(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
Ahora es Haití… nos ha conmovido en las noticias, le mandamos algunos kilos de ayuda, nos sorprende por sus cifras de pobreza, y poco a poco desaparece de los titulares, los artículos, pronto será una nota esporádica y pequeña en la sección de “Internacionales”.
Hace ya un buen rato, cuando me inscribí a una universidad latinoamericana, ingresaron también tres haitianos (me apresuro a aclarar que afortunadamente no son damnificados del temblor). A poco de comenzar las clases, notábamos su incomodidad cuando se mencionaban los índices de pobreza y su país aparecía en la parte más baja. Evidentemente, tratamos de ser más sutiles y con el tiempo fuimos comprendiendo del todo su sentir. Son las cifras. Un lenguaje abstracto que cubre una realidad compleja; números que muchas veces se usa para llenar espacios en los reportajes, que provoca gestos de alarma… de ahí hay un paso pequeño a la lástima o incluso a la segregación (“el estrato inferior”).
Mis tres amigos haitianos eran privilegiados, me refiero a la naturaleza, su inteligencia era notable. En particular uno de ellos, quien sin duda es de las personas más brillantes que he conocido. A lo largo de dos años platicamos mucho sobre Haití, su gente, idioma, costumbres, comida, historia y política, etc. “Cuando en los cuarenta, Haití le declaró la guerra a Alemania, Hitler -quien jamás había odio hablar de nosotros- extendió el mapa y preguntó: ‘¿pero, dónde está ese país?’ y nunca lo encontró porque la ceniza de su puro había caído justo ahí, ocultándolo”. Esta anécdota que me la contaba, muerto de risa, uno de ellos. Sin duda, también eran privilegiados haitianos, por su nivel educativo, supongo que también social. Hasta la fecha lo son, hicieron el doctorado en Canadá y ahora con lo del terremoto supimos que sus familias están bien, algunas de ellas tiene tiempo que se fueron a otras partes. No puedo dejar de pensar en esa difícil decisión de migrar a un lugar con más oportunidades debido a las condiciones del lugar propio.
El tema de la pobreza era uno de los principales a estudiar en nuestro programa de entonces. Y sí, vimos muchas cifras, pero la definición prefiero desde entonces es la Dinesh Mehta, que usa el Banco Mundial y otros organismos: “Pobreza es hambre. Pobreza es falta de albergue. Pobreza es estar enfermo y no poder ver a un doctor. Pobreza es no poder ir al colegio, no saber leer, no poder hablar apropiadamente. Pobreza es no tener un trabajo, es temer por el futuro, viviendo un día a la vez. Pobreza es perder un hijo por una enfermedad causada por la mala calidad del agua. Pobreza es impotencia, falta de representación y libertad…”. Esto también nos explica por qué la ayuda humanitaria no llega a los destinatarios pronto, por qué no es una cuestión de donativos, por qué un terremoto no es lo más grave sino lo que les sigue.
Ahora es Haití. Pero no deberíamos tan solo compadecernos de una isla lejana. Nosotros, los lectores que podemos leer el periódico con calma y café en mano, somos una excepción en México. La misma definición de Dinesh Mehta se lee también para más de la mitad de nuestros connacionales. Y no, no son cifras, es una sucesión de eventos en nuestra sociedad, que nos está llevando a ser estructuralmente más vulnerables.
Publicado en el diario el 22 de enero de 2010