Saturday, December 1, 2007

La sorpresa de Patricia Galarza

(Publicado en La Jornada Jalisco, 12 de noviembre de 2006)

Cuando uno viaja por placer lo hace sin duda porque quiere conocer, descubrir algo nuevo, por la añoranza de la sorpresa. Sin embargo, cosa curiosa, nos la pasamos haciendo comparaciones… ¿así es el ser humano? ¿siempre buscamos un punto de referencia? Las ciudades también tienen sus constantes, pienso en algunos personajes urbanos, los taxistas, por ejemplo. Así conocí a Patricia Galarza.

Cuanto a uno le gusta viajar por placer, cualquier invitación a viajar por trabajo no puede ser rechazada, lo que puede resultar muy peligroso para los que tenemos tendencia de adicción al trabajo. Justamente cuando mi amigo me habló para invitarme a dar un curso en San Luis Potosí, dije al momento que sí pensando más bien en que nunca había ido para allá, sin preguntar a cuántas horas se encontraba de Guadalajara o reflexionar si ello complicaba mi agenda previa (como en efecto lo hizo). No sé si fue por estar pensando en lo que echaría en la maleta o en los tiempos libres que tendría para caminar y conocer la ciudad o de plano no me lo dijo, pero resulta que no hay autopista de San Juan de los Lagos a San Luis, no hay un vuelo GDL-SLP y el trayecto en autobús es de mínimo 5 horas. Tampoco recuerdo que me haya dicho que el curso era en Río Verde, a 2 horas de San Luis, o que iba a ir ¡tres fines de semana continuos!

Decía acerca de las similitudes de las ciudades. El agua, lamentablemente parece ser un problema generalizado. De lo que más me sorprendió de San Luis, además por supuesto de Patricia Galarza, fue la avenida Río Santiago, llamada así porque está construida sobre el cause de un río ya prácticamente seco. Me di a la tarea de preguntar al que se dejaba. “Se necesitaba una vialidad, el gobierno estuvo buscando y bueno pues ahí estaba el cause del río ya hecho, así que lo aprovecharon”. “Como no le pusieron un desagüe subterráneo, cuando llega a llover mucho el agua reconoce el camino y se inunda, así que cierran la avenida”. “Muchos se sacan de onda de que se acabe la avenida de buenas a primeras: aquí se da uno la vuelta y toma otro camino; los que no saben se han llegado a caer. Creo que ya está el proyecto para seguir pavimentando y que continúe la avenida”. Patricia Galarza simplemente dijo: “Sí ¿verdad? está curioso”.

Contrario a lo que suele sucederme cada que viajo fue hasta el último día de mis estancias allá cuando di con un lugar algo escondido y modesto (sólo para conocedores) de comida típica y deliciosa, en este caso de la región huasteca. A las 14:30 hrs. del sábado finalmente terminé el curso, fui al hotel por mis cosas y a registrar la salida y me enfrenté con un dilema: comer tranquilamente en el Burger King que me quedaba enfrente o caminar arrastrando mi pesada maleta, con chamarra, bolsa y portafolios en mano, varias cuadras hacia mi hallazgo pedir algo para llevar y apresurarme para ver si alcanzaba la corrida de las 16:30 (mi plan era degustarlo una vez instalada en los supuestamente cómodos asientos del autobuses con mis audífonos puestos). Obvio, fue lo segundo, creo que la complicación me atrae.

Después de esperar ansiosamente a que prepararan y empaquetaran un suculento zacahuil (una porción de un tamal gigantesco) con una cecina huasteca, pasé a un Oxxo por una cerveza de lata que pasaría al autobús de contrabando. Las “varias cuadras” me parecieron aún más largas pues el número de bultos había aumentado. Al llegar a la avenida respiré y esperé pacientemente un taxi. El vehículo se detuvo y me llamó la atención que no se bajara a subir mi equipaje en la cajuela, así que me las arreglé como pude para poner todo en el asiento trasero. Al subirme encontré una posible explicación de por qué no me había ayudado, se trataba de una conductora. No es que discrimine a mi género, pero admitámoslo que es algo peculiar. Patricia Galarza, decía su licencia y en su foto lucía con ropa modesta pero con esmero en su arreglo.

“¿Vas a darle una vuelta a la familia?”, me preguntó creyendo seguramente que era de Río Verde o algo así y vivía en San Luis por razones de trabajo. Le conté brevemente que había asistido a un curso. “¡Pero no eres chilanga, ¿verdad?! [mentí, me declaré tapatía; es que toda una vida aquí me hacen sentirlo]. Porque son los chilangos los que han venido a quitarnos la tranquilidad, hace poco salió en las noticias uno que asesinó al dueño de una tiendita por aquí, por el centro”. Por cambiar el tema le dije que me había gustado mucho la ciudad, que había caminado todo el centro. “¡¡¡Qué raro se me hace que una mujer ande sola por ahí caminando, de turista!!!”.

Me hizo gracia pensar en que ambas nos veíamos con extrañeza. Me contó en los 16 minutos del trayecto a la central algo de su historia. Su esposo había muerto hacía un año (imaginé que tal vez él era el taxista y tras su muerte ella se hizo cargo del negocio, así que volteé a ver discretamente su licencia; no, no era eso, había sido expedida hacía 4 años). Tenía tres hijos, el más pequeño a diferencia de los otros dos estaba reprobando en la escuela, no sabía si era por la tristeza de perder al papá. La mayor es ingeniera bióloga pero ahora está haciendo un posgrado en Francia. “De intercambio” dije sin pensarlo mucho. “No, le dieron beca porque es muy inteligente”. “¿En París?”. “No, en Toulouse, pero ya conoció París porque está aprovechando para viajar y conocer”. La imaginé con una mochila grande en los hombros (una baguette y una botellita de tinto adentro de ella), conociendo Europa, caminando.

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