(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
En el stand de una revista cultural de una feria de libros, me dieron una publicidad tan graciosa que la conservé por algún tiempo, lo pegué en el espejo de mi habitación. Era una imagen de Frida Kahlo, que decia “sufro sufro sufro sufro sufro…” hasta el final de la impresión. Cada mañana la veía y me volvía a reír. Hasta ese momento a mi me caía muy gorda la Frida; lamentaba que la publicidad la hubiera convertido en el ícono de las artistas plásticas mexicanas. Lo poco que conocía de su obra eran básicamente autorretratos.
Hace unas semanas un par de sujetos, en diferentes contextos y en un periodo muy corto, me dijeron que yo me parecía a mucho a FK. El primero fue alguien muy cercano, me lo dijo en un momento de mucha emotividad, por lo que no me atreví a chistar. El segundo fue en la calle mientras esperaba un taxi, era el vigilante del lugar: “Oiga, usted se parece mucho a Frida Kahlo; supongo que se lo dicen todo el tiempo, ¿no?”. Esa noche me miré con detenimiento en el espejo. En apariencia no encontré mayores similitudes que las que podría tener cualquier mexicana. Sí había algo, por desgracia, ligeramente en común: achaques que vengo arrastrando de accidentes automovilísticos del pasado por los que a veces sufro-sufro-sufro. Por esa razón, me dirigí al librero y saqué de ahí el libro de las Escrituras de Frida. Tenía este ejemplar por la única razón de que llevaba el autógrafo de su compiladora: doña Raquel Tibol, a quien tuve la fortuna de conocer, y de quien escuché inspiradores consejos y algunos regaños también. Me dispuse a leer la obra porque me preguntaba si la vida de F era tan excepcional o si debía su fama a que ejemplificaba una constante de la mujer mexicana: el sufrimiento y la abnegación.
Gracias a mi ignorancia/aversión por la vida de la pintora, disfruté mucho los escritos en orden cronológico de F (la mayoría eran cartas), como si tuviera ante mí una intrigante novela. Lo primero que me sorprendió fue no encontrar en ella la vocación de autoflagelación esperada. Por el contrario, F era tremendamente simpática, dicharachera, cálida y amorosa. Un poco de más, incluso. Lejos del chantaje sórdido, que podría esperarse en torno a los sucesos trágicos de su vida, es al respecto abierta y divertida. Lo que le pasó a la mujer no fue poca cosa: las secuelas de un accidente atroz a los 18 años, abortos, múltiples operaciones, la relación con el difícil Diego R, las infidelidades de éste (la más escandalosa con la hermana de F), la falta de reconocimiento y apoyo como artista en el país y las penurias económicas. Respecto a esto último, ahora creo comprender por qué tantos autorretratos: sus amigos le encargaban más, en parte para apoyarla en dineros.
En otras palabras, la vida de F es algo así como la magnificación de mi historia y la de millones de mexicanas. El talento nato y realización como profesionista es de entrada vulnerable, debido a las creencias, sistema social, problemas de autoestima, discriminación (abierta o sutil), etc. De tal forma que en mucho dependemos de la suerte. Tendemos también a las relaciones amorosas en las que vivimos a la sombra de los hombres y supeditamos a ellos nuestros planes, ideales, economía y en general nuestro ser, de una manera a ratos irracional y absoluta, pero lamentablemente bien vista por los otros. No es una cuestión de sufrimiento per se, sino de fragilidad, entorno adverso e ineludibles responsabilidades que cansan tanto...
Publicado en el diario el 2 de octubre de 2009
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