Saturday, February 17, 2007

¡Váaamonos!

(Publicado en La Jornada Jalisco, 30 de juliode 2006)

Tiene poco más de dos años, según la madre es la edad más complicada, seguramente lo es también para los comerciantes porque le gustan cosas mucho más simples que no necesariamente requieren de publicidad y mercadotecnia. Un buen día finalmente me confiaron a la criatura para salir de paseo; me sorprendió el hecho puesto que las mamás primerizas suelen ser muy aprensivas (pienso que la derrotó el cansancio).

Junto con una maleta enorme (¿qué tanto puede necesitar un bebé en 3 horas?) y tras resistirme a llevar la carriola más compleja y pesada que había visto, me llenó de instrucciones puntuales: “ve a plaza galerías, te tomas un café en la flor de córdoba, le compras una gelatina de colorcitos, pagas por separado para que te den dos tickets y con eso se suben al tren dos veces, aquí te espero a las ocho en punto, porque debo bañarlo…”

Descubrí que mi afición por el ferrocarril seguramente es algo que maravillosamente conservé de la niñez, así que no dudé en fomentársela al crío en las salidas posteriores; cuyo permiso conseguí, por cierto, gracias a que a los dos años el lenguaje es incipiente y por ello no pudo contar a su madre que nos alejamos un poco de sus indicaciones: no bebí café, la gelatina fue de rompope (espero no haber fomentado más bien el vicio por el alcohol), nos pusimos a pedir tickets a la gente para subirnos cuantas veces nos permitió el tiempo y fui yo quien le enseñó por primera vez el famoso grito de “¡váaamonos!” cuando comienza a avanzar.

Fuimos subiendo de categoría. Semanas después fuimos al parque alcalde. Ahí no tuvimos qué mendigar tickets, se esmeraron en que el vehículo fuera una reproducción más aproximada a un tren, sale a cada media hora y el niño aprendió a decir “vías” (y a asociar su presencia con un “tren de verdad”), a aplaudir al salir del túnel, y también a chantajearme para no quererse bajar, lo que por poquito y provoca que mi licencia de sacarlo a pasear expirara.

Luego fuimos al zoológico, el animal más interesante para él fue el tren, aprendió a decir “estación”, y a hacerse más exigente, puesto que era el de mayor tamaño que hubiera visto. Intenté llevarlo a la vieja estación de Washington. No sabía que el paso estaba prohibido, sólo porque llevaba al niño dejaron que diéramos una vuelta, “sin detenerse o bajarse del auto”, al estacionamiento donde está la locomotora. Lamenté que no pudiéramos contar con un museo o sala de exhibición, después de todo es una parte importante de la historia ¿no?

Su mamá me invitó a acompañarlos en su primer recorrido en el tren ligero. El niño estaba pasmado. Él no sabía que ahí concluían sus descubrimientos: se había montado al más grande de la ciudad.

“¡Mira! ¡Vías!”, por tanto, un tren de a de veras, aunque en momentos de confusión y prisa algunos lo llamamos “metro”. Con este error de nombre, denotamos que lo último que tenemos en la cabeza es la idea romántica del tren y lo vemos sólo como un transporte público. Muy probablemente también nuestro inconciente se burla de la desemejanza entre el metro (el de la ciudad de México que es la referencia más cercana), que es toda una red, un sistema que efectivamente invita a no utilizar el automóvil, y nuestro tren, que aunque bonito, es a todas luces insuficiente. Ya lo dijo el pasajero número 700 millones del tren ligero esta semana (habría qué aclarar el sistema de elección de este señor, ¿cómo sabían que justamente en la estación Juárez llegaría?) y lo decimos todos: la ampliación debería ocupar un lugar prioritario para Guadalajara… pero no lo es.

A propósito de la construcción de la línea 1, una vez un arquitecto me comentó que había sido un gran error que el tren ligero no atravesara el periférico, puesto que se había iniciado la obra, unos cuantos metros hubieran representado una inversión mínima en comparación con el beneficio de prever futuras líneas. “En México nunca hay tiempo de hacer bien las cosas, pero siempre hay tiempo de hacerlas dos veces”, concluyó y me dejó la frase como un refrán aplicable a las políticas públicas en general.

En fin, mientras se resuelve este problema público, yo recibí una encomienda de la mamá de mi amiguito (de quien o ya me gané su confianza definitiva o el cansancio la derrota más seguido): “Olvídate de parques, ahora te subes en Juárez y vas y vienes hasta que el niño se canse”.

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