Friday, January 1, 2010

Desde un lugar del Polo Norte


(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)


Preocupada por las inquietudes de mi sobrino sobre la carta para SC (Santa Claus), me puse a hacer algunas investigaciones. Dicen que todos estamos conectados, que basta con ponerse a preguntar para dar con alguien que conoce a alguien que conoce a cualquier personaje del mundo. Fue así como después de transitar por varias personas, se pudo plantear a SC las dudas. Transmito a ustedes el resumen de la entrevista que llegó a mis manos.

Se le cuestionó acerca de qué tan eficaz eran sus métodos para vigilar la conducta de los niños, en virtud de la tremenda extensión de la tierra y, sobre todo, de la densidad de las zonas urbanas. SC invitó al entrevistador a recorrer sus instalaciones, mientras le enumeró la estadística de sus ayudantes que se distribuyen en los países en proporción de la población. Aclaró que en mucho le ayuda la tecnología satelital, gracias a la cual obtiene imágenes de altísima calidad, que superan con mucho a google.  Comentó que la vigilancia se dificulta en los cotos de alta seguridad, lo que explica por qué a veces niños malcriados reciben regalos lujosos. Aclaró que ya se trabaja en minimizar y eliminar estos errores.

Cuando se le preguntó si existe o no un límite para pedir regalos, SC soltó una carcajada y luego habló de los principios rectores de su labor en los últimos siglos. Lo que se busca, dijo, es premiar la buena conducta de los infantes, por eso no debe perderse de vista que el regalo es un símbolo, no un fin en sí mismo. Subrayó la importancia de que los niños no olviden el espíritu navideño, la fraternidad, el amor al prójimo y a sí mismos, entre otros. Su segundo principio rector es procurar que se cumplan los deseos de los pequeños, sin embargo, aquí es donde también se pone a prueba el sentido de responsabilidad. Se le pidió a SC que explicara más este punto, él habló del momento crítico de la economía mundial, lo calificó como una “época muy dura para la humanidad”, por lo que exhortó a los niños a ser solidarios con la austeridad que viven sus familias, a no caer en las redes del consumismo, que es una carrera sin fin que antepone lo ostentoso al verdadero sentido lúdico: lo mejor es jugar, no el juguete. También les pidió que tuvieran en cuenta el tema de la inseguridad, que los objetos muy lujosos los ponen en la mira de bribones.

El entrevistador le pidió su opinión acerca de niños muy pequeños que quieren i-pods, laptops, etc. Con cara de preocupación, SC corroboró que año tras año recibe más cartas de ese tipo. Llamó entonces a sus asesores. Fueron ellos quienes explicaron que están atentos a las investigaciones científicas sobre los efectos nocivos del uso temprano de la tecnología.  Dieron datos sobre cómo los menores pueden verse afectados en su desarrollo neurológico y motriz, las correlaciones con enfermedades como la epilepsia, el desgaste visual, auditivo, etc. SC dijo que para él, los niños consentidos eran aquellos que solicitaban juguetes clásicos, que les permitían ejercitarse física y mentalmente.

Por último, SC quiso pronunciarse sobre otra cuestión. Afirmó que él y sus asesores han seguido de cerca los problemas del medio ambiente y el cambio climático. En ese sentido, exhortó, a niños y padres, a informarse sobre el impacto de sus consumos y actividades en el medio ambiente, esto es la huella ecológica. Entre todos, dijo, debemos lograr la gran meta: que el planeta y sus habitantes tengamos una vida sana y perdurable.


Publicado en el diario el 24 de diciembre de 2009

Thursday, December 31, 2009

La voz del otro


(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)


Hace ya más de una década, en la radio y justamente con la voz del Negro Guerrero, escuché un cuento de Borges: “El otro”, que versa sobre un extraño encuentro del escritor, ya viejo, con él mismo cuando era joven.  Algo me pareció excesivamente conmovedor  y a la vez impactante ¿qué me podría haber dicho la yo de 70 años en aquel entonces? El tema del pasado y las decisiones en lo absoluto es original, de hecho, quizás sea una de las preguntas permanentes que acompañan al ser humano. Tal vez para las generaciones actuales un referente es la película Efecto mariposa, en la que el personaje tiene el “don” de volver a los momentos más dramáticos de su pasado y cambiar una pequeña decisión  que luego resulta en un giro drástico del resto de su vida. Confieso que algunas lágrimas se me escaparon cuando vi el film, no sólo por la historia en sí, sino porque de ahí salí con la terrible pregunta: ¿qué es lo que yo cambiaría de mi historia?

Dos encuentros en una semana me hicieron recordar estas dos obras y las emociones que me produjeron. Había quedado de verme con un profesor de inglés, que me habían recomendado. Cuando llegó y nos presentamos, me llamó la atención no sólo su personalidad interesante, sino que fuese de edad avanzada; esto último, por una sencilla razón: en nuestras ciudades mexicanas los grandes parecen estar recluidos, no sé dónde, tal vez en sus casas o afuera en sus banquetas, o ayudando a sus familiares, o en modestos negocios, pero en realidad no es común poder convivir con ellos. Conforme avanzaba la conversación con el profesor, el diálogo tomó un giro diferente a la mera consulta técnica que yo pretendía hacerle. Comencé a sentir la calidez y comprensión de ese otro que entendía perfectamente las angustias y preguntas que supongo son comunes a mi edad. Sin más, comenzó a describirme las posibilidades de un futuro maravilloso que yo podría tener enfrente, si en este momento me armaba de valor y continuaba con los planes que ya venían gestándose en mi interior. También me habló un poco de sus planes de proyectos futuros. Al final me regaló una frase: “la vida se estructura como una novela, termina un capítulo y el siguiente debe ser por fuerza diferente”.

Éstos son días bastante peculiares en el campus, las multitudes de estudiantes que suelen reunirse en los jardines y cafeterías, ahora se trasladan a los pasillos exteriores de los centros de investigación. Con cara de angustia y desvelo, aguardan a alguno de sus maestros para recibir la sentencia, su calificación del semestre. Cuando vi aparecer a uno de mis mejores alumnos en la puerta de mi cubículo, pensé que venía sólo a eso, a preguntar si ya tenía yo su nota. El chico se sentó y comenzó a narrarme algunas dificultades que tuvo en el ciclo escolar. Traía esa mirada de los momentos difíciles. Me contó un poco de su historia y su infancia, el tipo de dificultades que uno no quisiera que tuviera nadie en la vida. Entonces supe que era a mí y en ese momento a la que le correspondía decirle que no hay explicaciones para el sufrimiento, pero sí hay maneras de dejarlo atrás y aprender de él, me tocaba a mi hablarle de ese maravilloso él en el que estaba a punto de convertirse, dadas sus notorias capacidades y edad.

Cuando se despidió, le di un abrazo fuerte, el mismo abrazo de confianza que me hubiera dado a mi misma si me fuera posible regresar a los 21 años.
Publicado en el diario el 18 de diciembre de 2009