(Publicado en La Jornada Jalisco, 19 de noviembre de 2006)
Tenía ese día dos eventos que requerían de cierta formalidad, así que llevaba un trajecito muy mono. El dueño al verme se acercó al mostrador para atenderme (supongo que no es común que lleguen clientas y mucho menos así vestidas). “¿En qué puedo servirle?”, definitivamente no me había reconocido… no es su culpa, haciendo cuentas habían pasado ya un par de años desde la última vez fui a ese negocio. Don S levantó la vista y al mirarme sonrió, él sí me reconoció. El dueño notó la familiaridad y dejó que don S me atendiera. “Quiero pintar una pared de unos 15 metros cuadrados de este moradito y otra de unos 12 de este otro color”, preferí señalarlos en el muestrario que llevaba (de la competencia, por cierto) omitiendo el detalle de que el segundo color, según mi hermano, era la última moda en decoración: “azul tiffany” me dijo en los 15 minutos en los que pude arrancarlo de sus muchas de ocupaciones de arquitecto para que fuera a recomendarme cómo pintar el nuevo lugar al que me mudaría. “¡¿No sabes cuál es color de Tiffany, la joyería?!” extrañadísimo de que yo no tuviera la menor idea.
Afortunadamente a don S no le importan los nombres de los colores, de hecho, no muestra nada de sorpresa de todos los que le he pedido desde que nos conocimos. Me ha preparado un “azul del color de la mezclilla que traigo puesta” un “casi blanco como el de este cachito dentro del círculo” de la imagen de una revista, un “anaranjado zanahoria fresca”, etc. No en vano le llamo “mi asesor en pintura”. Curiosamente él un día me bautizó como “la reina de los pintores (de brocha gorda, claro está)”, y vaya que ese día llevaba un atuendo propio para tal coronación: guaraches ya salpicados, pants, playera vieja, cabello recogido también manchado de blanco. Más que a mis atributos como pintora, sospecho que el título me lo gané sólo porque don S no tiene muchas clientas. Incluso, el de la tlapalería de al lado, una vez que fui a comprar unas piezas para cambiar la instalación del w.c., me preguntó si yo me dedicaba a eso, tal vez pensaba promocionarme como multichambas.
Ok, ok, ya sé qué están pensando, que no es muy normal que digamos, ni cambiarse de casa tantas veces, ni cambiarle los colores y menos pintar yo misma. Cuando decidí ser independiente y vivir sola comencé a rentar a costa de aguantar la perorata familiar de “rentar es tirar el dinero a la basura”, “podrías vivir aquí y ahorrar para comprarte una propiedad” “aunque sea algo pequeño, da el enganche y en vez de renta cubres el crédito” y así. Pero honestamente, o postergaba mis planes muchos años o buscaba un lindo lugar en alquiler y no me arrepiento de lo decidido. Cuando preparé el tema de pobreza para mi curso sobre el sector público y leí las mediciones de calidad de vida de Julio Boltvinik, supe que estaba dentro del 85% de la población “pobre” del país y que si las generaciones anteriores habían podido comprar casas medianas, yo con mis flamantes estudios de posgrado y dobles jornadas laborales con mucho esfuerzo podría aspirar a un departamentito de menos de 60 metros cuadrados en un condominio modesto. Por eso comencé a rentar y bueno pues no me ha tocado permanecer muchos años en una misma casa, así que mi única constante es llegar y llenar de colores (ah y también de móviles) ayudada por una escalera mediana metálica y las secciones amarillas que uso de aumentos para alcanzar el techo.
Así que cada cierto tiempo converso con don S, el igualador de pinturas, quien llama la atención por sus propios colores (una piel morena cobriza que contrasta con su cabello encanecido y sus ojos verde-grisáceos). Esta vez lo vi un poco más viejo y más acentuada su joroba, él mismo comenzó a hablar de ello: “Tengo achaques hasta en la credencial de elector. Cuando veo a las muchachas, trato de correr detrás de ellas y cuando las alcanzo ya ni me acuerdo para qué era”. Don S dice que ni con la edad se le quita lo mujeriego. Lleva en su haber 3 matrimonios, el primero le duró 4 el otro por el estilo y en el último ya lleva 21. En ese momento, el dueño salió de su oficina para darme mi factura pienso que un poco movido por la curiosidad acerca de qué tanto hablábamos. Aprovechó para decirle a don S que a la mezcla le faltaba un poco de tinta amarilla sin diluir y éste le echó una mirada de ni-que-no-supiera-yo-hacer-mi-trabajo.
Luego de que se fue el dueño, continuó narrándome que con su mujer (“con esta última” tuvo que aclarar) se la lleva muy bien, desde hace unos cinco años ya no se pelean. Pero lamentablemente “ya no quiere tener sexo conmigo, yo creo que ya la enfadé, yo le dije que sí la respeto pero que no me ande reclamando si le dicen que ando con otras. Ella es rara, casi no ríe, más que a veces cuando ve Los Comediantes, trabaja mucho y aún así me consiente. Dice que me compre un carro, pero para tener uno no tan carcacha necesitaría unos cuarenta mil pesos. Ya saqué cuentas y con eso alcanzaría a pagarme unas 60 mujeres, así que no me conviene. Y es que a mi edad, aunque lo guapo no se me quita, ya para andar con alguien tendría qué pagar”.
En la penúltima casa que pinté don S. me contó que había estado en la prepa, que andaba con los de la FEG, pero que un día hubo una trifulca estudiantil, se armaron los balazos y él golpeó brutalmente a otro chico, lo que le valió la expulsión y el fin de sus estudios. Me pregunté si realmente era tan galán o tan rudo como decía, miré sus manos cuando cerraba con el marro las latas que me vendió, de los dedos a sus muñecas era una paleta de mezclas que no dejaba ni un espacio el color de su piel…
Saturday, December 1, 2007
La sorpresa de Patricia Galarza
(Publicado en La Jornada Jalisco, 12 de noviembre de 2006)
Cuando uno viaja por placer lo hace sin duda porque quiere conocer, descubrir algo nuevo, por la añoranza de la sorpresa. Sin embargo, cosa curiosa, nos la pasamos haciendo comparaciones… ¿así es el ser humano? ¿siempre buscamos un punto de referencia? Las ciudades también tienen sus constantes, pienso en algunos personajes urbanos, los taxistas, por ejemplo. Así conocí a Patricia Galarza.
Cuanto a uno le gusta viajar por placer, cualquier invitación a viajar por trabajo no puede ser rechazada, lo que puede resultar muy peligroso para los que tenemos tendencia de adicción al trabajo. Justamente cuando mi amigo me habló para invitarme a dar un curso en San Luis Potosí, dije al momento que sí pensando más bien en que nunca había ido para allá, sin preguntar a cuántas horas se encontraba de Guadalajara o reflexionar si ello complicaba mi agenda previa (como en efecto lo hizo). No sé si fue por estar pensando en lo que echaría en la maleta o en los tiempos libres que tendría para caminar y conocer la ciudad o de plano no me lo dijo, pero resulta que no hay autopista de San Juan de los Lagos a San Luis, no hay un vuelo GDL-SLP y el trayecto en autobús es de mínimo 5 horas. Tampoco recuerdo que me haya dicho que el curso era en Río Verde, a 2 horas de San Luis, o que iba a ir ¡tres fines de semana continuos!
Decía acerca de las similitudes de las ciudades. El agua, lamentablemente parece ser un problema generalizado. De lo que más me sorprendió de San Luis, además por supuesto de Patricia Galarza, fue la avenida Río Santiago, llamada así porque está construida sobre el cause de un río ya prácticamente seco. Me di a la tarea de preguntar al que se dejaba. “Se necesitaba una vialidad, el gobierno estuvo buscando y bueno pues ahí estaba el cause del río ya hecho, así que lo aprovecharon”. “Como no le pusieron un desagüe subterráneo, cuando llega a llover mucho el agua reconoce el camino y se inunda, así que cierran la avenida”. “Muchos se sacan de onda de que se acabe la avenida de buenas a primeras: aquí se da uno la vuelta y toma otro camino; los que no saben se han llegado a caer. Creo que ya está el proyecto para seguir pavimentando y que continúe la avenida”. Patricia Galarza simplemente dijo: “Sí ¿verdad? está curioso”.
Contrario a lo que suele sucederme cada que viajo fue hasta el último día de mis estancias allá cuando di con un lugar algo escondido y modesto (sólo para conocedores) de comida típica y deliciosa, en este caso de la región huasteca. A las 14:30 hrs. del sábado finalmente terminé el curso, fui al hotel por mis cosas y a registrar la salida y me enfrenté con un dilema: comer tranquilamente en el Burger King que me quedaba enfrente o caminar arrastrando mi pesada maleta, con chamarra, bolsa y portafolios en mano, varias cuadras hacia mi hallazgo pedir algo para llevar y apresurarme para ver si alcanzaba la corrida de las 16:30 (mi plan era degustarlo una vez instalada en los supuestamente cómodos asientos del autobuses con mis audífonos puestos). Obvio, fue lo segundo, creo que la complicación me atrae.
Después de esperar ansiosamente a que prepararan y empaquetaran un suculento zacahuil (una porción de un tamal gigantesco) con una cecina huasteca, pasé a un Oxxo por una cerveza de lata que pasaría al autobús de contrabando. Las “varias cuadras” me parecieron aún más largas pues el número de bultos había aumentado. Al llegar a la avenida respiré y esperé pacientemente un taxi. El vehículo se detuvo y me llamó la atención que no se bajara a subir mi equipaje en la cajuela, así que me las arreglé como pude para poner todo en el asiento trasero. Al subirme encontré una posible explicación de por qué no me había ayudado, se trataba de una conductora. No es que discrimine a mi género, pero admitámoslo que es algo peculiar. Patricia Galarza, decía su licencia y en su foto lucía con ropa modesta pero con esmero en su arreglo.
“¿Vas a darle una vuelta a la familia?”, me preguntó creyendo seguramente que era de Río Verde o algo así y vivía en San Luis por razones de trabajo. Le conté brevemente que había asistido a un curso. “¡Pero no eres chilanga, ¿verdad?! [mentí, me declaré tapatía; es que toda una vida aquí me hacen sentirlo]. Porque son los chilangos los que han venido a quitarnos la tranquilidad, hace poco salió en las noticias uno que asesinó al dueño de una tiendita por aquí, por el centro”. Por cambiar el tema le dije que me había gustado mucho la ciudad, que había caminado todo el centro. “¡¡¡Qué raro se me hace que una mujer ande sola por ahí caminando, de turista!!!”.
Me hizo gracia pensar en que ambas nos veíamos con extrañeza. Me contó en los 16 minutos del trayecto a la central algo de su historia. Su esposo había muerto hacía un año (imaginé que tal vez él era el taxista y tras su muerte ella se hizo cargo del negocio, así que volteé a ver discretamente su licencia; no, no era eso, había sido expedida hacía 4 años). Tenía tres hijos, el más pequeño a diferencia de los otros dos estaba reprobando en la escuela, no sabía si era por la tristeza de perder al papá. La mayor es ingeniera bióloga pero ahora está haciendo un posgrado en Francia. “De intercambio” dije sin pensarlo mucho. “No, le dieron beca porque es muy inteligente”. “¿En París?”. “No, en Toulouse, pero ya conoció París porque está aprovechando para viajar y conocer”. La imaginé con una mochila grande en los hombros (una baguette y una botellita de tinto adentro de ella), conociendo Europa, caminando.
Cuando uno viaja por placer lo hace sin duda porque quiere conocer, descubrir algo nuevo, por la añoranza de la sorpresa. Sin embargo, cosa curiosa, nos la pasamos haciendo comparaciones… ¿así es el ser humano? ¿siempre buscamos un punto de referencia? Las ciudades también tienen sus constantes, pienso en algunos personajes urbanos, los taxistas, por ejemplo. Así conocí a Patricia Galarza.
Cuanto a uno le gusta viajar por placer, cualquier invitación a viajar por trabajo no puede ser rechazada, lo que puede resultar muy peligroso para los que tenemos tendencia de adicción al trabajo. Justamente cuando mi amigo me habló para invitarme a dar un curso en San Luis Potosí, dije al momento que sí pensando más bien en que nunca había ido para allá, sin preguntar a cuántas horas se encontraba de Guadalajara o reflexionar si ello complicaba mi agenda previa (como en efecto lo hizo). No sé si fue por estar pensando en lo que echaría en la maleta o en los tiempos libres que tendría para caminar y conocer la ciudad o de plano no me lo dijo, pero resulta que no hay autopista de San Juan de los Lagos a San Luis, no hay un vuelo GDL-SLP y el trayecto en autobús es de mínimo 5 horas. Tampoco recuerdo que me haya dicho que el curso era en Río Verde, a 2 horas de San Luis, o que iba a ir ¡tres fines de semana continuos!
Decía acerca de las similitudes de las ciudades. El agua, lamentablemente parece ser un problema generalizado. De lo que más me sorprendió de San Luis, además por supuesto de Patricia Galarza, fue la avenida Río Santiago, llamada así porque está construida sobre el cause de un río ya prácticamente seco. Me di a la tarea de preguntar al que se dejaba. “Se necesitaba una vialidad, el gobierno estuvo buscando y bueno pues ahí estaba el cause del río ya hecho, así que lo aprovecharon”. “Como no le pusieron un desagüe subterráneo, cuando llega a llover mucho el agua reconoce el camino y se inunda, así que cierran la avenida”. “Muchos se sacan de onda de que se acabe la avenida de buenas a primeras: aquí se da uno la vuelta y toma otro camino; los que no saben se han llegado a caer. Creo que ya está el proyecto para seguir pavimentando y que continúe la avenida”. Patricia Galarza simplemente dijo: “Sí ¿verdad? está curioso”.
Contrario a lo que suele sucederme cada que viajo fue hasta el último día de mis estancias allá cuando di con un lugar algo escondido y modesto (sólo para conocedores) de comida típica y deliciosa, en este caso de la región huasteca. A las 14:30 hrs. del sábado finalmente terminé el curso, fui al hotel por mis cosas y a registrar la salida y me enfrenté con un dilema: comer tranquilamente en el Burger King que me quedaba enfrente o caminar arrastrando mi pesada maleta, con chamarra, bolsa y portafolios en mano, varias cuadras hacia mi hallazgo pedir algo para llevar y apresurarme para ver si alcanzaba la corrida de las 16:30 (mi plan era degustarlo una vez instalada en los supuestamente cómodos asientos del autobuses con mis audífonos puestos). Obvio, fue lo segundo, creo que la complicación me atrae.
Después de esperar ansiosamente a que prepararan y empaquetaran un suculento zacahuil (una porción de un tamal gigantesco) con una cecina huasteca, pasé a un Oxxo por una cerveza de lata que pasaría al autobús de contrabando. Las “varias cuadras” me parecieron aún más largas pues el número de bultos había aumentado. Al llegar a la avenida respiré y esperé pacientemente un taxi. El vehículo se detuvo y me llamó la atención que no se bajara a subir mi equipaje en la cajuela, así que me las arreglé como pude para poner todo en el asiento trasero. Al subirme encontré una posible explicación de por qué no me había ayudado, se trataba de una conductora. No es que discrimine a mi género, pero admitámoslo que es algo peculiar. Patricia Galarza, decía su licencia y en su foto lucía con ropa modesta pero con esmero en su arreglo.
“¿Vas a darle una vuelta a la familia?”, me preguntó creyendo seguramente que era de Río Verde o algo así y vivía en San Luis por razones de trabajo. Le conté brevemente que había asistido a un curso. “¡Pero no eres chilanga, ¿verdad?! [mentí, me declaré tapatía; es que toda una vida aquí me hacen sentirlo]. Porque son los chilangos los que han venido a quitarnos la tranquilidad, hace poco salió en las noticias uno que asesinó al dueño de una tiendita por aquí, por el centro”. Por cambiar el tema le dije que me había gustado mucho la ciudad, que había caminado todo el centro. “¡¡¡Qué raro se me hace que una mujer ande sola por ahí caminando, de turista!!!”.
Me hizo gracia pensar en que ambas nos veíamos con extrañeza. Me contó en los 16 minutos del trayecto a la central algo de su historia. Su esposo había muerto hacía un año (imaginé que tal vez él era el taxista y tras su muerte ella se hizo cargo del negocio, así que volteé a ver discretamente su licencia; no, no era eso, había sido expedida hacía 4 años). Tenía tres hijos, el más pequeño a diferencia de los otros dos estaba reprobando en la escuela, no sabía si era por la tristeza de perder al papá. La mayor es ingeniera bióloga pero ahora está haciendo un posgrado en Francia. “De intercambio” dije sin pensarlo mucho. “No, le dieron beca porque es muy inteligente”. “¿En París?”. “No, en Toulouse, pero ya conoció París porque está aprovechando para viajar y conocer”. La imaginé con una mochila grande en los hombros (una baguette y una botellita de tinto adentro de ella), conociendo Europa, caminando.
Hijo de maestro, revoltosito
(Publicado en La Jornada Jalisco, 5 de noviembre de 2006)
Conocí a I casi cuando entró a la licenciatura porque iba al inglés junto con uno de mis becarios. Supimos que era de Oaxaca, de Matías Romero. Otro alumno de la misma carrera, A, también venía de ahí mismo, así que ellos dos no tardaron en conocerse y en coordinarse para irse juntos a su terruño durante las vacaciones.
De hecho, entonces convivíamos más con A y cada que estaba por acabar el ciclo escolar o se aproximaba la semana santa nos invitaba a ir a su casa, a conocer su bello estado (o bien, para pasar a Chiapas, que en realidad está más cerca que la capital). A seguido era objeto de nuestra carrilla: que venía de una familia poderosísima en Matías Romero, que era tan muy fashion que incluso él iba marcando la moda, etc. Bromeábamos acerca de que si íbamos a visitarlo, nos estarían esperando en la terminal de autobuses muchos indígenas que venían de parte del “niño A” para atender a sus huéspedes, y otras cosas por el estilo.
I mismo alimentó nuestras hipótesis sobre la posición privilegiada de A. Nos comentó que antes de conocerlo él si sabía quién era A, o más bien su familia. Pero que al revés no, porque la familia de I es de un estrato menos elevado: él es hijo de un maestro, de hecho, de un director de escuela pública.
Por cierto, ¿cuándo ser hijo de profesor del sistema educativo público dejó de tener privilegios sociales? Mi abuelo paterno era maestro. Tiempos diferentes, por supuesto. Imaginen, nació en 1890, en su momento se unió a la Revolución, con los zapatistas (los originales). Cuando todo terminó se retiró del servicio militar activo y conoció a mi abuela en un pueblo perdido en una barranca de Guerrero, siendo el maestro del pueblo. Para ella casarse con él implicó perder su posición social (¡y económica!) sin embargo, el maestro y el sacerdote eran ahí los más respetados, después de los caciques, of course. Eran los años 30 y 40. Fue hasta mediados de las 50 cuando mi padre salió de ahí para ir a Taxco a hacer la preparatoria (¡casi a 20 años!).
A finales de siglo XX, el país vivía un panorama muy distinto: los niveles de analfabetismo habían descendido dramáticamente, hacer la secundaria, la prepa y la licenciatura era accesible para grandes sectores (sobre todo la clase media y alta). La discusión apuntaba más bien a criticar la educación masificada. Recuerdo la primera vez que escuché el término “gigantismo” como parte del diagnóstico de la problemática de las universidades públicas latinoamericanas. Entonces ser hijo de maestro también tenía ciertos privilegios pero limitados al ámbito educativo; por ejemplo, salir en listas, estar en el turno matutino o en la escuela más próxima a la casa, o tener la simpatía del resto de los profesores. Los hijos de maestros solían ingresar tarde que temprano a la Normal y luego obtener una plaza en el sistema, aún cuando tuvieran otra carrera.
¡Qué extraño! I tiene más coincidencias con la primera historia: hasta donde sabemos, no forma de alguna familia caciquil, y también migra a Guadalajara para hacer su carrera. De hecho, estuvimos acongojados porque debido a la inflexibilidad de los trámites burocráticos su hermano menor no consiguió meter sus papeles a tiempo a la UdeG, lo que le hizo perder un semestre para entrar a la licenciatura. ¿Podríamos aventurarnos a apoyar la hipótesis de que en Oaxaca el sistema educativo es más bien anacrónico?
Evidentemente en estos días hemos estado atentos a las opiniones de I sobre el conflicto… sobre todo porque nos preocupa su familia: “Todo está relativamente tranquilo en Matías Romero. Yo pienso que pronto se reanudarán clases (…) Mi papá intentó abrir la escuela desde hace un mes, pero nadie fue, ni maestros ni alumnos (…) Yo pienso que fue por temor, porque se escuchaba que en la capital a los que intentaban volver a las aulas los mataban los de la APPO (…) Y bueno, sí es cierto que la cosa está muy mal, Ulises salió peor que Murat, es todo un tirano; sí hay que hacer algo pero yo digo que se pasaron (…) Además la APPO también se mueve por otros intereses no por ayudar a la gente”.
Le pregunté que si su papá tenía una labor activa en la organización sindical magisterial. Me contó que en algún tiempo sí, hasta que ellos dos (I y su hermano) lo regañaron por andar de revoltoso perdiendo el tiempo y el dinero, que fueron muy enérgicos con él. “¿Y tu papá se dejó regañar por ustedes?” le pregunté. “Él es de carácter fuerte, pero entró en razón ¿qué andaba haciendo con esa gente?”.
El enfrentamiento frontal en Oaxaca se acerca cada vez más, afortunadamente las familias de nuestros amigos están muy lejos del terreno de acción…
Conocí a I casi cuando entró a la licenciatura porque iba al inglés junto con uno de mis becarios. Supimos que era de Oaxaca, de Matías Romero. Otro alumno de la misma carrera, A, también venía de ahí mismo, así que ellos dos no tardaron en conocerse y en coordinarse para irse juntos a su terruño durante las vacaciones.
De hecho, entonces convivíamos más con A y cada que estaba por acabar el ciclo escolar o se aproximaba la semana santa nos invitaba a ir a su casa, a conocer su bello estado (o bien, para pasar a Chiapas, que en realidad está más cerca que la capital). A seguido era objeto de nuestra carrilla: que venía de una familia poderosísima en Matías Romero, que era tan muy fashion que incluso él iba marcando la moda, etc. Bromeábamos acerca de que si íbamos a visitarlo, nos estarían esperando en la terminal de autobuses muchos indígenas que venían de parte del “niño A” para atender a sus huéspedes, y otras cosas por el estilo.
I mismo alimentó nuestras hipótesis sobre la posición privilegiada de A. Nos comentó que antes de conocerlo él si sabía quién era A, o más bien su familia. Pero que al revés no, porque la familia de I es de un estrato menos elevado: él es hijo de un maestro, de hecho, de un director de escuela pública.
Por cierto, ¿cuándo ser hijo de profesor del sistema educativo público dejó de tener privilegios sociales? Mi abuelo paterno era maestro. Tiempos diferentes, por supuesto. Imaginen, nació en 1890, en su momento se unió a la Revolución, con los zapatistas (los originales). Cuando todo terminó se retiró del servicio militar activo y conoció a mi abuela en un pueblo perdido en una barranca de Guerrero, siendo el maestro del pueblo. Para ella casarse con él implicó perder su posición social (¡y económica!) sin embargo, el maestro y el sacerdote eran ahí los más respetados, después de los caciques, of course. Eran los años 30 y 40. Fue hasta mediados de las 50 cuando mi padre salió de ahí para ir a Taxco a hacer la preparatoria (¡casi a 20 años!).
A finales de siglo XX, el país vivía un panorama muy distinto: los niveles de analfabetismo habían descendido dramáticamente, hacer la secundaria, la prepa y la licenciatura era accesible para grandes sectores (sobre todo la clase media y alta). La discusión apuntaba más bien a criticar la educación masificada. Recuerdo la primera vez que escuché el término “gigantismo” como parte del diagnóstico de la problemática de las universidades públicas latinoamericanas. Entonces ser hijo de maestro también tenía ciertos privilegios pero limitados al ámbito educativo; por ejemplo, salir en listas, estar en el turno matutino o en la escuela más próxima a la casa, o tener la simpatía del resto de los profesores. Los hijos de maestros solían ingresar tarde que temprano a la Normal y luego obtener una plaza en el sistema, aún cuando tuvieran otra carrera.
¡Qué extraño! I tiene más coincidencias con la primera historia: hasta donde sabemos, no forma de alguna familia caciquil, y también migra a Guadalajara para hacer su carrera. De hecho, estuvimos acongojados porque debido a la inflexibilidad de los trámites burocráticos su hermano menor no consiguió meter sus papeles a tiempo a la UdeG, lo que le hizo perder un semestre para entrar a la licenciatura. ¿Podríamos aventurarnos a apoyar la hipótesis de que en Oaxaca el sistema educativo es más bien anacrónico?
Evidentemente en estos días hemos estado atentos a las opiniones de I sobre el conflicto… sobre todo porque nos preocupa su familia: “Todo está relativamente tranquilo en Matías Romero. Yo pienso que pronto se reanudarán clases (…) Mi papá intentó abrir la escuela desde hace un mes, pero nadie fue, ni maestros ni alumnos (…) Yo pienso que fue por temor, porque se escuchaba que en la capital a los que intentaban volver a las aulas los mataban los de la APPO (…) Y bueno, sí es cierto que la cosa está muy mal, Ulises salió peor que Murat, es todo un tirano; sí hay que hacer algo pero yo digo que se pasaron (…) Además la APPO también se mueve por otros intereses no por ayudar a la gente”.
Le pregunté que si su papá tenía una labor activa en la organización sindical magisterial. Me contó que en algún tiempo sí, hasta que ellos dos (I y su hermano) lo regañaron por andar de revoltoso perdiendo el tiempo y el dinero, que fueron muy enérgicos con él. “¿Y tu papá se dejó regañar por ustedes?” le pregunté. “Él es de carácter fuerte, pero entró en razón ¿qué andaba haciendo con esa gente?”.
El enfrentamiento frontal en Oaxaca se acerca cada vez más, afortunadamente las familias de nuestros amigos están muy lejos del terreno de acción…
Pues no, porque es la competencia
(Publicado en La Jornada Jalisco, 29 de octubre de 2006)
Justamente ese día había comido con un gran amigo y con alguien a quien tenía mucho tiempo queriendo conocer y que por diversas razones no habíamos podido concretar un encuentro. Es un periodista y me dio la impresión de que era de los buenos porque tiene dos importantísimas cualidades que esa profesión parece requerir: mirada serena, penetrante, y saber guardar silencio, el suficiente para hacer al interlocutor hablar. Ups, creo que fue por eso que tuve qué renunciar a mi sueño juvenil de dedicarme al periodismo, porque no tengo ni una ni otra. Ya me imagino a mi misma, hubiera sido capaz de colarme hasta el punto exacto de la noticia pero no me hubiera concentrado para obtener (¡o redactar!) una nota. En fin, ya me volví a dispersar, lo siento.
Decía que justo ese día, porque saliendo de ahí prendí la radio en el coche y estaban re-transmitiendo el discurso de Fox de la semana sobre la libertad de prensa, los medios de comunicación como factor de la democracia actual en México, bla, bla, bla. No estaba mal hecho el discurso (o sea, que a lo mejor sí tiene asesores, y a veces les hace caso), pero qué pena que sus palabras sólo sea una fachada, ¡una más! Automáticamente pensé en el juicio contra Proceso que la pareja presidencial ha ido ganando escalón por escalón en el sistema judicial mexicano. ¡Qué desfachatez! Recuerdo las palabras de los directivos de esa revista tan importante para el país: no se preocupen, indudablemente cada presidente ha tratado de callarnos…
Hace ya mucho tiempo, tal vez en el 2001, tuve la oportunidad de asistir a una mesa de discusión sobre los medios de comunicación en México, a la luz del nuevo escenario de la alternancia. Justamente un periodista de Proceso admitía que ellos tendrían el gran reto de redefinir su papel, porque si las condiciones de autoritarsimo y represión a la libertad de expresión desaparecían, entonces aquel papel combativo e incisivo que distinguía su línea editorial corría el peligro de convertirse en amarillismo… Ja-ja-já, (o más bien ¡¡¡SNIIFF!!!). ¡Cómo pudimos ser tan ilusos! ¿Cuál democracia? ¿Cuál extinción del autoritarismo? Ayer vi una manta en el centro (no el de Guadalajara, pero podría ser en cualquier plaza principal del país) decía: “Fox / nos fallaste / Taxistas unidos por la transparencia”.
Claro que no es sólo Fox, pero ahí seguía en la radio con su discurso de auto-aplauso. Peor aún, algunos empresarios de medios respondiéndole en la misma tónica, en un evento seguramente lujosísimo. ¿A qué medios de comunicación se refiere? ¿A los que recibieron las bondades de la legislación a favor? ¿A los que ahora tienen grandes consorcios y se hace mega-millonarios a costa de lucrar con las masas en bancos-azteca y elektras (bien dice el refrán, si quieres hacerte rico véndele a los pobres).
Definitivamente no podría escuchar los argumentos con los que se defenderían estos poderosos medios de comunicación porque yo no me muevo en ese ambiente multimillonario. Yo sólo conozco a otro tipo de periodistas, a unos a los que por cierto admiro muchísimo. Por ejemplo, a D quien era fotógrafo en un periódico acapulqueño (no el Sol de Acapulco, por supuesto, sino otro más modesto y más crítico), convencido por una amiga en común decidió averiguar si efectivamente su profesión podría ser un medio de sustento y excursionar en “la capital”. Efectivamente su talento lo llevó a trabajar un tiempo en la revista CuartOscuro y luego mágicamente consiguió la oportunidad que siempre soñó: ser fotógrafo de Proceso. Durante tres meses nos perdimos de su presencia “No, es que estoy a prueba, no puedo ir” era su excusa para no acompañarnos a ninguna actividad de ocio, se refería a que tenía un contrato temporal después del cual evaluarían si podría quedarse en la revista; “¿no ven que me pueden llamar en cualquier momento?”, decía cámara en mano.
Bueno, en realidad aunque conozco pocas, fue la sala de redacción de ese periódico de Acapulco del que D salió la que más me ha gustado. Yo iba de visita, a saludar a mi amiga, así que mientras ella trabajaba yo nadaba en la playa, luego caminaba en La Costera para secarme y con toalla enredada llegaba al periódico para que me prestaran una compu y poder checar mi mail. En la noche me iba con ellos a tomar unas chelas. Ahí es donde escuché un montón de historias, como la vez que el camión que debía distribuir el tiraje se descompuso y ese día nomás no salió la edición, o cuando los reporteros de nota roja llevaron una cabeza humana y asustaron a mi amiga.
Me cayeron de maravilla esos cuates y por eso me afligí mucho cuando mi amiga me contó, poco tiempo después de mis vacaciones, que al periódico le habían retirado la publicidad del gobierno y que estaba en una crisis muy severa. El director habló con los reporteros y les planteó como opciones, en un intento por no quebrar, que podían despedir a la mitad o no despedir a ninguno pero escalonar el trabajo, es decir, que cada uno trabajara un mes sí y otro no. Ellos optaron por esto último… ¡Híjole pero además lo que ganan es una baba!
Tal vez por eso mi amiga me dijo amargamente “pues no, porque es la competencia” cuando le pregunté si le daría gusto que fueran ciertos los rumores de la aparición de otro medio informativo también de línea critica. Seguramente su opinión tajante no era por estar en contra de un mayor abanico de la prensa, sino porque pensó en sus amigos, los que se quedaron allá.
Justamente ese día había comido con un gran amigo y con alguien a quien tenía mucho tiempo queriendo conocer y que por diversas razones no habíamos podido concretar un encuentro. Es un periodista y me dio la impresión de que era de los buenos porque tiene dos importantísimas cualidades que esa profesión parece requerir: mirada serena, penetrante, y saber guardar silencio, el suficiente para hacer al interlocutor hablar. Ups, creo que fue por eso que tuve qué renunciar a mi sueño juvenil de dedicarme al periodismo, porque no tengo ni una ni otra. Ya me imagino a mi misma, hubiera sido capaz de colarme hasta el punto exacto de la noticia pero no me hubiera concentrado para obtener (¡o redactar!) una nota. En fin, ya me volví a dispersar, lo siento.
Decía que justo ese día, porque saliendo de ahí prendí la radio en el coche y estaban re-transmitiendo el discurso de Fox de la semana sobre la libertad de prensa, los medios de comunicación como factor de la democracia actual en México, bla, bla, bla. No estaba mal hecho el discurso (o sea, que a lo mejor sí tiene asesores, y a veces les hace caso), pero qué pena que sus palabras sólo sea una fachada, ¡una más! Automáticamente pensé en el juicio contra Proceso que la pareja presidencial ha ido ganando escalón por escalón en el sistema judicial mexicano. ¡Qué desfachatez! Recuerdo las palabras de los directivos de esa revista tan importante para el país: no se preocupen, indudablemente cada presidente ha tratado de callarnos…
Hace ya mucho tiempo, tal vez en el 2001, tuve la oportunidad de asistir a una mesa de discusión sobre los medios de comunicación en México, a la luz del nuevo escenario de la alternancia. Justamente un periodista de Proceso admitía que ellos tendrían el gran reto de redefinir su papel, porque si las condiciones de autoritarsimo y represión a la libertad de expresión desaparecían, entonces aquel papel combativo e incisivo que distinguía su línea editorial corría el peligro de convertirse en amarillismo… Ja-ja-já, (o más bien ¡¡¡SNIIFF!!!). ¡Cómo pudimos ser tan ilusos! ¿Cuál democracia? ¿Cuál extinción del autoritarismo? Ayer vi una manta en el centro (no el de Guadalajara, pero podría ser en cualquier plaza principal del país) decía: “Fox / nos fallaste / Taxistas unidos por la transparencia”.
Claro que no es sólo Fox, pero ahí seguía en la radio con su discurso de auto-aplauso. Peor aún, algunos empresarios de medios respondiéndole en la misma tónica, en un evento seguramente lujosísimo. ¿A qué medios de comunicación se refiere? ¿A los que recibieron las bondades de la legislación a favor? ¿A los que ahora tienen grandes consorcios y se hace mega-millonarios a costa de lucrar con las masas en bancos-azteca y elektras (bien dice el refrán, si quieres hacerte rico véndele a los pobres).
Definitivamente no podría escuchar los argumentos con los que se defenderían estos poderosos medios de comunicación porque yo no me muevo en ese ambiente multimillonario. Yo sólo conozco a otro tipo de periodistas, a unos a los que por cierto admiro muchísimo. Por ejemplo, a D quien era fotógrafo en un periódico acapulqueño (no el Sol de Acapulco, por supuesto, sino otro más modesto y más crítico), convencido por una amiga en común decidió averiguar si efectivamente su profesión podría ser un medio de sustento y excursionar en “la capital”. Efectivamente su talento lo llevó a trabajar un tiempo en la revista CuartOscuro y luego mágicamente consiguió la oportunidad que siempre soñó: ser fotógrafo de Proceso. Durante tres meses nos perdimos de su presencia “No, es que estoy a prueba, no puedo ir” era su excusa para no acompañarnos a ninguna actividad de ocio, se refería a que tenía un contrato temporal después del cual evaluarían si podría quedarse en la revista; “¿no ven que me pueden llamar en cualquier momento?”, decía cámara en mano.
Bueno, en realidad aunque conozco pocas, fue la sala de redacción de ese periódico de Acapulco del que D salió la que más me ha gustado. Yo iba de visita, a saludar a mi amiga, así que mientras ella trabajaba yo nadaba en la playa, luego caminaba en La Costera para secarme y con toalla enredada llegaba al periódico para que me prestaran una compu y poder checar mi mail. En la noche me iba con ellos a tomar unas chelas. Ahí es donde escuché un montón de historias, como la vez que el camión que debía distribuir el tiraje se descompuso y ese día nomás no salió la edición, o cuando los reporteros de nota roja llevaron una cabeza humana y asustaron a mi amiga.
Me cayeron de maravilla esos cuates y por eso me afligí mucho cuando mi amiga me contó, poco tiempo después de mis vacaciones, que al periódico le habían retirado la publicidad del gobierno y que estaba en una crisis muy severa. El director habló con los reporteros y les planteó como opciones, en un intento por no quebrar, que podían despedir a la mitad o no despedir a ninguno pero escalonar el trabajo, es decir, que cada uno trabajara un mes sí y otro no. Ellos optaron por esto último… ¡Híjole pero además lo que ganan es una baba!
Tal vez por eso mi amiga me dijo amargamente “pues no, porque es la competencia” cuando le pregunté si le daría gusto que fueran ciertos los rumores de la aparición de otro medio informativo también de línea critica. Seguramente su opinión tajante no era por estar en contra de un mayor abanico de la prensa, sino porque pensó en sus amigos, los que se quedaron allá.
Por el parto de la Caramelo
(Publicado en La Jornada Jalisco, 1o. de octubre de 2006)
L era nuestra maestra. De esas chidísimas que casi inmediatamente se convierten en una gran amistad. En esa época recién había conocido a quien con el tiempo se acabaría ganando el lugar de mi-mejor-amiga. Seguramente fue por L que conocimos a M, y entendimos que ellas dos también se habían dado ese título. Las cuatro hacíamos una escalerita: dos veinteañeras, L 10 años mayor que nosotras y M ya en los 40.
L peleaba a M porque no recordaba las películas a las que habían asistido juntas, Bueno también estaba cañón competir con L: comunicóloga y cinéfila, se sabe todos los detalles técnicos que supongo aparecen en la pantalla hasta el meritito final. Hay que reconocer que mi-mejor-amiga se le aproximaba mucho en esa cualidad, y tal vez fue en parte por eso que un día llegamos a la conclusión de que cuando fuéramos grandes nos pareceríamos a ellas. “Yo seré L y tú serás M porque nunca te acuerdas de nada” me sentenció mi-mejor-amiga y yo lo asumí imaginando aquella película donde Sandra Bullock y Nicole Kidman son hermanas y tienen unas tías a su imagen y semejanza (Hechizo de amor se llamó en español y por favor no me pregunten el título original, el director o el año).
En 10 años pueden pasar tantas cosas… L y M eran académicas de uno de los centros de investigación más prestigiados de la UdeG. Para contextualizar a los jóvenes o a los olvidadizos debo mencionar que en ese entonces la investigación en la máxima casa de estudios jalisciense se organizaba alrededor de liderazgos académicos, los doctores eran escasos, respetados, apoyados por la institución y venerados por los estudiantes y/o asistentes de investigación o becarios. Justamente ése fue mi primer trabajo: CONACYT le había dado a un famosos investigador un apoyo para auxiliares de investigación y sin necesidad de grandes trámites me llamó a trabajar y puso a otra auxiliar de mayor categoría (“asistente c”, ella sí tenía plaza) a que me enseñara a hacer fichas para luego mandarme al AGN (Archivo General de la Nación). En otras palabras, había todo un sistema de ascenso que estaba sincronizado también con el estudio del posgrado.
Hay mil cosas positivas de la reforma universitaria, sin embargo al centro de investigaciones al que pertenecían nuestras amigas-gurús no le sentó bien el nuevo esquema. En realidad, es la misma historia de otros centros que ahora son algo así como pueblos fantasmas: sectores de cubículos se apagan conforme cambian las jefaturas de los ahora departamentos de estudios. ¡Ups! volví a distraerme: estaba tan sólo contándoles una anécdota. A L siempre le quedó clarísimo que con la maestría bastaba (¿entonces más bien acabé pareciéndome a L?). M sí hizo el doctorado y no puedo dejar de contarles de aquella mega-marcha cuando salimos toda la comunidad universitaria para pedir presupuesto y mi-mejor-amiga y yo en vez de ir con nuestros colegas nos fuimos con los investigadores y después de soportar un sol infame atendimos a la convocatoria de irnos de ahí al Archivo (la cantina del centro, no el histórico). Ahí fue donde, después de haberse escondido exitosamente en el evento multitudinario, uno de los investigadores se encontró frente a frente con su director de tesis doctoral y tuvo qué poner cara de seriedad toda una cerveza y hacer caso omiso de nuestros burlas mal disimuladas.
La nueva lógica universitaria puso con los pelos de punta a L y M, poco a poco se fueron recluyendo en sus clases o en sus casas. En el camino M encontró a un canadiense jubilado y se enamoró (hasta hace poco yo creía que lo había conocido por Internet, pero acabo de enterarme que más bien lo conoció en una ida a la playa y luego las nuevas tecnologías los ayudaron a mantener sus links amorosos). El canadiense se vino a vivir al país y la convenció de comprar una casita para convertirla en un hostal, de esos que existen en Europa y otros países que son tan apreciados por el turismo de bajos recursos. Tal vez ustedes ya están pensándolo ¡en Guadalajara no hay ese tipo de turismo! y en efecto el negocio fracasó. A L no le parecía que una investigadora renombrada y próximamente doctora como M (al poco tiempo entró en el SNI) estuviera en esos bretes, porque lo que sí es cierto es que aunque marginada por el sistema L fue fiel a su religión (me refiero a la academia, no tanto en el sentido místico sino a que la mala paga y poca posibilidad de ascenso ya no permiten llamar a eso una relación laboral sino un acto de fe).
Para no hacer la historia larga, lo último que supe es que después de varias idas y venidas a Canadá M vendió todo cuanto pudo, regaló cosas a quien se dejó y el resto lo metió a su carro (que quedó “copeteado como un sombrero, al grado que no cabían ni sus medicinas para la menopausia”, a decir de L) para irse a vivir a Québec, para siempre. Hay que decir que ahora menos que nunca no le checa a L el hecho de que la doctora M abandone así su vida pretextando que ya es imposible vivir en México porque todo es una fregadera.
A duras penas el último día M pudo resolver todo el asunto de la mudanza no sin antes tener un incidente y estar a punto de ser degollada por un ventanal que se le vino encima. Evidentemente L los alojó la última noche anterior a la partida, se impresionó mucho de ver a su amiga exhausta, sucia y herida por el vidrio, de la parsimonia del canadiense buscando dónde fumarse su churrito, pero sobre todo de la pareja de perros que viajarían con ellos y a los que sacaron a pasear en un gesto obsesivo en plena madrugada. La hembra, llamada Caramelo, estaba a punto de parir y justamente ésa era la razón de apresurar el viaje porque si nacía la camada en México iba a ser todo un lío. “¿L, verdad que los perros casi hablan?” dijo M en medio del caos, L me confesó que la idea de que los canes articularan palabra alguna verdaderamente la horrorizó.
L era nuestra maestra. De esas chidísimas que casi inmediatamente se convierten en una gran amistad. En esa época recién había conocido a quien con el tiempo se acabaría ganando el lugar de mi-mejor-amiga. Seguramente fue por L que conocimos a M, y entendimos que ellas dos también se habían dado ese título. Las cuatro hacíamos una escalerita: dos veinteañeras, L 10 años mayor que nosotras y M ya en los 40.
L peleaba a M porque no recordaba las películas a las que habían asistido juntas, Bueno también estaba cañón competir con L: comunicóloga y cinéfila, se sabe todos los detalles técnicos que supongo aparecen en la pantalla hasta el meritito final. Hay que reconocer que mi-mejor-amiga se le aproximaba mucho en esa cualidad, y tal vez fue en parte por eso que un día llegamos a la conclusión de que cuando fuéramos grandes nos pareceríamos a ellas. “Yo seré L y tú serás M porque nunca te acuerdas de nada” me sentenció mi-mejor-amiga y yo lo asumí imaginando aquella película donde Sandra Bullock y Nicole Kidman son hermanas y tienen unas tías a su imagen y semejanza (Hechizo de amor se llamó en español y por favor no me pregunten el título original, el director o el año).
En 10 años pueden pasar tantas cosas… L y M eran académicas de uno de los centros de investigación más prestigiados de la UdeG. Para contextualizar a los jóvenes o a los olvidadizos debo mencionar que en ese entonces la investigación en la máxima casa de estudios jalisciense se organizaba alrededor de liderazgos académicos, los doctores eran escasos, respetados, apoyados por la institución y venerados por los estudiantes y/o asistentes de investigación o becarios. Justamente ése fue mi primer trabajo: CONACYT le había dado a un famosos investigador un apoyo para auxiliares de investigación y sin necesidad de grandes trámites me llamó a trabajar y puso a otra auxiliar de mayor categoría (“asistente c”, ella sí tenía plaza) a que me enseñara a hacer fichas para luego mandarme al AGN (Archivo General de la Nación). En otras palabras, había todo un sistema de ascenso que estaba sincronizado también con el estudio del posgrado.
Hay mil cosas positivas de la reforma universitaria, sin embargo al centro de investigaciones al que pertenecían nuestras amigas-gurús no le sentó bien el nuevo esquema. En realidad, es la misma historia de otros centros que ahora son algo así como pueblos fantasmas: sectores de cubículos se apagan conforme cambian las jefaturas de los ahora departamentos de estudios. ¡Ups! volví a distraerme: estaba tan sólo contándoles una anécdota. A L siempre le quedó clarísimo que con la maestría bastaba (¿entonces más bien acabé pareciéndome a L?). M sí hizo el doctorado y no puedo dejar de contarles de aquella mega-marcha cuando salimos toda la comunidad universitaria para pedir presupuesto y mi-mejor-amiga y yo en vez de ir con nuestros colegas nos fuimos con los investigadores y después de soportar un sol infame atendimos a la convocatoria de irnos de ahí al Archivo (la cantina del centro, no el histórico). Ahí fue donde, después de haberse escondido exitosamente en el evento multitudinario, uno de los investigadores se encontró frente a frente con su director de tesis doctoral y tuvo qué poner cara de seriedad toda una cerveza y hacer caso omiso de nuestros burlas mal disimuladas.
La nueva lógica universitaria puso con los pelos de punta a L y M, poco a poco se fueron recluyendo en sus clases o en sus casas. En el camino M encontró a un canadiense jubilado y se enamoró (hasta hace poco yo creía que lo había conocido por Internet, pero acabo de enterarme que más bien lo conoció en una ida a la playa y luego las nuevas tecnologías los ayudaron a mantener sus links amorosos). El canadiense se vino a vivir al país y la convenció de comprar una casita para convertirla en un hostal, de esos que existen en Europa y otros países que son tan apreciados por el turismo de bajos recursos. Tal vez ustedes ya están pensándolo ¡en Guadalajara no hay ese tipo de turismo! y en efecto el negocio fracasó. A L no le parecía que una investigadora renombrada y próximamente doctora como M (al poco tiempo entró en el SNI) estuviera en esos bretes, porque lo que sí es cierto es que aunque marginada por el sistema L fue fiel a su religión (me refiero a la academia, no tanto en el sentido místico sino a que la mala paga y poca posibilidad de ascenso ya no permiten llamar a eso una relación laboral sino un acto de fe).
Para no hacer la historia larga, lo último que supe es que después de varias idas y venidas a Canadá M vendió todo cuanto pudo, regaló cosas a quien se dejó y el resto lo metió a su carro (que quedó “copeteado como un sombrero, al grado que no cabían ni sus medicinas para la menopausia”, a decir de L) para irse a vivir a Québec, para siempre. Hay que decir que ahora menos que nunca no le checa a L el hecho de que la doctora M abandone así su vida pretextando que ya es imposible vivir en México porque todo es una fregadera.
A duras penas el último día M pudo resolver todo el asunto de la mudanza no sin antes tener un incidente y estar a punto de ser degollada por un ventanal que se le vino encima. Evidentemente L los alojó la última noche anterior a la partida, se impresionó mucho de ver a su amiga exhausta, sucia y herida por el vidrio, de la parsimonia del canadiense buscando dónde fumarse su churrito, pero sobre todo de la pareja de perros que viajarían con ellos y a los que sacaron a pasear en un gesto obsesivo en plena madrugada. La hembra, llamada Caramelo, estaba a punto de parir y justamente ésa era la razón de apresurar el viaje porque si nacía la camada en México iba a ser todo un lío. “¿L, verdad que los perros casi hablan?” dijo M en medio del caos, L me confesó que la idea de que los canes articularan palabra alguna verdaderamente la horrorizó.
Gobernando con el enemigo
(Publicado en La Jornada Jalisco, 8 de octubre de 2006)
Durante el vuelo sólo pudo conciliar el sueño algunos minutos. Tenía qué reconocerlo: estaba cansado. “Uy, pero si esto todavía no ha comenzado” se reprochaba a sí mismo). Luego le vino una idea “estoy hasta el otro lado del mundo, no en la Patagonia, pero sí muy lejos de esos malditos revoltosos”, el sólo pensarlo lo llenó de una nueva ola de energía y sonrió levemente. “Que Chile sea de los primeros países que visites mandará una buena señal, de que no eres ultra-derecha, de que te importa América Latina… además Chile siempre es taquillero en la opinión pública” le habían dicho los asesores. Supo disimular la sorpresa, seguida del hartazgo, cuando llegó al evento y vio a dos individuos manifestándose en su contra ¡ahí en pleno Santiago! “Él es mexicano estudiante de posgrado y ella chilena. Pero no se preocupe señor, nada de importancia” le pasaron el reporte después (“y luego se andan quejando de que se ha reducido el presupuesto del CONACYT, ¿para eso quieren las becas? ¿y ella qué? seguramente su novia, una idealista trasnochada”, reflexionó. “Uy, pero si esto todavía no ha comenzado” ).
Mi amiga tenía un nick extraño en su messenger, decía “me corrieron de mi casa”. Sbiendo que ella alquila un hermoso departamento a sus papás y que son ellos una familia muy unida, no dudé en preguntarle qué pasaba. “Traté de ir a San Lázaro (recordé que me había dicho que iría a México en la semana por una cuestión laboral y que probablemente iría a saludar a un amigo que ahora ocupa un curul en el Congreso), llegué y me dijeron que no podía pasar porque comparecería el Secretario de Gobernación y que era la política de seguridad. Protesté y me informaron de que al menos que tuviera una cita con un legislador entrar sería imposible. Así que le hablé a la oficina de mi amigo y de ahí hablaron a la caseta para decir que sí tenía una cita. Pero aún así no me dejaron pasar… Estoy indignada, deberías haber visto aquello, todo lleno de vigilancia, ¡¿no se supone que el Congreso es la casa del pueblo?!”.
La glosa del informe federal tiene ahora en los medios un lugar según yo más destacado que otros años, o será porque estamos tan siscados que los desaires públicos entre gobernantes y opositores nos resultan más escandalosos. Pero lo que sí es cierto es que este clima de hostilidad e ilegitimidad será una joda para todos. Por nada del mundo me gustaría estar en los pies de los futuros gobernantes… bueno, en su cuenta bancaria sí, pero no en su psique porque imaginen qué contrariedad: por un lado el poder obnubila la razón haciendo perder piso pero por el otro el marcaje personal de todos los excluidos (y ahora dotados de herramientas poderosísimas como el Internet) será como un zumbido de mosca ¡pero atrapada en la trompa de Eustaquio, o sea, más allá del tímpano! Demasiada presión extra... acabarán equivocándose...
Es una pena que dudemos de que esta nueva élite gobernante haya leído a García Márquez porque la verdad está de realismo mágico: esto pinta para que no haya un solo acto público en el que alguien grite algo o saque alguna manta, por más seguridad y estado mayor. ¡Y para colmo con las cámaras siempre encima! Es más, un poco al estilo holliwoodense podemos imaginar a cocineras y asistentes escupiendo el alimento que glamurosamente les servirán después.
Tengo una imagen grabada. Hace un par de años me tocó asistir a un Foro al tanto sobre la famosa y controvertida presa de Arcediano. Yo iba como equipo de apoyo a los representantes de los investigadores. En cuanto llegué a las inmediaciones del lugar estaba un grupo de personas, de movimientos sociales anti-arcedianistas. Buscaban la manera de entrar, me preguntaron si tenía boletos extra, dado que yo iba a entrar en comitiva pues les regalé el mío. El brillo de sus ojos denotó que en ese momento el papelito era cotizadísimo puesto que ellos deseaban fervientemente introducirse al lugar para increpar a las autoridades en materia de agua.
A la salida del programa ellos seguían ahí. Al vernos nos manifestaron una gran simpatía (evidentemente porque estábamos del lado de su causa), pero al salir los funcionarios de la CEAS comenzaron a gritarles enfurecidos todo tipo de consignas. Me sorprendió bastante cómo los cercaron y literalmente le gritaron en la cara al director del organismo “¡¡¡Asesino!!!”. Se lo gritaron tantas veces como fue posible en el trayecto de la banqueta a su camioneta. Entonces realmente vi el rostro de ese señor, es decir su rostro humano y recordé el 22 de abril pero también que es alguien muy reconocido por su trayectoria como ingeniero… Honestamente no supe qué pensar y aún no lo sé.
Durante el vuelo sólo pudo conciliar el sueño algunos minutos. Tenía qué reconocerlo: estaba cansado. “Uy, pero si esto todavía no ha comenzado” se reprochaba a sí mismo). Luego le vino una idea “estoy hasta el otro lado del mundo, no en la Patagonia, pero sí muy lejos de esos malditos revoltosos”, el sólo pensarlo lo llenó de una nueva ola de energía y sonrió levemente. “Que Chile sea de los primeros países que visites mandará una buena señal, de que no eres ultra-derecha, de que te importa América Latina… además Chile siempre es taquillero en la opinión pública” le habían dicho los asesores. Supo disimular la sorpresa, seguida del hartazgo, cuando llegó al evento y vio a dos individuos manifestándose en su contra ¡ahí en pleno Santiago! “Él es mexicano estudiante de posgrado y ella chilena. Pero no se preocupe señor, nada de importancia” le pasaron el reporte después (“y luego se andan quejando de que se ha reducido el presupuesto del CONACYT, ¿para eso quieren las becas? ¿y ella qué? seguramente su novia, una idealista trasnochada”, reflexionó. “Uy, pero si esto todavía no ha comenzado” ).
Mi amiga tenía un nick extraño en su messenger, decía “me corrieron de mi casa”. Sbiendo que ella alquila un hermoso departamento a sus papás y que son ellos una familia muy unida, no dudé en preguntarle qué pasaba. “Traté de ir a San Lázaro (recordé que me había dicho que iría a México en la semana por una cuestión laboral y que probablemente iría a saludar a un amigo que ahora ocupa un curul en el Congreso), llegué y me dijeron que no podía pasar porque comparecería el Secretario de Gobernación y que era la política de seguridad. Protesté y me informaron de que al menos que tuviera una cita con un legislador entrar sería imposible. Así que le hablé a la oficina de mi amigo y de ahí hablaron a la caseta para decir que sí tenía una cita. Pero aún así no me dejaron pasar… Estoy indignada, deberías haber visto aquello, todo lleno de vigilancia, ¡¿no se supone que el Congreso es la casa del pueblo?!”.
La glosa del informe federal tiene ahora en los medios un lugar según yo más destacado que otros años, o será porque estamos tan siscados que los desaires públicos entre gobernantes y opositores nos resultan más escandalosos. Pero lo que sí es cierto es que este clima de hostilidad e ilegitimidad será una joda para todos. Por nada del mundo me gustaría estar en los pies de los futuros gobernantes… bueno, en su cuenta bancaria sí, pero no en su psique porque imaginen qué contrariedad: por un lado el poder obnubila la razón haciendo perder piso pero por el otro el marcaje personal de todos los excluidos (y ahora dotados de herramientas poderosísimas como el Internet) será como un zumbido de mosca ¡pero atrapada en la trompa de Eustaquio, o sea, más allá del tímpano! Demasiada presión extra... acabarán equivocándose...
Es una pena que dudemos de que esta nueva élite gobernante haya leído a García Márquez porque la verdad está de realismo mágico: esto pinta para que no haya un solo acto público en el que alguien grite algo o saque alguna manta, por más seguridad y estado mayor. ¡Y para colmo con las cámaras siempre encima! Es más, un poco al estilo holliwoodense podemos imaginar a cocineras y asistentes escupiendo el alimento que glamurosamente les servirán después.
Tengo una imagen grabada. Hace un par de años me tocó asistir a un Foro al tanto sobre la famosa y controvertida presa de Arcediano. Yo iba como equipo de apoyo a los representantes de los investigadores. En cuanto llegué a las inmediaciones del lugar estaba un grupo de personas, de movimientos sociales anti-arcedianistas. Buscaban la manera de entrar, me preguntaron si tenía boletos extra, dado que yo iba a entrar en comitiva pues les regalé el mío. El brillo de sus ojos denotó que en ese momento el papelito era cotizadísimo puesto que ellos deseaban fervientemente introducirse al lugar para increpar a las autoridades en materia de agua.
A la salida del programa ellos seguían ahí. Al vernos nos manifestaron una gran simpatía (evidentemente porque estábamos del lado de su causa), pero al salir los funcionarios de la CEAS comenzaron a gritarles enfurecidos todo tipo de consignas. Me sorprendió bastante cómo los cercaron y literalmente le gritaron en la cara al director del organismo “¡¡¡Asesino!!!”. Se lo gritaron tantas veces como fue posible en el trayecto de la banqueta a su camioneta. Entonces realmente vi el rostro de ese señor, es decir su rostro humano y recordé el 22 de abril pero también que es alguien muy reconocido por su trayectoria como ingeniero… Honestamente no supe qué pensar y aún no lo sé.
Subscribe to:
Posts (Atom)