(Publicado en La Jornada Jalisco, 11 de junio de 2006)
Era ya algo noche, iba por Enrique Díaz de León. El panteón, lúgubre, no porque tema a los muertos sino porque año con año el pavimento es peor y el alumbrado público más tenue. Mi señal es “La Playita”, ahí comienza el tercer carril, siempre he pensado que sólo lo tomamos quienes tenemos poco aprecio a la vida, es tan angosto y el tráfico que viene de frente tan abundante… seguramente por eso está vacío, por peligroso, pero qué le vamos a hacer es la única forma de no ir parando en cada semáforo.
Efectivamente en un dos por tres ya estoy en el cruce de Niños Héroes, distraída o somnolienta supongo, por eso de momento no caigo en cuenta del tremendo estruendo: uno venía iba en dirección al monumento de los Niños Héroes y el otro creo que venía de Televisa, ahora que caigo en cuenta ambos pensaban seguir derecho, y lo que son las cosas, el choque hizo que intercambiaran sus trayectorias. En cámara lenta (¿por qué en los accidentes se hace el tiempo elástico?) uno de ellos se deslizó hacia mi auto y afortunadamente se detuvo antes. Intermitentes, freno de mano, “¿estás bien?”, bajé a decirle, asintió con la cabeza, era un chavito. Luego encendió su carro y se fue. Supuse entonces que él tenía el alto, por eso huyó.
Recordé lo que me sucedió en diciembre. Veníamos por la de Mina también de noche, ahí sí están sincronizados los semáforos, así que no tiene mucho caso pasarse la preventiva. El motociclista que iba a nuestro izquierda se siguió, así que fuimos testigos de primera fila de cómo lo embistió un auto. Deliberamos un poco. Definitivamente el de la mototuvo la culpa, la luz roja ya tenía un rato encendida.
Éramos tres mujeres solas en la madrugada, pero las únicas que podían hacer algo porque no se cometiera una injusticia, así que volvimos. El automovilista estaba ensangrentado, confundido y amagado contra la patrulla. Dimos nuestra versión a los policías, pero nos quedó esa sensación desagradable cuando después de sugerir al tipo que buscara un abogado, uno de los polis añadió “más que abogado lo que necesita es billete”. Y ya saben cómo es esto del dramatismo de la vida, el cuate nos contó que era ayudante de mecánico, casi sin familia, tomó el auto para ir por unos tacos, luego con la novia y de buenas a primeras le sucedió todo esto. Se lo llevó la ambulancia, en calidad de detenido. Nunca nos llamaron para atestiguar.
Muchas veces la verdadera pesadilla comienza a los pocos minutos del accidente.
El año pasado venía en la autopista, habíamos pasado la caseta de Ecuandureo, la llanta de atrás se reventó y al girar se safó una delantera. Mi peor enemigo fue mi agente de seguros, recordar aquella escena que circulaba en la televisión donde tras un choque el ajustador llevaba una cobijita a su cliente siniestrado era, con perdón, una mentada para nosotros en esos instantes. Tuvimos qué sobornar a la policía a sugerencia del ajustador, amenazar a éste para que nos diera los pases médicos, nos dejara ir, nos devolviera nuestros papeles (parece exageración pero en serio ya pensaba fugarse), para que finalmente nos dejara ahí solos a las 3 o 4 de la madrugada muertos de frío, así que también sobornamos al de la grúa para que nos trajera, apretujados en la cabina, hasta Guadalajara.
Fue el de la grúa quien nos contó la negra historia de colusión entre ese ajustador y las autoridades locales, una retahíla de extorsiones en las que el conductor salía perdiendo, “a ustedes les fue bien porque son otro tipo de personas, pero cuando es gente humilde se aprovecha más”. En esas horas le di la razón a mi hermano cuando comentó “qué mala suerte que fueron dos llantas, si hubiera sido una, ponemos la refacción y nos damos a la fuga”, ya después reflexioné que nosotros éramos víctimas, no criminales, pero claro, ¿quién no quiere huir del maldito sistema? Después quise cambiar de aseguradora, el crédito bancario me lo impidió, y cansada del asunto, desistí.
Por eso sólo pude pensar en el vía crucis administrativo que iba a atravesar mi amigo cuando hace unas semanas fue embestido por un camión de la Alianza, lanzado a otro carril e impactado por detrás por una pipa que ya no pudo frenar. El camionero no aceptó la culpa (quería trasladarla al pipero), la razón de fondo: ¡la Alianza no tiene contratada una aseguradora, funcionan con una cooperativa que evidentemente va a escatimar hasta el último peso! La escena del peritaje en las espantosas oficinas de Tránsito fue peculiar: mi amigo y el de la pipa con sus respectivos ajustadores contrastaban enormemente con el chofer del camión y don representante de la cooperativa (¿alguien dijo “mafia”).
A ver, déjenme entender qué sucede. El Estado es el responsable del transporte público (de ahí el apellido, “público) y en Jalisco no sólo tenemos el peor modelo de regulación, cuyo diseño conduce a la concentración del poder de mercado en unas cuantas manos; sino que tampoco el gobierno es capaz de exigirle controles de calidad, es decir les otorga una impunidad de facto…
¿Son demasiadas historias? Ahora que lo pienso la culpa debe ser mía y honestamente sólo puedo recomendar a ustedes que si están circulando y reconocen mi auto, por favor aléjense o de lo contrario pueden ponerse en riesgo.
Tuesday, February 13, 2007
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