Friday, October 23, 2009

Todo sea por la eficiencia

(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)

“En el trabajo tengo un compañero que está mal de la cabeza”, me dijo de pronto S. No me pareció nada extraordinario, yo también podría enumerarle a muchos colegas de los que podría decir lo mismo (o ellos de mi, quién sabe). Como ya sé que S tiene una manera muy peculiar y entretenida de decir las cosas, no dije ni pío para dar oportunidad a que siguiera contando.

“Digo, el tipo me cae bien, de hecho la mayor parte de las veces es un individuo normal, pero a veces, de la nada, comienza se obsesiona con un tema, su cara cambia y su mirada da miedo. Por ejemplo de las gaviotas, dice que no le gustan, se altera de pensar en ellas; yo trato de tranquilizarlo o cambiar de tema. Tampoco le gustan los gatos, por eso cuando ronda alguno por su casa, trata de ganarse su confianza ofreciéndole alimento; cuando ya tiene cerca al felino finge acariciarlo, pero en realidad le unta alcohol y luego agarra un cerillo y pues… De alguna manera se entiende por qué es así, después de lo que vivió el pobre hombre: estuvo en la cárcel 8 años. Imagínate todo lo que le hacían, que lo ponían a limpiar, con un cepillo de dientes, una cerca alambrada toda oxidada… supongo que son los métodos para amansar a la gente y reintegrarlas a la sociedad.”

“La verdad es que el tipo es buenísimo trabajando, nada más no hay que hacerlo enojar. Pero la gente no entiende. Una vez correteó a otro compañero, en otra ocasión persiguió también a uno pero con un cutter, y a otro más le pegó con una silla”. Ya no aguanté más la curiosidad y pregunté a S por qué no lo habían corrido. “Pues no, mira, él es muy eficiente, llega media hora antes al trabajo y cuando se necesita algo fuera de hora le hablan y en seguida va, hasta los domingos. Además hace todo lo que le dicen, limpia, carga cosas, lo que sea”. Seguramente puse una cara de pacifista empedernida e indignada, porque de inmediato S me dio más explicaciones: “Bueno, cuando lo del cutter, si pensaron en que ya se fuera, pero la verdad la empresa no tenía dinero para liquidarlo, dicen que están esperando a recuperarse económicamente. No lo corrían nomás así porque te digo que es bueno, puede hacer el trabajo de varios”. En ese momento de la narración agradecí no haber elegido la carrera de administradora de recursos humanos, yo no podría enfrentar tal dilema… mucho menos ese peligro, imaginen lo que alguien así podría hacer si se le notificara que no trabajaría más en la empresa.

Quise saber entonces el motivo por el cuál había estado el sujeto en la cárcel. “Creo que se echó a uno”. Todavía con más asombro, pregunté a S si no le daba miedo trabajar con alguien así. “Para nada, nos llevamos bien. Una vez alguien de la oficina nos invitó a una fiesta familiar, era en un condominio, pero hacía mucho calor y nos subimos a la azotea. Nos llevamos un susto porque mientras estábamos arriba un desconocido, de bastante mal aspecto, se metió al depa y ya estaba platicando con una de las niñitas de la familia. Cuando se dio cuenta la mamá pegó un tremendo grito, así que el tipo bajó corriendo y no sé de donde encontró un machete, ahuyentó al intruso, lo correteó y le hizo una pequeña herida en las costillas, porque como te digo, él no es malo, no lo hubiera matado sólo le dio una lección.” Sin que lo dijera S, imaginé el final de la historia: no lo corrieron de la fiesta porque hasta en eso resultó ser muy eficiente. 


Publicado en el diario el 9 de octubre de 2009

Tuesday, October 20, 2009

El cuadro de las dos F

(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)

En el stand de una revista cultural de una feria de libros, me dieron una publicidad tan graciosa que la conservé por algún tiempo, lo pegué en el espejo de mi habitación. Era una imagen de Frida Kahlo, que decia “sufro sufro sufro sufro sufro…” hasta el final de la impresión. Cada mañana la veía y me volvía a reír. Hasta ese momento a mi me caía muy gorda la Frida; lamentaba que la publicidad la hubiera convertido en el ícono de las artistas plásticas mexicanas. Lo poco que conocía de su obra eran básicamente autorretratos.

Hace unas semanas un par de sujetos, en diferentes contextos y en un periodo muy corto, me dijeron que yo me parecía a mucho a FK. El primero fue alguien muy cercano, me lo dijo en un momento de mucha emotividad, por lo que no me atreví a chistar. El segundo fue en la calle mientras esperaba un taxi, era el vigilante del lugar: “Oiga, usted se parece mucho a Frida Kahlo; supongo que se lo dicen todo el tiempo, ¿no?”. Esa noche me miré con detenimiento en el espejo. En apariencia no encontré mayores similitudes que las que podría tener cualquier mexicana. Sí había algo, por desgracia, ligeramente en común: achaques que vengo arrastrando de accidentes automovilísticos del pasado por los que a veces sufro-sufro-sufro. Por esa razón, me dirigí al librero y saqué de ahí el libro de las Escrituras de Frida. Tenía este ejemplar por la única razón de que llevaba el autógrafo de su compiladora: doña Raquel Tibol, a quien tuve la fortuna de conocer, y de quien escuché inspiradores consejos y algunos regaños también. Me dispuse a leer la obra porque me preguntaba si la vida de F era tan excepcional o si debía su fama a que ejemplificaba una constante de la mujer mexicana: el sufrimiento y la abnegación.

Gracias a mi ignorancia/aversión por la vida de la pintora, disfruté mucho los escritos en orden cronológico de F (la mayoría eran cartas), como si tuviera ante mí una intrigante novela.  Lo primero que me sorprendió fue no encontrar en ella la vocación de autoflagelación esperada. Por el contrario, F era tremendamente simpática, dicharachera, cálida y amorosa. Un poco de más, incluso. Lejos del chantaje sórdido, que podría esperarse en torno a los sucesos trágicos de su vida, es al respecto abierta y divertida. Lo que le pasó a la mujer no fue poca cosa: las secuelas de un accidente atroz a los 18 años, abortos, múltiples operaciones, la relación con el difícil Diego R, las infidelidades de éste (la más escandalosa con la hermana de F), la falta de reconocimiento y apoyo como artista en el país y las penurias económicas. Respecto a esto último, ahora creo comprender por qué tantos autorretratos: sus amigos le encargaban más, en parte para apoyarla en dineros.

En otras palabras, la vida de F es algo así como la magnificación de mi historia y la de millones de mexicanas. El talento nato y realización como profesionista es de entrada vulnerable, debido a las creencias, sistema social, problemas de autoestima, discriminación (abierta o sutil), etc. De tal forma que en mucho dependemos de la suerte. Tendemos también a las relaciones amorosas en las que vivimos a la sombra de los hombres y supeditamos a ellos nuestros planes, ideales, economía y en general nuestro ser, de una manera a ratos irracional y absoluta, pero lamentablemente bien vista por los otros. No es una cuestión de sufrimiento per se, sino de fragilidad, entorno adverso e ineludibles responsabilidades que cansan tanto... 


Publicado en el diario el 2 de octubre de 2009