Sunday, June 14, 2009

Lolita la indolente

(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 5 de junio de 2009)

Era una mañana como todas, B encendió su computadora, entró al web del noticiero de su periodista favorita y abrió su correo. Tenía un mail de Hacienda (es decir, del SAT), le informaban que el sistema automático había cerrado exitosamente el ejercicio fiscal del año anterior y que se había detectado un saldo a su favor, mismo que ya había sido transferido a su cuenta de cheques. B celebró la noticia preparándose un capuchino en la maquinita de expresos que se compró justamente con lo que ahorró de los honorarios del contador. Lo despachó en cuanto descubrió que era facilísimo llevar su contabilidad en el software que el SAT mandó a los contribuyentes. El programa se encargaba de presentar las declaraciones, permitía llevar las finanzas personales e incluso avisaba con suficiente anticipación las fechas de corte y pago de sus tarjetas. El pobre contador, al perder a la mayoría de sus clientes, decidió mejor hacerse de un taxi.

“¿Usted es la C-824?” preguntó una señora gordita a B. “¿Eh?”. “Le digo que si usted tiene la ficha C-824, porque ya le toca”. B reaccionó, la espera lo había hecho cabecear y había soñando con su anhelada máquina de capuchinos y con un software mágico que le hubiera evitado el viacrucis que tenía semanas soportando para ponerse al día con el SAT. Miró el papel que seguía en su mano, sí, decía “C-824”. Luego volteó al monitor de la sala de espera y trató de entender por qué llamaban a turno a fichas tan dispares como 24, la 1267, la suya y la C-825 que ahora voceaban. “Újule, ya perdió su turno”, acotó la gordita.

B se levantó como resorte y recorrió la sala de espera buscando la ventanilla 19, pero cuando dio con ella, C-825 había usurpado su lugar. “Disculpe” dijo B un par de veces, sin que pareciera ser escuchado por el funcionario, quien recitaba a C-825 los documentos necesarios para su trámite. C-825 los mostraba uno a uno, mas al llegar a la credencial del IFE, se puso frenéticamente a revolver el portafolio. B aprovechó: “Disculpe, tengo la C-824”, el encargado apenas volteó a verlo. “Lo llamé dos veces” dijo secamente. En eso C-825 murmuró “debió quedarse en la fotocopiadora”; por respuesta recibió un “necesita original y copia”. Las súplicas de C-825 no bastaron. B no pudo dejar de alegrarse cuando se marchó. B se sentó y sacó el expediente que cuidadosamente había armado desde que hizo la cita (tres semanas atrás, estuvo más de media hora al teléfono para conseguirla).

“Necesita primero tramitar su FIEL [firma electrónica avanzada] de persona física y luego tramitar su FIEL de persona moral”. B sacó triunfante el expediente de su “personalidad” física. Sin mostrar emoción alguna, el funcionario contra-atacó “Tiene duplicado su RFC”. Por su mente pasaron muchas cosas: improperios, chistes, expresiones de duda. Optó por el silencio y una cara de súplica. “No, yo no puedo hacer la cancelación”, señaló el letrero que pendía del techo indicando que era el módulo FIEL, “tiene qué pedir otra cita para que le cancelen una de las dos homoclaves y luego hacer la cita para este módulo”. B pensó que tal vez era cierto que tenía doble personalidad porque sintió, por un lado, deseos de asesinar burócratas y por otro una risa apenas contenible. Pero la que afloró fue su personalidad moral, para aleccionarle “no puedes pelearte con Dolores”, así que apeló a la resignación mexicana y miró con piedad a C-826 quien, temblando, tomó asiento.