La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
No. Definitivamente me opongo a escribir algo sobre el mentado día, no voy a dar argumento alguno (ni aún aquel que lo define como una estrategia más de marketing)… mis razones tengo. Por eso me agrada aquello de que también es el cumpleaños de Guadalajara y aunque no soy fan de las fechas históricas, sí lo soy de hablar/pensar/o-simplemente-caminar mi ciudad.
Durante el poco tiempo que viví fuera, no es que me diera el síndrome del jamaicón, simplemente que no pude evitar el periodo aquél en donde el recién llegado hace comparaciones entre su nuevo entorno y su querido terruño. Así, evoqué una serie de lugares, comidas, hábitos y sensaciones que ni yo sabía que extrañaba de Guadalajara. Cuando un par de amigos, seducidos (¿o hartos?) por mis narraciones decidieron venir a pasar sus vacaciones, comencé en seguida a pensar en cómo hacerles ver bien a mi Guanatos, mis lugares y rutas favoritos. Sin duda, parte del encanto había sido descrito de una manera elocuente por El Personal, en su canción “La tapatía”, pero mi tour tuvo otros matices: la ruta de los murales, el edificio que movió Matute Remos, las casas de la colonia Americana, etc. Incluí también otros muchos lugarejos: barrios viejos como Analco, el panteón de Belén y alrededores, vistas panorámicas del estadio y de la barranca.
Cuando una de mis amigas me recomendó leer No me alcanzará la vida, de Celia del Palacio, que es una novela histórica sobre la Guadalajara del siglo XIX, no pensé que fuera a gustarme tanto. Tal como me lo dijo también el chico de la librería, se pica uno desde las primeras páginas y aprende uno mucho sobre esta urbe. Yo pensé que con esa información, podría llegar a maravillar a los siguientes amigos que vinieran a pasarse unos días…
Y pues no. En parte, porque pasó más de un año entre la lectura del libro y los siguientes turistas, y bueno, pues mi memoria ya había hecho desperfectos sobre todo en la cronología y los nombres de los protagonistas (ahora calles del centro). Pero eso no fue lo más drástico. Mi maravilloso y entusiasta tour, se convirtió en una escueta y continua disculpa. Los baches, la basura, los grafitis, los embotellamientos innecesarios, la basura, la intolerancia de los conductores, el cielo que ya no es azul, la basura por doquier.
En verdad no pude evitar enjaretarles a mis pobres huéspedes, crónicas históricas, porque créanme que es histórico el cómo los tradicionales baches de la central son eternamente reparados, cómo Lázaro Cárdenas fue la última vialidad bien pensada pero de nada sirve ya, cómo seguimos copiando malas y costosas ideas como el puente atirantado, cómo nos dejamos convencer por el poco creativo escultor de siempre para hacer los arcos imposibles que “nos iban a distinguir internacionalmente, como la torre Eiffel a París”. Pensé por un momento usar el truco del traje viejo del emperador y tratar de convencerles de que la remodelación de calles y banquetas del centro estaba concluida y quedaron hermosas, como el otro carril de Chapultepec. No pude, una cosa es ponerle literatura y otra el descaro.
Hace unos días L me dijo que vendría por un día, que si comíamos en el centro. No lo pensé ni tantito: “¡Mejor te llevo a Tlaquepaque!”.
Publicado en el diario el 12 de febrero de 2010