(Publicado en Ocio, Público, Milenio, 3 de julio de 2009)
En un curso pasado puse a mis alumnos un ejercicio de simulación de una negociación colectiva. Siempre son divertidas estas actividades debido a que, por lo general, todos adoptan enseguida su papel y se arman buenas controversias. En aquella ocasión, a uno de los compañeros bastante calladito le tocó representar a una ONG (organización no gubernamental). Cada vez que el chico intentaba decir algo, alguno le gritaba: “¡cállate hippie!”. Aguantó un rato, pero ya desesperado, comenzó a alzar la voz para hacerse escuchar. A lo largo del semestre, alguno se acordaba del asunto, le volvían a llamar hippie y todos reían. Lamento confesar que a mi también me hacía un poco de gracia, porque el sentido del humor mucho se basa en la semejanza con la realidad. Otra escena, prestada de la televisión, un capítulo de la serie La ley y el orden. Una de las agentes fue comisionada para infiltrarse en una ONG ambientalista, porque sospechaban que este grupo podría estar planeando acciones terroristas. De nuevo estaba ahí el estereotipo: el grupo vivía en una “comuna” contemporánea, de gente más apasionada que racional, que lucha por un ideal irrealizable.
Viéndolo bien, más que gracioso el asunto es un tanto indignante, y ese prejuicio nos lleva exactamente a lo que tenemos, una apatía generalizada en una supuesta democracia. Con un grupo de académicos nos vimos en la situación de exponer argumentos científicamente sustentados acerca de lo erróneo y peligroso de una decisión pública en el tema de agua potable, eran evidentes los riesgos de impacto para el ambiente, la salud humana y la economía. Sucedió después que se formaron redes de colaboración con activistas ambientales locales. Yo los admiro mucho a unos y otros, no es cualquier cosa mantener un propósito, cumplir una agenda, sobrevivir a una sociedad poco cooperativa, y además trabajar como el resto de los mexicanos. La autoridad pública no piensa lo mismo, parece más bien esmerada en demeritarnos, tanto a activistas como a académicos.
Lo que más me impresiona es el hecho de que otros países de Latinoamérica, que antes eran comparables con nosotros como “potencias emergentes”, tienen una presencia mucho mayor de organismos de la sociedad civil (Brasil, por ejemplo). Para sus gobiernos las ONG’s representan una ayuda no sólo para la elaboración de mejores políticas, sino también para facilitar su instrumentación.
Sólo para amargar un poco el estereotipo, dos escenas más. Quien hace algunos años visitaba el parque nacional del Popocatépetl-Iztacíhuatl, era porque pasaba por ahí, se detenía a hacer del baño y se tomaba una foto con el paisaje de fondo. Ahora, con la labor de PRONATURA puede visitar las hectáreas exitosamente reforestadas, el vivero-museo para entender este proceso, hacer una larga caminata (aún si va en silla de ruedas), y por supuesto un picnic en la zona de parrillas. La última es de la WWF (World Wildlife Fund). En sus oficinas centrales en Washington, D.C., se diseña la estrategia de acción para contribuir a mitigar, detener y prevenir los efectos del cambio climático; ahí se coordinan trabajos de investigación científica y de asesoría especializada para tomadores de decisiones. En estos días, ellos y otros organismos de la sociedad trabajan intensamente en torno a la iniciativa de Obama para la reducción de las emisiones de efecto invernadero.
Nada que ver con el bioterrorismo, ¿verdad?
Saturday, July 25, 2009
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