Saturday, May 16, 2009

No por Dios (primera parte)

(Publicado en La Jornada Jalisco, 16 de enero de 2007)

Llegamos a Guadalajara en el 79 gracias a un programa de descentralización del IMSS mediante el que nombraron a mi papá Jefe de Consulta de una clínica. Tal vez esa nueva posición hizo pensar a mis padres que era buen momento en la economía familiar para que nosotros dejáramos la escuela pública. Así que nos inscribieron en el Colegio Quinet, ubicado entonces en la Casa de los Abanicos.

Sería acaso porque fueron demasiados cambios (de ciudad, de clima, de uniforme, etc.) pero la pasamos muy mal en esa escuela. “¡Nos pusieron a rezar!” fueron de los primeros comentarios que mi hermana y yo hicimos a mis padres, esperando que ellos entablar una demanda a la institución educativa por no respetar el principio de laicidad consagrado en la constitución. Bueno, la verdad no pensábamos así entonces, sólo estábamos sorprendidas. Mi papá, adicto a los refranes, acudió a aquel de “en la tierra que fueres…”. Pienso que fue en esos días cuando nos dio un consejo que me ha servido toda la vida: “Hija, siempre que te pregunten tu religión di que es la católica, para que no tengas problemas” “Pero sí somos católicos” “Por eso, tú ponlo pero no polemices, aunque dejes de creer” (y ciertamente mi hermano, que no le hizo caso, sigue discutiendo con cada persona que conoce y le gusta provocarlos “¡Por un demonio, que dios no existe!”).

No recuerdo los pormenores, pero la cuestión es que siempre salíamos regañadas sin fundamento o notoriamente no nos pelaban. Dense cuenta de que para nosotros ello era una gran afrenta porque en México mi hermana había sido distinguida como la abanderada por tener el mejor promedio (asistió al acto de recibir la bandera al salir de 5º. y jamás volvió a portarla porque entonces tuvimos que venirnos). Por mi parte, era feliz aunque en 1er. grado era la más odiada por ese afán de levantar la mano (que tristemente no me he podido quitar), en venganza yo los odiaba y regañaba por no acentuar la palabra “águila” y no saberse de memoria su dirección. En México… porque aquí, nos quedaba clarísimo, nos discriminaban por ser chilangas y por no saber nada de religión.

Después de varios días de llanto y de no dar una con lo de “hacer lo que vieres”, una de las asistentes médicas de la clínica de mi padre le comentó que ella era maestra en una escuela pública en el centro de la ciudad (sí, justo a unas cuadras de “El nuevo mundo”), que tenía muy buena relación con la directora y nos podía ayudar a entrar aun cuando el ciclo ya hubiera comenzado. Ésa es la verdadera historia y no la oficial que solemos decir: que como mis papás ya estaban acostumbrados a manejar grandes distancias buscaron una escuela lejísimos de casa para no extrañar el smog. No nos molestó cambiar de nuevo de uniforme y pegarle el escudo rancherón al chaleco azul marino, porque ahí volvía a ser importante saber matemáticas y no el credo. Descansamos: ya nada más se burlaban de nosotras por ser chilangas, pero el artículo 3º constitucional (que mi hermana ya me había hecho aprender de memoria) volvía a ser cierto.

Debo aclarar que en el D.F. nos sentíamos una familia promedio en cuanto a nuestra religiosidad. Como todo católico íbamos con cierta frecuencia a misa, habíamos festejado bautizos, confirmaciones, primeras comuniones, poníamos el nacimiento en navidad. Es más, mi mamá cuenta que un día mi tía se atrevió a llevarme a La Villa un 12 de diciembre (¿no le daría miedo el que pudiera perderme?). Pero aquí, en ese sentido, creo que nunca nos hallamos. De alguna manera todos los tapatíos vivían dentro de círculos de convivencia alrededor de “el templo” (en chilangués no se dice así, sólo es “iglesia”). Todos tenían algún pariente sacerdote que asistía regularmente a cenar con ellos, iban a retiros o encuentros (perdónenme pero jamás he sabido exactamente qué es eso), sus mamás los ponían a rezar el rosario todas las noches y eludir esa obligación parecía un deporte divertido para nuestros amigos. Además, las familias se conocían entre sí; nosotros por muchos muchos años sólo nos teníamos a nosotros mismos.

Pienso que el impacto de sentirnos diferentes tuvo cierta influencia en el fenómeno familiar de la década siguiente: lo de la religión se nos volvió un caos. Mis tíos estaban en plena rebeldía (ah y también en la FEG, lo que puede explicar por qué con mis abuelos siempre había refrescos). Un día se declararon ateos. Uno de ellos creo que exageró pues nos aclaró que era más que eso, que él era anticristo. Mi abuelo no tuvo mucho ánimo de contradecirlo, lo que resulta comprensible pues solía criticar mucho a la iglesia (bueno, también a los vecinos, a la gente en las plazas y a los perros de raza pequeña). No sé qué tanta haya sido la consternación de mi abuela, lo que sí sé es que al poco tiempo nos enteramos que se había vuelto testigo de Jehová y no tardó mucho en incorporar a mi tía (sí, la misma que antaño me había llevado a la peregrinación de la virgen de Guadalupe).

En lo sucesivo ambas se esforzaron mucho por tratar de convertirnos a su fe, las escuchamos con paciencia, inmutables. Esa neutralidad se nos terminó cuando supimos que no volverían a festejar cumpleaños, navidades y años nuevos. No nos quedó más remedio que resignarnos a perder esos espléndidos banquetes en los que las mamás y tías competían en sus habilidades culinarias. Mi abuela y mi tía ya nos insisten más, ya sólo están en desacuerdo con una de mis primas que lee el tarot y combina la medicina alternativa con la santería y la metafísica. Pasado mucho tiempo más, otra de mis tías se hizo cristiana y tras saber que pasaba un porcentaje de su sueldo al pastor, algunos primos pensaron que sería negocio crear una religión pero la verdad es que a la fecha no se han organizado bien.

Yo, al igual que mis hermanos, ya me había declarado atea cuando estaba en la prepa (quiero aclarar esa etapa me duró unos cinco años). Mi condición le causó cierto conflicto a una de mis amigas. A ese grupito nos decían “las rudas”, sin embargo ella no lo fue tanto, su familia era bastante tradicional, esquema al que hasta la fecha ella se ha acoplado a la perfección. Bueno, en esa época mi amiga recibió la recomendación por parte de su madre de no juntarse mucho conmigo porque no le parecía mi falta de fe. En realidad no fue eso la que la separó de nosotras al salir de la prepa, más bien creo que nos empezamos a distanciar cuando otra de nosotras, a la que ella era muy cercana desde la primaria, salió embarazada y decidió no casarse.

En realidad toda esta historia pretendía ser una breve introducción porque el tema que tenía planeado me parecía demasiado controvertido, así que quería denotar que la diversidad de creencias es para mi incuestionable, que me merece mucho respeto la religión de cada quien. En fin, me he extendido tanto que no me queda más remedio que concluir aquí.

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