(La Ruda Realidad, columna semanal de Ocio - Público, Milenio)
Hace ya más de una década, en la radio y justamente con la voz del Negro Guerrero, escuché un cuento de Borges: “El otro”, que versa sobre un extraño encuentro del escritor, ya viejo, con él mismo cuando era joven. Algo me pareció excesivamente conmovedor y a la vez impactante ¿qué me podría haber dicho la yo de 70 años en aquel entonces? El tema del pasado y las decisiones en lo absoluto es original, de hecho, quizás sea una de las preguntas permanentes que acompañan al ser humano. Tal vez para las generaciones actuales un referente es la película Efecto mariposa, en la que el personaje tiene el “don” de volver a los momentos más dramáticos de su pasado y cambiar una pequeña decisión que luego resulta en un giro drástico del resto de su vida. Confieso que algunas lágrimas se me escaparon cuando vi el film, no sólo por la historia en sí, sino porque de ahí salí con la terrible pregunta: ¿qué es lo que yo cambiaría de mi historia?
Dos encuentros en una semana me hicieron recordar estas dos obras y las emociones que me produjeron. Había quedado de verme con un profesor de inglés, que me habían recomendado. Cuando llegó y nos presentamos, me llamó la atención no sólo su personalidad interesante, sino que fuese de edad avanzada; esto último, por una sencilla razón: en nuestras ciudades mexicanas los grandes parecen estar recluidos, no sé dónde, tal vez en sus casas o afuera en sus banquetas, o ayudando a sus familiares, o en modestos negocios, pero en realidad no es común poder convivir con ellos. Conforme avanzaba la conversación con el profesor, el diálogo tomó un giro diferente a la mera consulta técnica que yo pretendía hacerle. Comencé a sentir la calidez y comprensión de ese otro que entendía perfectamente las angustias y preguntas que supongo son comunes a mi edad. Sin más, comenzó a describirme las posibilidades de un futuro maravilloso que yo podría tener enfrente, si en este momento me armaba de valor y continuaba con los planes que ya venían gestándose en mi interior. También me habló un poco de sus planes de proyectos futuros. Al final me regaló una frase: “la vida se estructura como una novela, termina un capítulo y el siguiente debe ser por fuerza diferente”.
Éstos son días bastante peculiares en el campus, las multitudes de estudiantes que suelen reunirse en los jardines y cafeterías, ahora se trasladan a los pasillos exteriores de los centros de investigación. Con cara de angustia y desvelo, aguardan a alguno de sus maestros para recibir la sentencia, su calificación del semestre. Cuando vi aparecer a uno de mis mejores alumnos en la puerta de mi cubículo, pensé que venía sólo a eso, a preguntar si ya tenía yo su nota. El chico se sentó y comenzó a narrarme algunas dificultades que tuvo en el ciclo escolar. Traía esa mirada de los momentos difíciles. Me contó un poco de su historia y su infancia, el tipo de dificultades que uno no quisiera que tuviera nadie en la vida. Entonces supe que era a mí y en ese momento a la que le correspondía decirle que no hay explicaciones para el sufrimiento, pero sí hay maneras de dejarlo atrás y aprender de él, me tocaba a mi hablarle de ese maravilloso él en el que estaba a punto de convertirse, dadas sus notorias capacidades y edad.
Cuando se despidió, le di un abrazo fuerte, el mismo abrazo de confianza que me hubiera dado a mi misma si me fuera posible regresar a los 21 años.
Publicado en el diario el 18 de diciembre de 2009