(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
No sólo es el frío matutino y el sol de un brillante intenso. O la gripa y tos, aunque creo que eso ya no tiene relación con la estación del año sino con la ciudad misma y las epidemias de las que pocas familias se han salvado. Pero eso no es suficiente para hacerme sentir plenamente en la última semana de noviembre, más bien es la víspera de la FIL.
A todo pueblo se le llega su fiestecita. Para muchos habitantes de este orbe, más que las fiestas de octubre, la Feria Internacional del Libro es el evento del año. Así pues, puede jurar que desde ahora varios cientos de personas (universitarios, libreros, comunicadores, etc.) están ya exhaustos por los preparativos y logística y tienen ya varias semanas eludiendo compromisos personales y su correspondencia electrónica en aras del macro-evento. Ya recuperarán el aliento de por ahí de la segunda semana de diciembre y nos contarán sus experiencias… porque cada quien vive la FIL de manera diferente.
Conozco alguien cuyo cumpleaños tiene lugar en estos días y se queja amargamente porque interfiere con sus festejos: “Justo el sábado que quiero celebrar es la inauguración. Entonces sucede que o no llega nadie, o llegan tarde y llevan amigos suyos que se encontraron en la expo y que yo no había visto nunca en mi vida”. Este cuate debería ver el lado positivo del asunto: seguro le llevan por regalo muchos libros.
Como buenos tapatíos, el asunto tiene mucho qué ver con sociabilizar. De hecho, en mi interior llevo preparada la lista de la gente con la que espero encontrarme y poder así desahogar conversaciones pendientes. No sólo eso, si se repite lo de años anteriores, también coincidiré a quienes no planeaba o no quería encontrarme; vienen a mi mente escenas incluso dramáticas en las que, a la vuelta de un stand, me topé con antiguos amores… Algo irónicamente contrario le sucedió a otro amigo en una FIL. Para esas fechas él estaba muy entusiasmado con una chica y después de varios intentos fallidos finalmente consiguió que ella le aceptara una salida. A su decir, ella era muy bonita y distinguida, pero muy fresa. Planeó la cita para comenzar con una visita a la mentada feria. Él notó que ella estoicamente recorrió los pasillos sin voltear a ver un solo libro, a la salida la chica no podía disimular su enojo: “¿A qué lugar me trajiste? ¡No me encontré a nadie y nadie me vio!”. No necesitaron más salidas: obviamente eran incompatibles.
Para muchos, esta semanita es la ocasión de hacer buenos negocios, pese a la consabida merma de mercancía. Los libreros saben que muchos ejemplares quedarán destrozados por el manoseo del público y, por supuesto, muchos otros simplemente desaparecerán, por más sistemas de vigilancia. “Si al menos supiera que en verdad los van a leer, otra cosa sería, pero luego aparecen en los botes de basura”, me comentó un expositor, su teoría es que esto lo hacen las “hordas” de estudiantes de secundaria y prepa que llegan en tremendos camiones y hacen tal alboroto que impiden a los verdaderos lectores disfrutar la vendimia.
Así pues, preparémonos para esta edición: hagamos un espacio en la agenda para ir al menos un par de días; escondamos los libros del año anterior que no alcanzamos a leer (para evitar culpas), busquemos unos cómodos zapatos y compañía para los conciertos. Y muy importante: ensayemos la mejor sonrisa para partir plaza en nuestra feria.
Publicado en el diario el 27 de noviembre de 2009
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