaba. Hoy los cargos dependen de los votos, sin que necesariamente eso baste para estar en una buena democracia. En menos de 4 elecciones todos ellos, los políticos, descubrieron que lo más importante es lo que pase por nuestra mente en ese diminuto instante en que cruzamos la boleta, después ya no les servimos, hasta las siguientes elecciones. Sería diferente si fuésemos ciudadanos activos, informados y con buena memoria, pero ¿quién puede serlo en estas circunstancias, si vivimos ocupados con tarugaditas y desgracias, como baches, créditos, jornadas dobles, precios, despidos, etc.? Nos enfrentamos, además, con los expertos en mercadotecnia que nos presentan slogans pegajosos y candidatos sonrientes, jóvenes y guapos. Mi sobrino de 5 años, quien por desgracia nos resultó políticamente precoz, no acaba de entender por qué no votaremos por el partido que dice estar contra las drogas y lo otro que comenzó a preocuparles es cómo saber si los otros también mienten.
Preguntarme si fue un logro sustituir el populismo priísta por la mercadotecnia de manipulación, me hizo recordar una frase que acabo aprenderle a un amigo: el pecado no es ser pu*#% sino barata…
Sunday, June 21, 2009
Subscribe to:
Posts (Atom)