(Publicado en La Jornada Jalisco, 5 de noviembre de 2006)
Conocí a I casi cuando entró a la licenciatura porque iba al inglés junto con uno de mis becarios. Supimos que era de Oaxaca, de Matías Romero. Otro alumno de la misma carrera, A, también venía de ahí mismo, así que ellos dos no tardaron en conocerse y en coordinarse para irse juntos a su terruño durante las vacaciones.
De hecho, entonces convivíamos más con A y cada que estaba por acabar el ciclo escolar o se aproximaba la semana santa nos invitaba a ir a su casa, a conocer su bello estado (o bien, para pasar a Chiapas, que en realidad está más cerca que la capital). A seguido era objeto de nuestra carrilla: que venía de una familia poderosísima en Matías Romero, que era tan muy fashion que incluso él iba marcando la moda, etc. Bromeábamos acerca de que si íbamos a visitarlo, nos estarían esperando en la terminal de autobuses muchos indígenas que venían de parte del “niño A” para atender a sus huéspedes, y otras cosas por el estilo.
I mismo alimentó nuestras hipótesis sobre la posición privilegiada de A. Nos comentó que antes de conocerlo él si sabía quién era A, o más bien su familia. Pero que al revés no, porque la familia de I es de un estrato menos elevado: él es hijo de un maestro, de hecho, de un director de escuela pública.
Por cierto, ¿cuándo ser hijo de profesor del sistema educativo público dejó de tener privilegios sociales? Mi abuelo paterno era maestro. Tiempos diferentes, por supuesto. Imaginen, nació en 1890, en su momento se unió a la Revolución, con los zapatistas (los originales). Cuando todo terminó se retiró del servicio militar activo y conoció a mi abuela en un pueblo perdido en una barranca de Guerrero, siendo el maestro del pueblo. Para ella casarse con él implicó perder su posición social (¡y económica!) sin embargo, el maestro y el sacerdote eran ahí los más respetados, después de los caciques, of course. Eran los años 30 y 40. Fue hasta mediados de las 50 cuando mi padre salió de ahí para ir a Taxco a hacer la preparatoria (¡casi a 20 años!).
A finales de siglo XX, el país vivía un panorama muy distinto: los niveles de analfabetismo habían descendido dramáticamente, hacer la secundaria, la prepa y la licenciatura era accesible para grandes sectores (sobre todo la clase media y alta). La discusión apuntaba más bien a criticar la educación masificada. Recuerdo la primera vez que escuché el término “gigantismo” como parte del diagnóstico de la problemática de las universidades públicas latinoamericanas. Entonces ser hijo de maestro también tenía ciertos privilegios pero limitados al ámbito educativo; por ejemplo, salir en listas, estar en el turno matutino o en la escuela más próxima a la casa, o tener la simpatía del resto de los profesores. Los hijos de maestros solían ingresar tarde que temprano a la Normal y luego obtener una plaza en el sistema, aún cuando tuvieran otra carrera.
¡Qué extraño! I tiene más coincidencias con la primera historia: hasta donde sabemos, no forma de alguna familia caciquil, y también migra a Guadalajara para hacer su carrera. De hecho, estuvimos acongojados porque debido a la inflexibilidad de los trámites burocráticos su hermano menor no consiguió meter sus papeles a tiempo a la UdeG, lo que le hizo perder un semestre para entrar a la licenciatura. ¿Podríamos aventurarnos a apoyar la hipótesis de que en Oaxaca el sistema educativo es más bien anacrónico?
Evidentemente en estos días hemos estado atentos a las opiniones de I sobre el conflicto… sobre todo porque nos preocupa su familia: “Todo está relativamente tranquilo en Matías Romero. Yo pienso que pronto se reanudarán clases (…) Mi papá intentó abrir la escuela desde hace un mes, pero nadie fue, ni maestros ni alumnos (…) Yo pienso que fue por temor, porque se escuchaba que en la capital a los que intentaban volver a las aulas los mataban los de la APPO (…) Y bueno, sí es cierto que la cosa está muy mal, Ulises salió peor que Murat, es todo un tirano; sí hay que hacer algo pero yo digo que se pasaron (…) Además la APPO también se mueve por otros intereses no por ayudar a la gente”.
Le pregunté que si su papá tenía una labor activa en la organización sindical magisterial. Me contó que en algún tiempo sí, hasta que ellos dos (I y su hermano) lo regañaron por andar de revoltoso perdiendo el tiempo y el dinero, que fueron muy enérgicos con él. “¿Y tu papá se dejó regañar por ustedes?” le pregunté. “Él es de carácter fuerte, pero entró en razón ¿qué andaba haciendo con esa gente?”.
El enfrentamiento frontal en Oaxaca se acerca cada vez más, afortunadamente las familias de nuestros amigos están muy lejos del terreno de acción…
Saturday, December 1, 2007
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