(Publicado en La Jornada Jalisco, 16 de julio de 2006)
“¡Por favor, qué cosas dices! Ni que vinieras del Amazonas” me dijeron aquella vez que me burlé de su preocupación por la probable lluvia de la tarde. Estábamos en la ciudad de México y yo les comentaba algo así como “¡Lluvias, las de mi tierra! En Guadalajara llueve torrencialmente y en menos de 20 minutos las sirenas suenan, los árboles se caen y todo se inunda”.
Era gracioso cuando uno de los amigos solemnemente hacía sus predicciones el 31 de diciembre: “Pronostico que este año será el más caluroso en mucho tiempo, que los maestros solicitarán un aumento salarial y que caerán lluvias torrenciales que afectarán a las zonas más pobres de la ciudad”.
Ciertamente la temporada tiene su belleza y aquello del olor a tierra mojada es sinónimo de que concluyen los calores agobiantes, las tardes refrescarán y tendremos un vientecito fresco inigualable. Sin embargo (ya salió el “pero”) no todo es tan gracioso o bello. Ella platicaba que había sido uno de los peores días de su vida. Tenía 3 o 4 meses de embarazo. Se había comprado su seminuevo con mucho esfuerzo, entonces era aún estudiante, y de hecho iba saliendo del campus cuando se le ocurrió atravesar la ciudad, ganarle a los nubarrones.
Hasta ese momento entendió si las calles subían o bajaban, es decir, más que norte o sur en Guadalajara sabemos que La Calzada es “abajo”. ¡El agua también lo sabe! Cerca del cruce con Maestros, en plena glorieta su auto simplemente se apagó, presionada por el tráfico detenido, después de unos momentos interminables y algo de claustrofobia se bajó de él. El agua le llegaba casi a las rodillas y un taxista desesperado también descendió de su vehículo para ayudar: “¡Empújele!”, se puso convenientemente detrás de ella para subir el auto a una cochera. Supongo, que luego no tuvo más opción que aguantarse la sensación de ultraje y contratar ese mismo taxi para salir del atolladero a buscar ayuda.
Sé que no hay comparación, por supuesto, entre esta historia y la reportada en los medios esta semana sobre el hombre que se llevó la lluvia…
Agua-dalajara. ¡Y pensar que todo ese caudal se va al caño! Mezclado con las aguas negras, lo podemos ver en los geiseres que emergen cuando una tapa de concreto es botada por la presión de la corriente.
La mayor proporción del agua dulce en el mundo se encuentra en las capas subterráneas y las nuestras cada vez están peor debido a que nos la hemos ingeniado para no restituir el agua de la lluvia al subsuelo. Por eso tenemos problemas tan graves como los hundimientos de Nextipac y muchos otros.
Lo más triste del caso es que la situación no cambiará. El agua y en general el medio ambiente no son prioridad para nuestros gobiernos. Así que olvídenlo: la ciudad seguirá creciendo desordenadamente, a los nuevos fraccionamientos no se les exigirá que hagan pozos de reabsorción o separen los drenajes de aguas sucias, no habrá nuevas líneas de tren ligero, nadie cuidará a La Primavera, etc. (¡caramba! parezco más apocalíptica que las predicciones anuales de mi amigo).
Las autoridades en materia de agua dicen que no hay de otra, que no tiene sentido que nos expliquen porque definitivamente no tendríamos el nivel técnico para entenderlos, pero que debemos creerles cuando afirma que no hay de otra, que no es factible aprovechar el agua de la lluvia, así que lo mejor es entubarla junto con la negra y descargarla aguas abajo de la futura presa. Debemos estar tranquilos, dicen ellos, porque a Arcediano no llegará esa agua “cochina” (o sea, no tendrá caca, aunque según investigadores universitarios sí tendrá metales pesados, contaminantes peligrosos, desechos industriales y mucho más). ¿Y si la lluvia desborda el colector, que correría en paralelo al río, el agua sucia contaminaría a la supuestamente potable? ¡Hombre, ¿qué tanto es tantito? Ni que lloviera tanto!
En fin, debo terminar este artículo antes de que la inminente tormenta haga que se vaya la luz. Mejor aprovecharé que estoy en casa para disfrutar la lluvia y trataré de preocuparme menos, después de todo no hay nada que yo pueda hacer para cambiar el rumbo de una tragedia ambiental. Ya veremos después y entonces sí ¡sepa dios qué angustia nos acompañará!
Tuesday, February 13, 2007
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