La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
Es bastante extraño salir de una función de cine-ficción, particularmente si se trata de una buena película y aún más si es en 3D. Más de cien personas abandonamos la sala en donde se proyectó Avatar, tras lo cual muchos hicimos fila en el sanitario, caminamos por los pasillos de las tiendas ya cerradas, hicimos otra fila para pagar el estacionamiento y una última, subidos en los autos, para salir de la plaza. Un vez afuera, abrí un poco la ventana para respirar el aire de invierno, pensaba en la película, en los escenarios fantásticos y en el rostro de S. Weaver diciendo “it’s real”, refiriéndose a la conexión con la naturaleza.
Recordé a alguien que conocí en un evento internacional sobre cambio climático. Se trata de un economista chino, experto en regulación bancaria pero también con una carrera en literatura, le gusta la poesía. A diferencia del resto de los asistentes, que proponían foros de discusión demasiado técnicos, este amigo sugirió uno sobre arte y cambio climático. Me inscribí de inmediato a éste, la experiencia fue de lo más lindo. El ser humano, a diferencia de los otros habitantes del planeta tiene capacidad de transformación pero también de abstracción. Así, nos construimos un mundo y vivimos en él olvidando que estamos inmersos en el verdadero mundo, el planeta con sus ciclos y equilibrios. Desconexión.
Los problemas ambientales son reales. Posiblemente en este año nos extrañó que la temporada de lluvia se recorriera, que el frío de este diciembre que no fuera como los anteriores. Pero no debemos irnos con la finta, no sólo de eso se trata el cambio climático. Pensemos en un punto de equilibrio de todos los sistemas, que ha prevalecido por milenios, en ese punto existe una determinada temperatura promedio del globo terráqueo. Si ese promedio de temperatura global aumenta 1 o 2 (o más) grados, los sistemas se afectarían en cadena y entonces habrá transformaciones, tan profundas como el aumento de la temperatura sea. Tampoco debemos tener una visión catastrófica, como la película 2012 o cualquier otra en donde la naturaleza “ataca” al ser humano. En lo absoluto. La naturaleza tarde o temprano encontrará un nuevo equilibrio, lamentablemente en él habrá algunos ausentes: especies extintas, extensiones de tierra borradas del mapa, glaciares, paisajes, etc.
Desconexión. El problema nos parece lejano y también nuestra participación. De alguna manera, es cierto, la situación es compleja. Hace unas semanas, en Copenhague tuvieron lugar intensas discusiones de la comunidad internacional sobre qué y cómo hacer, pero sobre todo en cuánto tiempo. La esperanza mundial es darnos una nueva oportunidad, es decir, volver el reloj a 1990 en cuanto a los niveles de emisión de gases de efecto invernadero, para disminuir el ritmo de aumento de la temperatura. Pero no sólo es responsabilidad del (des)acuerdo entre los mandatarios. Si al menos pudiéramos pensarnos de nuevo como parte de la naturaleza, disfrutar la belleza de la armonía del todo…
Reconexión. No estaría mal añadirlo a la lista de propósitos de año nuevo.
¿Y qué tiene qué ver el arte? A final de cuentas, el arte es lenguaje, comunicación a través de los sentidos. Por eso, les transmito el regalo que me hizo mi amigo, un poema de Meng Haoran (de la dinastía Tang), una “Mañana de primavera”: Esta mañana de primavera / en la cama reposo. / Para no despertarme hasta que los pájaros canten. / Después de una noche de viento y chubascos /¡cuántas son las flores que caen!
Publicado en el diario el 31 de diciembre de 2009