Saturday, February 17, 2007

El lugar con el que siempre soñó

(Publicado en La Jornada Jalisco, 13 de agosto de 2006)

“¿Qué harás en la semana próxima?”, me preguntó mi amiga y colega de la universidad refiriéndose a que era nuestra última semana de vacaciones. “Me parece que iré al D.F. algunos días”. “¡Perfecto! Era justo lo que te iba a decir ¡vamos!”. Me sorprendió un poco su entusiasmo puesto que no es chilango-fanática, al menos no como yo en algún tiempo lo fui. “Es que sí está cañón, ¿no? Tenemos qué verlo”, entonces comprendí que se refería a los campamentos del zócalo y paseo de la reforma.

Le aclaré que mis intenciones de viaje no eran precisamente relacionadas con la vida pública nacional. Todo lo contrario, quise aprovechar para salir de la ciudad antes del inicio de clases, pasar un rato con mi mejor amiga y su nene de casi tres años, y también iba con la esperanza de que el tiempo me ajustara para saludar a otros cuates (uno de ellos al que sólo conocía por su nick en el messenger). Pero en realidad llevaba un propósito más importante: ir a casa de mi tío, pues su esposa prácticamente está agonizando, de cáncer.

No es que quiera hacerle al corresponsal (imaginen qué absurdo: La Jornada Jalisco mandándome a allá), pero quiero decirles que me tocaron días interesantes: mucha lluvia, evidentemente el re-conteo de votos, manifestaciones estudiantiles, ¡ah! y un temblor de 5.6 grados richter. Entre el cúmulo de recomendaciones que pese a mi treinta y tantos años me sigue dando mi madre, estaba por supuesto el mejor-no-vayas-a-las-manifestaciones-hija-por-favor-cuídate. Y es que ella, como muchos, había sido viruleada con aquello que propagan los medios sobre el “estrangulamiento” de la capital por un grupo de facciosos.

Sin embargo, como suele suceder, la noticia sólo es una imagen de fondo para la vida cotidiana: al pasar por ciudad universitaria vimos algunos granaderos; el temblor fue como un ligero mareo que apenas y percibí mientras el hijo de mi amiga jugaba con el hot-cake osito que pidió en un Sanborn’s de Insurgentes; y lo del derrumbe de una parte del domo de la alberca olímpica, pese a que mis tíos viven muy cerca, lo vi en flashazos de imágenes en los noticieros a los que poco hacía caso porque estaba muy consternada escuchando la rabia de mi tío que lo llevaba a concluir que Dios no existía porque no era justo que una mujer tan excepcionalmente llena de energía estuviera ahora en ese sillón esperando la muerte.

Y efectivamente ella es algo especial para nosotros. Cuando todas las familias comenzamos a migrar a Guadalajara, ese tío se negó a hacerlo, “¿Y qué haría allá? ¡Yo soy chilango y a toda honra! ¡Extrañaría el smog!”. Desde que yo recuerde él fue la preocupación de todos, por la vulnerabilidad de su situación económica y porque ésta nunca ha constituido su principal preocupación. Sin embargo, la tenía a ella, paciente y a la vez enérgica, que cumplía todos los cánones de la mujer mexicana tradicional (imposible olvidar su buen sazón) y que juntos tenían una familia feliz, que muchos de nosotros envidiaríamos.

En un ínter entre la somnolencia de los sedantes y el agobio de su dolor, conversamos sobre todo un poco y habiendo sido ella perredista apasionada desde hace ya varios años (su motivación era conseguir una casa propia, puesto que era sabido que muchos la habían conseguido), tocamos El tema. Los demás sí votaron, ella no pudo ir, aceptaban sin escandalizarse la idea de que había existido un fraude electoral, pero no creían que el movimiento andresmanuelista consiguiera nada. Respecto a los campamentos mi tío decía que la gente podría estarse ahí mucho tiempo porque bastaba formarse para obtener comida, o sea, muchísimo mejor que en casa, le decía a su esposa de broma: “Ya ves, deberíamos ir”, a lo que ella contestó “pues sí, por ahí todavía deben estar nuestras cachuchas y playeras para que no nos digan nada”.

Ninguno de los amigos se quejó por el caos vial. Mi ciber-cita me comentó que él jamás iba al sur que había ido a ese café de la Condesa sólo por conocerme, pero que hacía mucho que no pasaba por Reforma. Otro amigo estaba más consternado por la lluvia que por el plantón. Mi amiga estaba contenta porque el tráfico en la Roma había disminuido y porque el fin de semana pasado había llevado al zócalo al niño para que se distrajera en los juegos gratis que se habían instalado en los campamentos.

“Ve a Reforma, te queda más cerca, te va a gustar” me sugirió ella cuando le comenté que quería tomar unas fotos. Y pues así fue. Caminar con calma por donde generalmente sólo hay prisa y ruido, me provocó muchas sensaciones probablemente acentuadas por la tarde lluviosa y la desazón de los problemas de mis familiares y de mi amiga a quien ser madre soltera con un trabajo brillante pero con un salario que no lo es, vivir sin más amigos o familia y tan lejos de Tlaquepaque, le resulta bastante complicado.

¿Qué tal que el asunto fuera al revés? Es decir, que paseo de la Reforma y sus inmediaciones estaban secuestrados para la gran mayoría de los capitalinos que pocas veces disfrutan lo que siempre he considerado como la avenida más bonita del país. Mis primos, por ejemplo, tal vez tienen un buen número de años por allá, y por eso muchos chavitos como ellos están tan felices echándose una cascarita en la glorieta de la palma. Sin hablar de partidos políticos o elecciones, lo cierto es que la desigualdad, la pobreza y los bajos salarios de las clases media y baja son producto de un sistema.

“Disculpe las molestias, democracia en construcción” decían las mantas en los cruces de las avenidas principales. En un espectacular una cuadra hacia el norte estaba una foto de un sujeto un poco obeso que tiene más de un año de secuestrado y cuya madre pagó el anuncio para suplicar por ayuda. En la acera del lado sur, la construcción de un rascacielos destinado a apartamentos de lujo sigue su marcha, la propaganda gigantesca que lo anuncia como “el lugar con el que siempre soñó”

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