(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
“En el trabajo tengo un compañero que está mal de la cabeza”, me dijo de pronto S. No me pareció nada extraordinario, yo también podría enumerarle a muchos colegas de los que podría decir lo mismo (o ellos de mi, quién sabe). Como ya sé que S tiene una manera muy peculiar y entretenida de decir las cosas, no dije ni pío para dar oportunidad a que siguiera contando.
“Digo, el tipo me cae bien, de hecho la mayor parte de las veces es un individuo normal, pero a veces, de la nada, comienza se obsesiona con un tema, su cara cambia y su mirada da miedo. Por ejemplo de las gaviotas, dice que no le gustan, se altera de pensar en ellas; yo trato de tranquilizarlo o cambiar de tema. Tampoco le gustan los gatos, por eso cuando ronda alguno por su casa, trata de ganarse su confianza ofreciéndole alimento; cuando ya tiene cerca al felino finge acariciarlo, pero en realidad le unta alcohol y luego agarra un cerillo y pues… De alguna manera se entiende por qué es así, después de lo que vivió el pobre hombre: estuvo en la cárcel 8 años. Imagínate todo lo que le hacían, que lo ponían a limpiar, con un cepillo de dientes, una cerca alambrada toda oxidada… supongo que son los métodos para amansar a la gente y reintegrarlas a la sociedad.”
“La verdad es que el tipo es buenísimo trabajando, nada más no hay que hacerlo enojar. Pero la gente no entiende. Una vez correteó a otro compañero, en otra ocasión persiguió también a uno pero con un cutter, y a otro más le pegó con una silla”. Ya no aguanté más la curiosidad y pregunté a S por qué no lo habían corrido. “Pues no, mira, él es muy eficiente, llega media hora antes al trabajo y cuando se necesita algo fuera de hora le hablan y en seguida va, hasta los domingos. Además hace todo lo que le dicen, limpia, carga cosas, lo que sea”. Seguramente puse una cara de pacifista empedernida e indignada, porque de inmediato S me dio más explicaciones: “Bueno, cuando lo del cutter, si pensaron en que ya se fuera, pero la verdad la empresa no tenía dinero para liquidarlo, dicen que están esperando a recuperarse económicamente. No lo corrían nomás así porque te digo que es bueno, puede hacer el trabajo de varios”. En ese momento de la narración agradecí no haber elegido la carrera de administradora de recursos humanos, yo no podría enfrentar tal dilema… mucho menos ese peligro, imaginen lo que alguien así podría hacer si se le notificara que no trabajaría más en la empresa.
Quise saber entonces el motivo por el cuál había estado el sujeto en la cárcel. “Creo que se echó a uno”. Todavía con más asombro, pregunté a S si no le daba miedo trabajar con alguien así. “Para nada, nos llevamos bien. Una vez alguien de la oficina nos invitó a una fiesta familiar, era en un condominio, pero hacía mucho calor y nos subimos a la azotea. Nos llevamos un susto porque mientras estábamos arriba un desconocido, de bastante mal aspecto, se metió al depa y ya estaba platicando con una de las niñitas de la familia. Cuando se dio cuenta la mamá pegó un tremendo grito, así que el tipo bajó corriendo y no sé de donde encontró un machete, ahuyentó al intruso, lo correteó y le hizo una pequeña herida en las costillas, porque como te digo, él no es malo, no lo hubiera matado sólo le dio una lección.” Sin que lo dijera S, imaginé el final de la historia: no lo corrieron de la fiesta porque hasta en eso resultó ser muy eficiente.
Publicado en el diario el 9 de octubre de 2009