(Publicado en La Jornada Jalisco, 6 de agosto de 2006)
“Me tapo un ojo, me tapo el otro y ¡nada qué ver!”. El personaje de moda de la televisión mexicana durante el final del año pasado y el principio de éste, fue una niña fresa agregó al vocabulario cotidiano un catálogo de frases que por gracia, por imitación o por contaminación muchos adoptaron.
Barbie Bazterrica resultó ser hija de tres o cuatro familias multimillonarias, viajar en algo diferente a primera clase le resultaba más que ofensivo y como era un blanco probable de secuestros y todo tipo de atracos (“¡Obvio!” diría ella) pues requería de tener un guardaespaldas. Y claro, como todo clásico, no podía faltar el lugar común de que entre guaruras y potentados existía una irresistible atracción.
“Cómprate una vida y cárgala a mi cuenta”. Con un raiting contundente que indujo a los productores y guionistas a alargar ridículamente la trama para probar la resistencia de los televidentes, la telenovela se mantuvo en la opinión pública robando escena incluso a la igualmente cardiaca contienda electoral (que por cierto también se alargó ridículamente para probar la resistencia de los electores).
Un amigo me comentaba que le parecía excelente este culebrón porque reivindicaba a las niñas fresas y rescataba que también tenían buenos sentimientos; lamentablemente el hecho de que a él le gustara ese perfil de chicas y estuviera a favor de la anorexia femenina restaba legitimidad a su opinión.
Después de escuchar que el tema fuera tocado en conversaciones de diversos círculos, mi ocio me hizo pensar en las ausencias, en lo que nadie se estaba percatando: la telenovela era una apología a la desigualdad, a la exclusión social, a la corrupción y a la violencia (pública e intrafamiliar). Casi nada ¿eh? Un producto cultural (sin hablar de buena o mala calidad), a final de cuentas no puede eximirse de ser un espejo de contexto. Es decir, personajes y teleauditorio asumen con la mayor naturalidad que la ínfima minoría concentra la gran mayoría del ingreso en México, que es la pobreza la que genera delincuentes, que para tener una vida segura hay que contratar guaruras, que en esta vida todo se compra, un examen de ADN, un juez, un policía, que la calidad de vida es sólo para el que tenga lana de pagarla. Digámoslo con todas sus letras: que no hay estado de derecho.
Y en la telenovela de la realidad los teleciudadanos no ven con naturalidad el que una gran mayoría (basta contar para saber que no es un grupo marginal) quiera hacer válido un derecho político, pero sí es socialmente aceptada la actuación selectiva de las instituciones y que el muy probablemente futuro presidente de la República denote en su comportamiento que no conoce de tolerancias ni consensos, que no será un hombre de estado, y que el secuestro de éste por la élite económica le viene bien.
Recordé todo este asunto de la comedia (como le dicen en mi familia a este género televisivo) por una declaración de un líder empresarial en torno a los manifestantes andresmanuelistas en las instalaciones de la Bolsa. Se mofaba de lo inútil de su intento puesto que las transacciones se realizan por vía satelital, por lo que su presencia al pie del edificio en nada alteraba el funcionamiento. Esto le daba pie para concluir que “son unos nacos”.
¡¡¡“Son unos nacos”!!! ¡Ya salió el peine! De modo que ésa es la molestia, la “naquez” con toda la connotación social que implica…
Barbie llora amargamente porque ninguno de sus “hipermega-buenos” galanes la hace olvidar a su hipermega-sádico “amor de su vida”. Mientras tanto, muchos de nosotros lloramos por nuestro país y en lo que se está convirtiendo.
Saturday, February 17, 2007
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