(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
Había una vez en esta ciudad, un condominio medio viejo, tanto que había una fosa séptica que luego formó parte del sistema de desagüe. En todo cuento hay un maloso, así uno de los vecinos, llamémosle el Inge D, consiguió el nombramiento de presidente de la junta de colonos. Convocó de inmediato a una reunión, a la que asistieron pocos (apatíos… sabe). Dio un discurso sobre los tiempos difíciles por venir: el agua iba a escasear, habría tandeos, los pequeños tinacos serían insuficientes… ¡urgía hacer algo! “Pero no se preocupen, yo encontraré la solución”, dijo D, quien era un prestigiado ingeniero.
La gran idea de D, que presentó en la segunda junta, era convertir la antigua fosa séptica en un aljibe e instalar una bomba para subir a los tinacos a los tinacos. Para tal obra, sugirió, podrían entre todos pedir un préstamo. Algunos vecinos suspicaces, muertos de asco, señalaron la aberración de utilizar la instalación de desagüe de aguas negras como almacén de agua que ya de por sí no era tan potable (vamos, “potable” según el diccionario, es bebible). D se enojó, calificó a esta gente como “agitadores-enemigos-del-desarrollo”, sacó a colación cuanto trapito al sol de ellos pudo, fuera real o inventado. Luego, tranquilizó al resto diciéndoles que ya tenía contemplado ese detallito: que iba a limpiar re-bien la fosa, construiría una nueva instalación de desagüe al lado de la anterior y además pondría en la azotea unos sofisticados aparatos para limpiar el agua, “también para eso necesitamos el préstamo para poner filtros y el agua nos llegue limpia”.
Los “agitadores-enemigos-del-desarrollo” estaban realmente preocupados, lo estudiaron a fondo, comprobaron que el proyecto era caro y peligroso, una locura total. Intentaron mostrar al resto que no era tanto un problema de escasez, sino de desperdicio de agua, que sería mucho mejor y más barato reparar las tuberías viejas llenas de fugas, las que incluso dañaban seriamente el edificio. “Es más [dijeron] si hacemos un proyecto de edificio sustentable podemos conseguir financiamiento de instituciones internacionales”. Pero no tuvieron tiempo ni recursos de convencer al resto porque, cual villano de telenovela y antes de que pudiera decirse “agua-sucia-va”, el Inge D ya había conseguido los permisos del gobierno, firmas suficientes de la junta de vecinos, un compadre suyo que sería el constructor, apalabrar el préstamo e inaugurar la construcción.
Dicen los antiguos que el malhecho trabaja doble. A la obra le fueron apareciendo cada vez más detalles, el tiempo pasaba y a D estaba por terminársele el periodo como presidente de la junta de vecinos. Tuvo la gran idea de poner a su amigo, el Inge C, quien siguió defendiendo la idea y lidiando con los “agitadores”, quienes porfiaban en sus estudios y en tratar de quitarles la venda a los otros vecinos. Unos mil días con sus mil noches después, o tal vez más, las cosas cayeron por su propio peso y el Inge C reconoció que el proyecto era una porquería, no se refería al agua sucia, sino a dificultades técnicas y lo habían presupuestado mal. Por ahí se supo que en puros estudios y lo poquito que habían avanzado se habían echado una buena lana (de las cuotas de vecinos, claro está). “Pero no se preocupen [dijo], confíen en mí, algo se me va a ocurrir”.
¿Esta historia continuará? ¿Con cuántos Arcedianos más querrán embaucarnos?
Publicado en el diario el 6 de noviembre de 2009
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